La ley (carnicera) del militarismo podría ser esta: el militarismo elevado al cuadrado es directamente proporcional al miedo que los gobiernos inyectan en la ciudadanía multiplicado por los intereses bursátiles de la élite dirigente no sujeta a elecciones, más el belicismo difundido por los medios de infoxicación, dividido por los índices de ganancias de las industrias de armamento, menos los millones de muertos fruto de las guerras.
O dicho menos matemáticamente: el modelo capitalista nos está conduciendo, de manera rápida, hacia un holocausto militar y medioambiental. Debemos cambiar ya, sobre todo, tres cosas: 1) el patriarcalismo, 2) el militarismo y 3) la degradación ambiental. Es muy evidente que los valores y objetivos defendidos por el capitalismo son el polo opuesto al camino de los Derechos Humanos y la Libertad de todos y todas.
Pero hay que añadir que uno (no el único) de los fundamentos del militarismo es cierta pulsión humana destructiva que los poderosos saben alimentar y enaltecer muy bien cuando les conviene a sus carniceros intereses… En 1927 H. Hesse escribió El lobo estepario; y en esta novela (que habla frecuentemente de las guerras) aparece un texto profético acerca del impacto negativo de las máquinas sobre la vida humana. El texto, bajo la forma literaria de una especie de sueño muy macabro, termina aludiendo al "afán de destrucción y exterminio"...
Quizás el mismo sentimiento-pulsión de violencia desesperada, fruto del miedo, que hoy las frías élites quieren que se desate en defensa simplemente de su propio poder. Quizás si no hay una guerra muy destructiva las élites perderían su poder. Y quizás por esto, tan sencillo, estén preparando una masacre de proporciones nunca vistas. El gatillo ellos lo conocen muy bien: alentar en la gente, sin freno, infoxicando el ambiente sin límites, ese "afán de destrucción y exterminio".
El truco que usan es que hoy la mayoría de la gente ignora los efectos (biocidas/planetarios/con muchas decenas de millones de víctimas/degradación del medio ambiente/era de violencia y dictaduras, etc.) de los arsenales de destrucción masiva que, en manos de esas élites, aguardan su turno.
Hermann Hesse: El lobo estepario (1927), Ed. Alianza, Madrid, 2004 (7ª reimp.), págs. 203-204:
"Me encontré arrebatado, en un mundo agitado y bullicioso. Por las calles corrían los automóviles a toda velocidad y se dedicaban a la caza de los peatones, los atropellaban haciéndolos papilla, los aplastaban horrorosamente contra las paredes de las casas. Comprendí al punto: era la lucha entre los hombres y las máquinas, preparada, esperada y temida desde hace mucho tiempo, la que por fin había estallado. Por todas partes yacían muertos y mutilados, por todas partes también automóviles apedreados, retorcidos, medio quemados; sobre la espantosa confusión volaban aeroplanos, y también a éstos se les tiraba desde muchos tejados y ventanas con fusiles y con ametralladoras. En todas las paredes anuncios fieros y magníficamente llamativos invitaban a toda la nación, en letras gigantescas que ardían como antorchas, a ponerse al fin al lado de los hombres contra las máquinas, a asesinar por fin a los ricos opulentos, bien vestidos y perfumados, que con ayuda de las máquinas sacaban el jugo a los demás y hacer polvo a la vez sus grandes automóviles, que no cesaban de toser, de gruñir con mala intención y de hacer un ruido infernal, a incendiar por último las fábricas y barrer y despoblar un poco la tierra profanada, para que pudiera volver a salir la hierba y surgir otra vez del polvoriento mundo de cemento algo así como bosques, praderas, pastos, arroyos y marismas.
Otros anuncios, en cambio, en colores más finos y menos infantiles, redactados en una forma muy inteligente y espiritual, prevenían con afán a todos los propietarios y a todos los circunspectos contra el caos amenazador de la anarquía, cantaban con verdadera emoción la bendición del orden, del trabajo, de la propiedad, de la cultura, del derecho, y ensalzaban las máquinas como la más alta y última conquista del hombre, con cuya ayuda habríamos de convertirnos en dioses. Pensativo y admirado leí los anuncios, los rojos y los verdes; de un modo extraño me impresionó su inflamada oratoria, su lógica aplastante; tenían razón, y, hondamente convencido, me quedé parado ya ante uno, ya ante el otro, y, sin embargo, un tanto inquieto por el tiroteo bastante vivo. El caso es que lo principal estaba claro: había guerra, una guerra violenta, racial y altamente simpática, en donde no se trataba de emperadores, repúblicas, fronteras, ni de banderas y colores y otras cosas por el estilo, más bien decorativas y teatrales, de fruslerías en el fondo, sino en donde todo aquel a quien le faltaba aire para respirar y a quien ya no le sabia bien la vida, daba persuasiva expresión a su malestar y trataba de preparar la destrucción general del mundo civilizado de hojalata. Vi cómo a todos les salía risueño a los ojos, claro y sincero, el afán de destrucción y de exterminio, y dentro de mí mismo florecían estas salvajes flores rojas, grandes y lozanas, y no reían menos. Con alegría me incorporé a la lucha."