Llegó a alcalde del municipio, lo que traducido al italiano se escribe sindaco del comune, otorgándose una gran relevancia en esa concepción del cargo público a lo común, a lo compartido. No debía ser casualidad. Giulio Carlo Argan nació en Turín un 17 de mayo de hace 110 años. Catedrático de Historia del Arte y uno de los mayores intelectuales del pasado siglo, cuya bibliografía y reflexiones influyeron en la crítica artística nacional e internacional, viejo partisano y marxista, fue el primer alcalde comunista de una gran ciudad occidental. Los romanos le eligieron para el cargo en junio de 1976. Él había encabezado las listas comunistas como independiente, aunque militó gran parte de su vida en el PCI, siendo incluso senador ya entrados los 80. "Se me ha preguntado cómo, sin ser político sino historiador del arte, he llegado a la Alcaldía de Roma. Bien mirado, no es tan extraño. Siempre, personalmente, he sostenido que existe una relación entre la historia del arte y la historia de la ciudad, que la crisis de una está indisolublemente ligada a la crisis de la otra y que, sobre todo, uno no se hace historiador sin una intencionalidad política", manifestaba en una tribuna publicada por la revista Triunfo.
En un momento en el que los vehículos rodaban por los bajos mismos del Coliseo y el Arco de Constantino, el profesor Argan, al frente de la administración romana, llegó a exclamar: "O los automóviles, o los monumentos". Y prohibió el tráfico en el centro al ver que los viejas piedras, esas que se sabía de memoria, se caían a pedazos. El debate, a propósito del cambio climático, cobra plena vigencia en las grandes ciudades unos 40 años después de pronunciarse aquella disyuntiva. Como tantas otras cosas, Italia anticipaba lo que vendría luego.
Como también están de máxima actualidad conceptos como turistificación o gentrificación, sobre los que ya reflexionaba el catedrático hace cuatro décadas, antes, durante y después de su corto periplo por la alcaldía romana. Retos y desafíos a los que se vienen enfrentando, en España, alcaldesas como las de Madrid y Barcelona, o alcaldes como los de Cádiz, Sevilla y Málaga. Argan ya ponía en cuestión la necesidad de mejorar la producción de servicios y modernización de unas ciudades repletas de patrimonio, caso de Roma, pero que habían dejado de ser máquinas industriales. "Producir servicios no significa tan solo poner en marcha, en todos los sectores, organizaciones suficientes; significa también producir cultura y mantener el nivel de vida a la par con las demás capitales mundiales". Más civitas y menos urbs. Cultura de las ciudades, en la idea de Mumford, o aquello que habla del movimiento de la inteligencia y el acto de la conciencia que transforman al habitante en ciudadano.
"El enemigo real de la ciudad es la especulación y el enemigo auténtico de la especulación es el socialismo", sostenía en el referido escrito publicado en Triunfo. A lo que agregaba: "Sería facilísimo demostrar que es esa misma especulación que daña el centro histórico la que crea los guetos inhumanos de los extrarradios congestionados. Siempre ha existido la especulación inmobiliaria, pero en la época del capitalismo en el poder, se ha visto protegida, fomentada y ha causado enormes perjuicios hasta el punto de poner en peligro la ciudad como institución (...) lugar histórico por excelencia".
"El enemigo real de la ciudad es la especulación y el enemigo auténtico de la especulación es el socialismo"
En cuanto a ser alcalde de la, a su juicio, mal llamada Ciudad Eterna, Argan sostenía que "no me parece fuera de lugar que sea un historiador de arte quien se ocupe de ella: en el inventario de su patrimonio, los bienes culturales constituyen una voz esencial, mientras que los monumentos, las obras de arte representan una parte importante de aquél. Ese patrimonio no está compuesto solo por objetos raros ni es, como se dice, eterno: se trata de un contexto perecedero, deteriorado, feroz y estúpidamente dilapidado. Culpable máxima de tal disipación es la especulación inmobiliaria, es decir, la explotación de bienes necesarios para la vida de todos, con fines de beneficio privado". ¿Un experto, un especialista, al frente de la ciudad? No solo eso. Argan defendía que a los problemas tan graves a los que se enfrentaba Roma solo se le hallaría un principio de remedio, "solución orgánica", si se le "devuelve a la comunidad ciudadana la identidad, la iniciativa, la autonomía que han perdido".
Venía a decir Argan, "el socialismo es el que verdaderamente conserva las tradiciones, no el liberalismo o la derecha, que por lo que verdaderamente se preocupan es por conservar sus privilegios". "El enemigo real de la ciudad es la especulación y el enemigo auténtico de la especulación es el socialismo", repetía. "Y he ahí por qué, siendo un historiador del arte (y, por tanto, de la ciudad), mis ideas políticas son socialistas, y no me parece incongruente pasar de la teoría a la praxis en el momento preciso en que una coalición apoyada en los partidos de la izquierda y abierta a la contribución de todas las fuerzas democráticas disponibles se hace cargo de la administración de Roma", manifestaba ya como alcalde electo.
En septiembre de 1979, tres años después de arribar en la alcaldía, el profesor Argan, que había tenido dos infartos y no se hallaba con fuerzas para una tarea tan exigente, dimitía: "He tenido que decidir entre seguir siendo alcalde o seguir viviendo", dijo entonces. En las páginas de El Pais de aquel año se recogen declaraciones del líder socialista Aldo Aniasi, ex alcalde de Milán, sobre la decisión de Argan, afirmando que "hoy, para ser alcalde de una gran ciudad, no basta la buena voluntad de un intelectual lleno de imaginación, como lo es Argan, sino que es necesario ser un político de hierro, muy acostumbrado a la lucha política y a las reuniones interminables que duran a veces días y noches sin descanso". El Partido Comunista eligió como sucesor del intelectual Argan a un político "de pies a cabeza": Luigi Petroselli, miembro de la dirección nacional del PCI.
Hasta su muerte en 1992, a los 83 años, la conservación de Roma no se alejó de la cabeza del profesor Giulio Carlo Argan. Preguntado por su valoración sobre la polémica acerca de si los edificios de Roma estaban siendo restaurados en tonos demasiado claros, contestó que, "dada la degradación de muchos de ellos, lo urgente es que al menos se restauren, aunque no sea del mejor modo".