Convendrán conmigo que el título es una provocación. O mejor: una llamada de atención al lector. Muy especialmente, si se es andaluz de Cádiz. Más concretamente, entre Arcos y Jerez. Es por dichos lares donde más habita la expresión “zambomba” vinculada al conocido rito popular y grupal asociado a unas navidades aflamencadas. Manifestación identitaria y cultural, por otra parte, ya extendida como una de las más genuinas de nuestra tierra durante dichas fechas. No en vano, aún tarde, así lo entendió la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía cuando en diciembre de 2015 decretó inscribir como Bien de Interés Cultural este patrimonio etnológico y registrarlo en su Catálogo General del Patrimonio Histórico (503/2015).
Mientras esto ocurre en Andalucia, el españolismo de la RAE asegura en redes que acepta y emplea zambombada junto a la grafía “zambombá”. Nos precisa que la tradición navideña gaditana declarada Bien Cultural “recibe el nombre de zambomba tomando el nombre del propio instrumento”. Es más, repite el mismo mantra cuando se le cuestiona. Todo indica que para los padres del diccionario, nuestro andaluz sólo debe servir para uso de dibujos animados, criadas o doblajes hispanos; de tal forma que hacer una zambomba -por esa misma lógica- equivaldría a instalar una fábrica del citado instrumento de percusión.
Así lo han denunciado la Asociación Andaluza de la Lengua en su twitter y algún investigador como Manuel Rodríguez Illana desde su obra: “Por lo mal que habláis” (ed. Hojas Monfíes). Más aún: la contrariedad se exporta y generaliza cuando el diccionario normativo del españolismo lingüístico se exporta a países de habla hispana desde la Asociación de Academias de la Lengua Española, ya que la castellana es la única que tiene solvencia financiera. En otras palabras: nuestra zambomba no existe.
Lo cierto es que desde aquel momento, desde diferentes ámbitos se ha intentado que la pomposa Real Academia -que “limpia, fija y da esplendor”- introdujese la acepción más allá del conocido instrumento, la consabida exclamación o la referencia a la vejiga del cerdo inflada. No solo vamos para cuatro años esperando que la docta Academia privada (que gasta como le da la gana), se digne en reconocer la existencia de tal hecho, el extendido uso del palabro o, al menos, el reconocimiento institucional realizado Andalucía; sino que le ha sobrado tiempo para aceptar términos capillitas, loteros u otros tan populares que rozan lo chabacano.
Dicho de otra forma: No es que la RAE no se entere; es que no se quiere enterar. La falta de respeto – burla- a los hechos y a la propia evolución del andaluz la convierte en un ente que a muchos de nosotros comienza a valernos de poco, toda vez el uso generalizado que los andaluces hacemos de una lengua “castellana”, más centrada en lo que se piensa en Madrid y en el glamuroso protagonismo mediático de quien es su sirviente.
Nos consta que desde Jerez y en este tiempo Ganemos, Podemos, Izquierda Andalucista y, hace poco Raúl Ruiz-Berdejo como portavoz de Adelante Jerez en el Cabildo de dicha ciudad, se han puesto por escrito en contacto con la docta entidad. Nos consta que saben de los contenidos del citado Decreto de la Junta. Es más, aunque suene presuntuoso, quien suscribe este texto ha hablado telefónicamente con quien hoy es su director Santiago Muñoz (antes secretario), y se nos demandaba paciencia por “dos años”, al menos, dada la cantidad de palabras a reconocer. Seguimos esperando pero tampoco nos hace falta identificarnos con una lengua “perfecta” donde no entra el andaluz salvo para descalificarlo o ignorarlo, como ocurre en nuestro ejemplo.
La lengua es una creación de los pueblos y no de sus dirigentes. Y al menos, excelso ilustrísimos de la RAE, nos deben una explicación; aunque quizás ni la necesitemos. Señores y señoras: Menos honoris y más causa. Menos sillones y más calle. Pese a todo, el 8 de enero de 2019 la institución citada, velando por los “cambios” que experimenta la lengua afirmaba lacónicamente ante reiteradas insistencias en redes: “La propuesta de incorporación de la acepción correspondiente `zambomba´ está en curso”. Para fortuna de los andaluces no dependemos de los que reseñe determinados académicos; ni nuestra cultura depende de sus tiempos.
A estas alturas de la película hay que ser consciente que la zambomba, nuestra zambomba, puede morir de éxito. Cierto que llena calles de muchos municipios por no aludir a hostelería, comercios y hoteles. Verdad que es una industria cultural de la que el flamenco es su principal activo. Sin embargo, no es menor cierto que de no cuidarse su esencia puede degenerar y así lo está siendo en algunos casos: en botellona, fiesta de fin de año o guateque nupcial. Paquito el chocolatero no cabe en una zambomba. Como tampoco lo es la privatización y el mero negocio de dicha fiesta. Dicho esto, no nos cabe duda que la Real Academia de la Lengua también con su inhibición se retrata.
Nos enfrenta al espejo a los habitantes de estas latitudes. Va siendo hora de aceptar que el andaluz, habla o lengua, existe por sí mismo con dignidad suficiente. Que seamos los andaluces y andaluzas los primero que así lo consideremos. Quizás Andalucía necesite un foro alternativo que, lejos de esta visión privada y castellanista, ni nos diga qué tenemos que decir porque hablamos mal, ni se mofe de nuestra modalidad lingüística cuya defensa y prestigio, dicho sea de paso, representa uno de los objetivos que le marca el Estatuto a nuestra Comunidad Autónoma (art.10.4).