La derrota de cualquier intento ultraderechista en nuestro país pasa precisamente por dar respuesta desde fuera y con apoyo popular a la indignación de la clase trabajadora.
Es habitual escuchar a compañeros y compañeras decir que en España no hay un partido de extrema derecha con representación parlamentaria porque el propio Partido Popular viene a dar respuesta a las aspiraciones de este tipo de electorado. Sin embargo, no sucede así en la mayor parte de Europa, donde una opción conservadora o liberal se suele distinguir nítidamente de una de ultraderecha. Al menos eso creíamos. El giro que algunos partidos liberales y conservadores se plantean hacia posiciones xenófobas y de recorte de libertades civiles responde a la creciente demanda de una opción política de extrema derecha al calor de la última crisis económica y la desconexión del electorado con el establishment. Afortunadamente, en muchas ocasiones —especialmente y con puntualizaciones en el sur de Europa— la válvula de escape viene por la izquierda pero, ¿qué nos deparan los próximos años?
En Grecia, tras la decepción sufrida con el gobierno de Syriza, la izquierda busca cómo tomar de nuevo la palabra. ¿Qué pasará con la izquierda radical después de Syriza?, se pregunta la edición australiana de Socialist Alternative. En el caso de Portugal las cosas no parecen ir tan mal, incluso se plantea como modelo a seguir. Sin embargo, en la mayor parte de Europa la ultraderecha crece como la espuma aplaudiendo la victoria de Trump al otro lado del Atlántico y la salida del Reino Unido de la Unión Europea con el empujón de la derecha populista del UKIP. En Grecia, por su parte, los neonazis de Amanecer Dorado han moderado de forma estética su discurso y han crecido en intención de voto; en Alemania la extrema derecha, que ya tiene presencia en algunos parlamentos regionales, coge impulso pese el mediatizado debate CDU-SPD; en Francia, Marine Le Pen confía en llegar al Eliseo en plena primavera; y en Holanda, el PVV, islamófobo y antieuropeísta, amenaza con ganar las próximas elecciones de marzo. Mientras, en otros países europeos las opciones euroescépticas y xenófobas o son una realidad o casi llegan a serlo: Hungría, Austria, Polonia, República Checa...
¿Y de España, qué? Si bien, como se suele decir, el electorado de extrema derecha suele preferir a la hora de depositar su voto al Partido Popular los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) comienzan a indicar una tendencia hacia la polarización del electorado de derechas. De esta forma, si en los barómetros de diciembre de 2013 y 2014, en el eje 1-10 donde 1 es extrema izquierda y 10 extrema derecha, sólo un 0,6% y 0,9% respectivamente se situaba en el número 10, en diciembre de 2016 este ha pasado a ser de un 1,5%. Por su parte, el valor 9, que en 2013 y 2014 se situaba entre un 0,5% y un 1% ha pasado a situarse entre el 1,2% y el 2% en los últimos dos años. No podemos decir con los resultados en la mano que estos datos del CIS vengan a evidenciar un giro radical hacia la extrema derecha en España pero sí debemos permanecer alerta. Lo que padece nuestro entorno puede provocar un efecto rebote precisamente en nuestro país, que además cuenta con poderosos grupos de comunicación y de poder con clara tendencia ultraderechista. Los intentos de potenciar estas tendencias políticas de corte ultraconservador, neonazi y xenófoba son una realidad cada vez más recurrente —véase el protagonismo de Manos Limpias o del Hogar Social Madrid como paradigmas—.
Dicho esto y aunque el Partido Popular siga siendo la opción preferente de la extrema derecha —y de esos nostálgicos del franquismo— frente a nuevas opciones políticas —como VOX, entre otras—, hay que reflexionar acerca del rechazo al bipartidismo y el establishment, que en los países de nuestro entorno y en Estados Unidos ha sido clave para el éxito del populismo de derechas. Recordemos: el Partido Popular es parte del establishment. Mariano Rajoy no es un outsider. Frente a esta posibilidad, la derrota de cualquier intento ultraderechista en nuestro país pasa precisamente por dar respuesta desde fuera y con apoyo popular a la indignación de la clase trabajadora, para que no caiga en una nueva trampa histórica. Es precisamente esta idea la que debe llevar por bandera la izquierda social y política española. Y dejarse, hay que decirlo bien alto, de riñas y espectáculos públicos en los que el centro del debate deja de ser el propio currante —y parado, por favor— de la calle. Que no nos equivoquemos.