Según los resultados de una encuesta sobre salud mental durante la pandemia llevada a cabo por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), un 35,1% de los españoles ha llorado debido a la situación. Y mi duda es si el titular no debiera ser, por el contrario, que el 64,7% de los españoles no ha llorado, puesto que es este el dato que me resulta realmente sorprendente. ¿Solo un 35,1% ha llorado por algún motivo derivado de la pandemia a lo largo de todo un año?
Honestamente, creo que parte del problema está en la pregunta. Yo no me he echado a llorar por la pandemia, si entiendo esta afirmación de forma restrictiva. En cambio, sí he llorado por ver pasarlo mal a personas a las que quiero, por algunas imágenes y vídeos difundidos durante la primera ola, por verme superado por el estrés, por sentirme solo... Incluso he llorado por tal o cual película o serie, por algún problema en el trabajo, o por la torpe caída de un plato con comida al suelo. Y todos estos llantos no son achacables directamente a la pandemia, pero probablemente las diversas anomalías que esta situación ha acarreado a todo hijo de vecino están en la base de que estemos más sensibles o, directamente, más tristes.
En cualquier caso, lo cierto es que un 64,7% de los españoles afirman no haber llorado en ningún momento de todo un año debido a la situación. Y en ese 64,7% entran personas que probablemente han llorado pero interpretan que su llanto no es directamente debido a la situación; personas que indiscutiblemente han llorado debido a la situación pero no se lo reconocen al encuestador; y personas que, pese a haber vivido situaciones difíciles o cuanto menos anómalas, no han llorado. En cualquiera de estos tres casos, se trata de comportamientos poco saludables y sobre los que cabe una reflexión.
Entrando en el detalle de la encuesta, un 51,9% de los encuestados se ha sentido cansado/a o con pocas energías, un 41,9% ha tenido problemas de sueño, y una mayoría la sociedad ha tenido mucho o bastante miedo a cuestiones diversas: un 68,6% al fallecimiento de un familiar o allegado, un 54,2% a que la sociedad ya no vuelva a ser la misma de antes, o un 59,6% a que las pandemias se conviertan en parte de nuestra vida. Pero, eso sí, ¿llorar? ¡Nunca en la vida!
Vivimos en una sociedad que estigmatiza el llanto. Cierto es que históricamente se consideraba como un signo de debilidad o, cuanto menos, un tabú que debía permanecer en el ámbito privado. Pero, caray, uno esperaría una evolución en este sentido. El caso es que si nos vamos a los datos del estudio del CIS tabulados según otras variables sociodemográficas, nos percataremos de la desproporción según el sexo de la persona entrevistada. El 52,8% de las mujeres declara haber llorado, frente a solo un 16,9% de los hombres. ¡Los hombres no lloran! Lo que trasluce es que la masculinidad tóxica es tóxica, ante todo, para los propios hombres.
El caso es que solo un día después de la publicación de la encuesta del CIS en nuestro país, Jair Bolsonaro, el trumpista presidente de Brasil, instaba a sus conciudadanos a que dejasen de “lloriquear”, después de que el país afrontara 1.699 muertes y 75.102 contagios en 24 horas, superando ya los 261.000 fallecidos. Pero no hay que irse a cabestros tan profundamente insensibles como Bolsonaro. Basta conectar un rato con un talent show para ver mensajes que estigmatizan el llanto o lo asocian con debilidad de los concursantes —“y no lloré, Aitana, no lloré”—. Como si uno no pudiera llorar como método de desahogo y, a continuación, enjugarse el llanto y seguir peleando.
Así que, nada, valga esta humilde columna como una reivindicación del derecho a llorar a lágrima viva, como describía el poeta Oliverio Girondo —“Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto”—. Lo considero relevante y necesario en una sociedad que se enfrentará en unos meses a una oleada de problemas de salud mental pospandemia pero que ya cuenta con el suicidio como primera causa de muerte no natural desde 2007, duplicando las cifras de los fallecimientos por accidentes de tráfico y multiplicando por 12 las cifras de homicidios. Alrededor de 10 personas se suicidaron durante cada día de la última década. Y, retomando lo expuesto respecto al sexo masculino, el 75% de los suicidios fueron hombres. Pero, volviendo a lo expuesto en esta columna, todo lo relacionado con la salud mental sigue siendo un tabú y nos cuesta siquiera reconocerlo como problema, no digamos ya solucionarlo. Creo, en fin, que el tema requiere una seria reflexión.