Diciembre de 2021 parece la tormenta perfecta. Se unen puentes, vacaciones, fechas señaladas, comidas de empresa —sí, yo también creo que hay más comidas de empresa que empresas en nuestro país— con el frío y la lluvia que nos llevan a esos espacios cerrados donde mejor se mueve el virus.
Al mando de esa tormenta perfecta, en la cúspide del poder ejecutivo en cuanto a una materia cedida a las comunidades autónomas, tenemos a alguien cuyo paquete de medidas para frenar la pandemia tiene como piedra angular la imposición de la mascarilla en exteriores. Todavía me estoy pellizcando a ver si es tarro. Cachondeo. Una broma. Espero de corazón que lo sea, y solo sea más papel mojado.
Poco se habla de estrategias reales para seguir incrementando la vacunación de los no vacunados. Se habla más de pedir el certificado covid en un país con los porcentajes de vacunación que tenemos. Poco se habla de la situación en la que se mueve la atención primaria. Se habla más de contratar sanitarios jubilados. Todo esto, en un país en el que no hay tests en las farmacias, en un país en el que las vacunas las ponen en ocasiones alumnos en prácticas que salen gratis a la Administración, y en un país en el que definitivamente hemos perdido una oportunidad de oro para prepararnos para lo que, imaginábamos, podía volver a ocurrir.
Y, aun así, con todo ello, los índices de hospitalización y mortalidad están en mínimos si los comparamos a otras olas. Pero enciendes tu televisión, o te metes en Twitter, o abres el periódico, y pareciera que el mundo va a salir ardiendo, por mucho que mires por la ventana y esté lloviendo. Ni hablamos de ver a dirigentes políticos decir de todo sobre los sanitarios. Hipócritas que les aplaudían religiosamente a las ocho de la tarde, a favor de quitarles las vacaciones de navidad a los sanitarios. De contratar más sanitarios, ni hablar. Qué país nos está quedando.
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