Long John Silver.
Long John Silver.

No hace mucho una amiga me contó haber presenciado a una pandilla de gamberros apaleando a un indigente, ella llamó a la policía que tardó demasiado en acudir, cuando ya ese pobre hombre se encontraba muy malherido.

Se trata de un personaje de ficción muy atractivo, reflejo de la ambigüedad moral de la naturaleza humana entre el egoísmo y la generosidad. Hipócrita, asesino y cruel, siempre fue leal al entrañable joven Jim Hawkins a quien adiestra y protege, lo cual hace posible que éste supere con éxito la aventura narrada por Stevenson en La Isla del Tesoro, la novela más completa jamás escrita. Silver lucha por un tesoro que pertenece a sus compañeros piratas, contra acomodados aventureros oportunistas. Jim Hawkins forma parte de este grupo pero descubre que para ganar el tesoro ha de comportarse como un pirata y John Silver, maestro de bucaneros, le brinda una lección que el chico aprovecha hasta el final cuando triunfa y vuelve a su bando. La novela comienza con la muerte del padre de Jim y termina con la fuga del pirata llevándose buena parte del botín, ante la complicidad y satisfacción del muchacho.

La magia de la aventura marinera de la goleta La Hispaniola ha dado lugar a múltiples versiones cinematográficas desde la que dirige Fleming en 1934, aunque para mi es Charlton Heston quien borda a Long John Silver en 1990. Norma Editorial sacó una serie de cuidados volúmenes de cómic dedicados al carismático pirata, que dibuja Lauffray con guiones de Dorison. Pero sin duda la recreación más atractiva de Long John es la novela del sueco Björn Larsson (1995) no traducida al castellano, lo cual dice muy poco de la agudeza de nuestros editores. Existe una excelente versión italiana de Roberto Mussapi y Katia De Marco: La Vera Storia del Pirata Long John Silver, que le describe disfrutando su botín en Madagascar donde redacta sus memorias en 1742.

También podemos soñarlo en Cádiz, donde el Callejón de los Piratas recuerda a los Hermanos de la Costa, muy cerca hubiese encontrado más modesto acomodo en el Hostal Casa Caracol, que en la calle Suárez de Salazar ofrece cama por 14 euros, un precio muy razonable que sin embargo no resulta asequible a los abundantes “sin techo”, tema de lacerante actualidad que pone de relieve la precariedad en nuestro mundo más inmediato. John Silver confirmaría que si un Estado no garantiza alojamiento digno a todos sus ciudadanos no puede considerarse realmente democrático.

Esto me conduce a recordar que Cádiz aún no ha resuelto los problemas de las personas que aún pueblan la Alameda y otros espacios de la ciudad. Se trabaja en la construcción de albergues con lentitud, pero lo peor es la ausencia de medidas de asistencia personalizada, porque se trata de un colectivo muy frágil y plural, algunos personas necesitan ser escuchados; otros protegidos, no hace mucho una amiga me contó haber presenciado a una pandilla de gamberros apaleando a un indigente, ella llamó a la policía que tardó demasiado en acudir, cuando ya ese pobre hombre se encontraba muy malherido, y los malhechores ya habían emprendido la fuga dejando un rastro de sangre que a todos y a todas nos debiera doler mucho.

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