He leído con verdadero interés la última obra de Najat El Hachmi: La hija extranjera (Destino). Una joven escritora marroquí, instalada en Catalunya desde hace décadas. Conocía El último patriarca, novela con la que se dio a conocer y me interesa mucho su punto de vista, su experiencia como inmigrante musulmana. Según dice, sus historias no son autobiográficas, pero yo no me lo creo. Vaya, lo que pienso es que, aunque no todo lo que cuenta sean vivencias en primera persona, sus relatos tienen mucho de ella misma. Y lo pienso porque es capaz de condensar en sus novelas un manojo de sentimientos y emociones que me cuesta creer que una mujer tan joven pueda conocer si no es por haberlos vivido en primera persona.
En esta ocasión, como en su primera obra, la protagonista es una joven marroquí. Aquella niña y adolescente de El último patriarca se ha hecho mayor, ha terminado sus estudios de Filología y se encuentra en un verdadero cruce de caminos culturales: el de las costumbres y religión de sus mayores, y los valores adquiridos en su trayectoria como estudiante en la Universidad de Barcelona.
Narrado en primera persona, como un monólogo interior, la joven tiene que resolver un verdadero dilema: cumplir los deseos maternos y casarse con un primo que aún no ha salido de Marruecos, o negarse. Esto último significaría incorporarse abiertamente a la cultura receptora donde se ha educado y oponerse de forma frontal a lo que su origen le está exigiendo: que entre a formar parte del grupo de mujeres adultas, a través de un matrimonio que, sin ser obligatorio, sí se le presenta como un camino para ser aceptada dentro de su comunidad.
Es fácil entrar en ese monólogo, profundo y realista de la muchacha. La conciencia clara sobre su realidad, fruto de su formación intelectual, la obliga a plantearse muchas cuestiones, todas ellas de gran calado. Es en ese debate interno donde se pone sobre el papel todo lo que en el sentir popular de la cultura receptora, o sea, occidental, contemporánea, laica, individualista y, por qué no decirlo, demasiado simple en la forma como juzgamos a "los otros".
Una de las principales cuestiones con las que choca la joven es con el amor por su madre; mujer musulmana tradicional que ha llevado el peso de la familia en soledad y ha permitido que su hija salga del papel que por cultura tenía asignado.
Es muy hermoso cómo explica el conflicto que vive en esa relación madre-hija. Hasta tal punto la educación ha abierto una brecha entre ambas, que muchas veces no encuentra las palabras adecuadas para poder entenderse. Y aquí aparece el tema de la lengua materna. No existen palabras en la lengua que habla la madre que correspondan a las vivencias que la muchacha quisiera compartir con su progenitora. La autora hace referencia reiteradamente a esa dificultad de poder comunicarse en la lengua materna.
Ni siquiera sé decir esa palabra en la lengua de mi madre, ni siquiera sé si existe. Me siento huérfana de palabras.
Son reflexiones surgidas de la intimidad con un cuerpo que se abre a la vida y a la sensualidad. La protagonista se extraña de la intensidad con la que sus sentidos captan el mundo que la rodea: el calor, los aromas, los sonidos...los colores... Se siente cada vez más extraña dentro de su propio cuerpo y tiene que esconder todo ese mundo interior, que sólo puede expresar en la lengua que ha aprendido en los libros, en las novelas de Mercè Rodoreda, o de Montserrat Roig, dos escritoras que lee con absoluta pasión.
El dolor que le produce esa orfandad es terrible y al mismo tiempo refleja perfectamente que no es tan fácil eso que mucha gente piensa sobre la adaptación y la integración a una nueva cultura. Porque lo que viene a decir Najat es que integrarse supone sobre todo un importante y doloroso conflicto emocional. Se trata de un proceso personal, pero no sólo personal, porque quienes vienen de otras culturas menos individualistas que la nuestra, necesitan al grupo; es en el grupo donde encuentran el apoyo y la identidad. Por eso, la protagonista se pregunta algunas veces qué pasaría con los que se empeñan en que se rebele ante las reglas y costumbres grupales. ¿Le proporcionarían ellos la seguridad que se requiere para vivir sin sentirse una isla solitaria en medio de la inhóspita gran urbe. ¿Cómo podría vivir sin ese sentido de pertenencia que le proporciona su familia y su comunidad?
Es consciente de las consecuencias de una decisión drástica. Porque drástico es rebelarse contra los deseos y los valores de la madre. Sería una desconsiderada dejándola sola; a ella que tanto ha sufrido para poder darle lo que tiene. Sólo podría hacerlo marchándose lejos. Iniciando una nueva vida.
La protagonista observa a las mujeres que rodean a su madre y se dice a sí misma que ya no puede nombrar a Dios. Esas frases hechas...
- Que Dios te bendiga
- Será lo que Dios quiera
Se enfurece con la actitud que ve en ellas. En todo hay una lección moral, siempre hay que temer a alguien o a algo. No comprende cómo pueden dejar la responsabilidad en manos de un ser superior en el que ella ya no cree. ¿Quién puede creer a ese Dios después de leer a Nietzsche, uno de sus autores preferidos? Precisamente otra de sus luchas se centra en la lectura. Tiene que renunciar a ese placer si no quiere volverse loca. Ese es su drama. Estar permanentemente en conflicto entre las creencias heredadas y los valores adquiridos en a través de su trayectoria como estudiante universitaria. En definitiva: entre sus deseos y proyectos personales, y lo que su madre quiere para ella, un matrimonio que la convierta en una buena mujer musulmana.
No obstante. A pesar de todo lo que no puede aceptar de su cultura de origen, también es crítica con la sociedad de acogida. Las actitudes paternalistas de profesoras que vuelven la cabeza cuando la ven por la calle con el pañuelo cubriendo sus cabellos, o concejalas que se admiran del nivel que ha adquirido a pesar de ser marroquí. Hay una falta de respeto por sus decisiones en el primer caso, y un racismo encubierto en admiración en la segunda. No es que a ella le entusiasmara llevar la cabeza cubierta, pero tampoco está de acuerdo en que llevar un pañuelo incapacite a ninguna mujer para pensar y llevar una vida profesionalmente activa.
Es muy interesante el relato que hace de la mesa redonda donde interviene en el Ayuntamiento. El tema: Los problemas de la inmigración. Cuando acaba su intervención se da cuenta de que lo que se pretendía era hablar de los problemas que dan los inmigrantes y no de los problemas que tienen y sufren los inmigrantes. O cuando se inscribe en un taller de costura para integración de mujeres en peligro de exclusión. Además de cuestionar la política de inserción para mujeres. -Como si a todas nos gustara la costura- dice, mientras reflexiona sobre esa experiencia.
La protagonista observa cómo el taller vuelve a ser la réplica de lo que ocurre en la calle. Cada cual se acerca a su grupo: mujeres marroquíes con mujeres marroquíes, gitanas con gitanas, drogodependientes con drogodependientes y para colmo, la única que habla catalán es la monitora, otra paternalista que las trata con total condescendencia. De nuevo racismo encubierto.
No voy a desvelar el final de la historia. Prefiero que todo el que le interese reflexionar sobre esta cuestión tan controvertida se sumerja en este libro e intente ponerse en el lugar de la protagonista. Me parece que sería un buen camino para intentar comprender algunas cuestiones que a menudo se presentan con demasiada ligereza y simplicidad.
Lo que yo pienso es que la complejidad de la vida es riqueza, pero también dolor, renuncia y, casi siempre, nos obliga a tomar decisiones en las que resulta difícil no hacer daño, o salir dañado.