Javier Marías escribía hace algún tiempo en uno de sus artículos periodísticos sobre la implantación del bilingüismo en los centros educativos; se centraba en el desastre que suponía el proyecto, ya que consideraba que ni los alumnos aprendían las materias correctamente al combinarse en dos idiomas, ni los profesores —al no ser nativos— tenían plenas habilidades para desarrollar con éxito este método. No puedo cuestionar ninguna de esas afirmaciones porque no he tenido la oportunidad de ver in situ cómo se está implantando el bilingüismo en colegios e institutos, aunque sobra decir que la enseñanza de idiomas me parece no solo oportuna sino importante, tanto que siento profunda admiración —y hasta una cierta envidia— de aquellos que son capaces de desenvolverse perfectamente en una lengua que no es la materna. Sin embargo, quizá las administraciones están convirtiendo eso que es importante en algo primordial y urgente.
Traigo el tema a colación del anuncio que la Junta de Andalucía ha hecho esta semana sobre la oferta de empleo público en la Educación. De las 2.468 plazas que se van a convocar, más de 1.200 se van a repartir entre las especialidades de Inglés y Francés, al tiempo que las especialidades de Infantil y Primaria quedan fuera de estas oposiciones a pesar del colapso que estas bolsas sufren en nuestra comunidad. Es cierto que poseer títulos de idiomas nos abre muchas puertas y que superarnos nunca está de más, pero igual de real es el hecho de que no todo el mundo tiene el tiempo ni el dinero para acudir a escuelas oficiales de idiomas o academias privadas para ponerse al día con las lenguas de Shakespeare o Montaigne —que son las más requeridas— y así poder optar a las plazas que serán convocadas. Eso y que el aprendizaje de idiomas no tenía antes la relevancia de ahora. Ni había tanto negocio alrededor de él.
Por eso, resulta curioso el interés creciente porque nuestros escolares aprendan otras lenguas; puede que sea un preludio del día de mañana, cuando les será muy útil para salir a buscarse la vida al extranjero. Aunque todavía es más llamativo pensar que mientras esto ocurre, seguimos asistiendo al desprestigio que se hace de las lenguas y dialectos que conviven en España: el andaluz continúa siendo para muchos un motivo de mofa e incluso se considera vulgar, y del catalán, por poner otro ejemplo, se huye porque hay quienes consideran que su uso es el que va a proclamar la independencia de aquella comunidad autónoma.
Una vez más creo que en el término medio está la virtud. La enseñanza de idiomas es útil en todos los ámbitos de la vida y cuanto antes comiencen a aprenderse más beneficios tendrá para el desarrollo mental del niño. Además, conocer otras lenguas nos alejará de la ineptitud de nuestros políticos en este terreno (porque a nosotros se nos exige todo, pero ellos nunca tienen que rendir cuentas; aunque esto es otro tema). Pero igual que digo esto, también considero que habría que sumar, e incluso hacer prevalecer, el conocimiento de nuestro castellano, su origen, su uso –tanto oral como escrito–, la variedad del idioma. Y es que los descuidos a los que se está viendo sometido en los últimos años, junto al “todo vale o todo uso puede llegar a aceptarse”, están provocando que cada vez se hable y se escriba peor. Esto sí he podido comprobarlo. Esto sí es una realidad en las aulas. Nuestra lengua es una deslenguada.
Y, de paso, si se inicia el camino de darle a cada cosa el lugar que se merece, sería conveniente concienciar a algunos de que las lenguas, dialectos u otros sistemas lingüísticos son la base de la comunicación y, por tanto, afín a los conceptos de expresión y de libertad por eso no se la puede ni se la debe juzgar. Por ello, el hombre podrá ser esclavo de sus palabras pero estas nunca podrán estar entre rejas.