Desde hace unas semanas, el cantante Miguel Bosé anda tuiteando frenéticamente contra las vacunas. Según su teoría, plagada de datos objetivamente falsos, hay una especie de conspiración mundial donde los supervillanos son la Alianza Mundial por la Vacunación (GAVI) —una agencia de la ONU que Bosé confunde con una empresa farmacéutica—, el matrimonio de Bill y Melinda Gates, la red 5G y Pedro Sánchez —que lo mismo vale para un roto que para un descosido—. Con este plantel absolutamente random, Bosé desgrana una surrealista teoría según la cual, simplificando, las vacunas van a incorporar microchips o nanobots para obtener información y controlar a la población, de modo que nos convirtamos en esclavos involuntarios del Gobierno y Pedro Sánchez nos pueda teledirigir como quien juega con la PlayStation. Locurón, ¿no?
El problema de esto es que no me provoca risa alguna. Porque el movimiento antivacunas es, hoy por hoy, mucho más que cuatro frikis inofensivos. Es una amenaza potencial de máxima seriedad para la salud pública, y más en un contexto como el actual que debería, más que nunca, hacernos ver la importancia de las vacunas. Así que solo encuentro tres posibles explicaciones para ello: el desconocimiento, la estupidez, o la maldad.
Todos conocemos historias por películas y novelas o directamente por nuestros antepasados: que si familiares que fallecieron por la tisis —es decir, la tuberculosis—, que si niños que no podían jugar en la calle por la polio, que si hijos fallecidos siendo niños por el garrotillo —nombre popular de la difteria—, etc. Y no nos damos cuenta la tremenda fortuna de que los jóvenes españoles no sepan ya siquiera qué es eso del garrotillo.
Las vacunas, junto con los antibióticos, son los máximos responsables de que la esperanza de vida haya pasado de menos de 40 años a comienzos del siglo XX a más de 80 a principios del XXI. ¿O es que creemos que esto es casualidad? ¿Consideramos que, como ya hemos avanzado mucho como sociedad, las enfermedades antiguas no van a regresar y tampoco van a aparecer nuevas enfermedades? Porque digo yo que algún ejemplo reciente tenemos...
El problema es que lo de Bosé es más que una anécdota de un ídolo caído. Esta secta de pirados y/o malnacidos es cada vez más voluminosa, y eso la convierte en un peligro para la salud pública. Ojo, no para la salud de ellos mismos, sino para la de los demás: la de sus hijos y familiares, la de las personas que les rodean y, finalmente, la de toda nuestra sociedad. Porque la decisión de no vacunarse no solo pone en riesgo al sujeto en cuestión, sino a toda la sociedad como conjunto, como comunidad. Y de ahí el profundo desprecio que, comprobarán, les tengo.
Pero, claro, existe toda una narrativa propia de alguna saga de películas adolescentes y que parece resultar muy seductora para personas hechas y derechas del siglo XXI. Entre los argumentos que los antivacunas repiten como papagayos tenemos que las vacunas causarían autismo a los niños, que su único fin es enriquecer a las farmacéuticas —que tendrían amenazados a los alrededor de 59 millones de sanitarios y a los cerca de 8 millones de científicos de todo el mundo para que no destapen la “verdad”—, que los padres deben ser quienes decidan —porque un padre o una madre, por el mero hecho de la fecundación, sabe mejor lo que es bueno médicamente para sus hijos que un médico o, mejor argumento aún, que las farmacéuticas corruptas—, etc.
En cuanto al tema del autismo, la única explicación es la mala voluntad de pseudocientíficos que intentan aprovecharse de la inocencia —y, en ocasiones, la desesperación— de padres de hijos autistas. Desgraciadamente, esta falsa asociación entre vacunas y autismo ha sido también noticia en estos días por unas declaraciones del rapero Kase.O en las que daba pábulo a esta hipótesis que innumerables estudios revelan falsa. Al menos, Kase.O pidió disculpas a continuación, reconociendo que hablaba sin suficiente conocimiento de causa de un tema extremadamente sensible, en un gesto que le honra.
En cuanto a las teorías conspiranoicas, ¿qué puede haber más seductor que un “Lo que los médicos no quieren que sepas”? Estos timadores, charlatanes profesionales que intentan imitar el estilo del lenguaje científico para comunicar absolutas barbaridades, tienen mucho predicamento en esta sociedad que parece ir dejando la razón en el último rincón de un oscuro cajón. Por ejemplo, hace unos años tuvo lugar en Barcelona un evento titulado “Un mundo sin cáncer: lo que tu médico no te está contando”, con lo mejor de cada casa como ponentes. Y no puedo dejar de pensar que son la calaña más baja de la sociedad: timadores que intentan aprovecharse de la desesperación y el dolor ajenos, trileros que juegan con lo que no se juega. De paso, con esas formulaciones intentan incluir a los sanitarios, esos que a la hora de la verdad sí se juegan sus vidas por nosotros, en ese supuesto eje del mal de corrupción y falsedad.
En cuanto al argumento de la libertad, es mi favorito. ¿Quién podría oponerse a la libertad? Así que al ataque: ¿qué hace el Estado, con sus políticos corruptos, metiendo las manos en cómo quiere uno criar a sus hijos? Pues verás, Braveheart de tres al cuarto: lo que hace es velar por nuestra salud, por la de todos, y en especial por la de los más débiles. Porque, para empezar, si tú decides no vacunar a tu hijo, pones en riesgo a personas que no sois ni tú ni tu hijo. Pero es que, además, amenazas la salud de tu propio hijo por tu estúpida frivolidad. Y así, cuando en 2015 muere un niño de 6 años por difteria —sí, el mencionado garrotillo—, enfermedad erradicada en España hace más de 30 años, siento rabia e impotencia. Y, como este caso, muchos otros fuera y dentro de España. Enfermedades que no pensábamos volver a ver en nuestro país regresando como consecuencia de la absoluta estupidez humana.
Y, por eso, no me genera risa cuando Donald Trump especula con inyectarse lejía, como tampoco cuando algún canalla autóctono que no merece ser nombrado intenta promocionar esa misma sustancia como solución contra el autismo o contra el covid-19. Porque a todos nos encanta sentirnos inteligentes, sin duda más inteligentes que los políticos, pero incluso más que los científicos. Y por eso necesitamos las vacunas, como necesitamos también que la información y el conocimiento se erijan como vacunas contra esos seres que considero parte de lo más patético y nauseabundo de la sociedad.