Watson es un activista ambiental, defensor de los derechos animales, fundador, en 1977, de Sea Shepherd, los pastores del mar, tras ser expulsado de Greenpeace por 11 votos a 1. Esta organización, de la que fue cofundador, lo acusó de usar estrategias, tácticas y actuaciones de acción directa, peligrosas, violentas e ilegales. Él, de lucrarse con donaciones para salvar el planeta desde los despachos, sin mancharse las manos.
Lo llamaban pirata por saltarse las leyes, para denigrarlo, así que decidió darles la razón y diseñó su bandera. Sobre fondo negro aparece una calavera, donde, a modo del ying y el yang, se dibujan una ballena y un delfín. Debajo, en vez de sables o huesos, un bastón de pastor cruzado por un tridente en el que aparece grabado un delfín. Con ella anuncia al mundo que son piratas que luchan contra los piratas, para defender, como un pastor cuida su ganado contra los lobos, los mares y a sus habitantes.
Son muchas las proezas, heroicidades, que acrecientan su leyenda. Algunas grabadas en series de televisión, películas y documentales. Han hundido barcos balleneros, redes de deriva, o su propio barco para que no fuesen confiscados. Se han interpuesto ante la flota que cazaba focas en las Islas Orcadas escocesas que luego compraron para transformarlas en santuario de focas grises, atacando atuneros para defender a los delfines, ayudan a diferentes gobiernos para luchar contra la pesca ilegal, han dado la alarma contra la matanza en Taijí, de donde salen muchos delfines que luego se exhiben como juguetes en los delfinarios a los que llevamos a nuestros hijos, han denunciado experimentos con cetáceos por las autoridades americanas, y un largo etcétera del que pueden enorgullecerse.
Ha sido juzgado y encarcelado, en varias ocasiones acusado de terrorista y un sin fin de adjetivos diferentes. Desde 2012, pesaba sobre él una notificación roja de la Interpol emitida por Japón, por causar daños y lesiones a su flota y a uno de sus tripulantes. Acusación demostrada, infundada a través de videos, pero que ha seguido vigente, y por la que el 21 de julio se le detuvo, al ir a repostar, en aguas territoriales danesas en Groenlandia.
El próximo 5 de septiembre sabremos si la justicia danesa aprueba su extradición a Japón, donde será juzgado y, posiblemente, encarcelado durante 15 años. A sus 73 años, sería una condena a muerte. Si la justicia fuese justa, alguien que defiende el bien común, de los verdaderos piratas, los ilegales y amparados por grandes empresas y países, sería liberado, pero por desgracia, la justicia está manejada por los intereses económicos de unos pocos. Además, el gobierno danés le tiene ganas, porque Sea Shepherd lleva décadas denunciando que en sus Islas Feroe, familias enteras, niños incluidos, masacran cientos de calderones anualmente.
En Europa, Islandia y Noruega también cazan impunemente ballenas bajo el paraguas de la ciencia. Japón se cansó de eufemismos y después de muchos años perteneciendo a la Comisión Ballenera, pretende cazarlas en aguas internacionales sin limitación ninguna.
Muchos pensarán que merece el castigo que le impongan, que utilizar la violencia para hacer cumplir la ley no es muy ético y es incitar a la anarquía, pero mientras nuestra justicia lenta, interesada y manejada, toma una decisión y se hace cumplir, los cetáceos, tortugas marinas, tiburones y otras muchas especies y ecosistemas, están siendo esquilmados sistemáticamente para beneficio de unos pocos, y con el silencio cómplice de todos.
Estos días, a modo de ejemplo, vemos que las leyes son insuficientes para evitar la tala de 1000 ha de árboles en el Maestrazgo, o la expropiación de tierras agrícolas y comunales, para construir megaproyectos de energías renovables; o para evitar construir un hotelito en la playa de Genoveses; o que la Vega de Mestanza vaya a ser destruida para construir una depuradora y poder exprimir más el turismo en la costa del Sol de Málaga.
A nadie le importa la destrucción del medio ambiente, el capital y sus títeres políticos que crean leyes para llamar terroristas a unos jóvenes que tiran pintura contra las cristaleras de un banco, se ríen de las manifestaciones, de las denuncias en los juzgados y de las críticas en los medios de comunicación. Por eso, gente como Paul Watson, que se juega la vida y su reputación por el bien común, son más necesarias que nunca.
Desde mi cobarde y cómoda atalaya, consolándome con mis granitos de arena, y sabiendo que no sirve de gran cosa, firmaré la petición de libertad para Paul Watson, el pastor de ballenas que las protege de los lobos de dos patas.
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