Pensaba que ya no iba a escribir más sobre la situación catalana. Estaba segura de que ya se ha dicho todo o casi todo y que no valía la pena volver sobre el tema. ¡Ufffff, qué pereza! Pero mira por dónde, hoy, después de leer las últimas noticias en las que el señor Torra afirma que no va a asistir a los actos de los Juegos del Mediterráneo, en los que estará presente el Rey Felipe VI, con el que no le da la gana encontrarse, ni hablar, ni saludar, me he lanzado al ordenador.
No lo puedo remediar, cada vez que este señor abre la boca se me revuelve el estómago. Es como si mi capacidad de empatía, de raciocinio, de comprensión del otro se esfumaran. Teresa, me digo a mí misma, no tienes que ser más objetiva y dejar de dar la palabra a tus tripas. Pero esa Teresa capaz de permanecer fría y distante ante los hechos que cada mañana nos vienen a sorprender, no aparece, se ha esfumado. La indignación y el cabreo se apoderan de mí, y de pronto me encuentro hablando como aquella Shirley Valentine, que mantenía larguísimas conversaciones con la pared de su cocina. A falta de un interlocutor, ella se desfogaba de esa forma. A este paso pienso que así acabaré yo con el tema, el gran tema: el señor Torra.
Claro que en mi caso, tengo la suerte de contar con un compañero que suele estar atento a mis arrebatos, incluso, solidariamente me acompaña. Juntos formamos un buen tándem cuando se trata de enfadarnos por determinadas cuestiones incomprensibles que están sucediendo en este país.
¿Se puede ser más infantil? El señor Torra está enfadado, sí señor. El señor Torra hace tiempo que “no se junta” con nadie que tenga que ver con España, esa mala madre que no es capaz de satisfacer todos los deseos de sus vástagos. Y en lugar de situarse en su rol representativo, actúa como si el tema fuera algo personal y decide que no asiste a un acto protocolario donde deberá actuar como un adulto responsable y ecuánime. Me pregunto si este señor ha trabajado antes en algún sitio. Si no ha tenido que lidiar con tantas y tantas situaciones que cualquier hijo de vecino se encuentra en su vida profesional. La gente suele trabajar con jefes, compañeros y subordinados hacia los que no está obligado a sentir simpatía, pero en eso consiste ser un profesional: en saber diferenciar las fobias y las filias del papel que te toca jugar en una organización. Francamente, dudo que nuestro señor Torra haya tenido esa oportunidad. Quizás así habría podido aprender algo fundamental para poder vivir con los demás y poder encontrar puntos de encuentro en los momentos de desacuerdo.
¡Pero bueno, es increíble!, le decía hoy a mi marido, mientras pelábamos las patatas para la tortilla. Este hombre cobra un sueldo por representar a todos los catalanes, independentistas y no independentistas. ¿Se puede permitir que pueda hacer algo así? ¿No está dejando claro entonces a quién representa? ¿Debería estar al mando de la Generalitat? Es increíble que un político que representa a todos los ciudadanos de su territorio decida, así porque sí, porque está enfadado, dejar de saludar a otro gobernante de igual o superior jerarquía.
Y esto sirve para cualquier político o mandatario. Tener que tragar con lo que no te gusta va dentro del rol que te toca jugar en la arena política y también en el sueldo que pagamos todos los ciudadanos a nuestros representantes. También Mariano Rajoy ha actuado durante mucho tiempo como el señor Torra. Ha mirado para otro lado y ha evitado sentarse a hablar como adulto y como Jefe de Gobierno de los españoles. Uno y otros no están cumpliendo, hasta ahora, con lo que se espera que sea un gobernante: una persona madura, capaz de enfrentarse a las situaciones desagradables que le exige el cargo; con actitudes que en otros ámbitos exigimos a cualquiera que ocupa un cargo de responsabilidad.
¿Es que acaso alguien piensa que Manuel Fraga y Santiago Carrillo, por poner un ejemplo, sentían algún tipo de simpatía el uno por el otro? Ellos dieron una lección de lo que estoy diciendo. Dejaron a un lado todo lo que les separaba, que era mucho, y pudieron sacar adelante una constitución. Nadie les pidió que fueran amigos, pero sí que fueran capaces de hablar, de ponerse en la piel del otro, de respetarse y de pensar más allá de sus propios intereses. Me pregunto a quien le corresponde exigir al señor Torra que cumpla con sus responsabilidades y se deje de pataleos infantiles.