Hace unas semanas asistí a una conferencia sobre participación ciudadana, allí se dijo algo que captó profundamente mi atención: el trabajo es hacer todo lo posible con lo que tengamos, para que nada quede igual. Las soluciones más simples suelen ser las más eficientes. Para poder llegar a resolver una dificultad, un escollo, esté te tiene que doler, debe de incordiarte, debe de ser lo suficientemente importante para ti como para quererlo mutar, modificar o (trans)formar. Desde el conformismo no se corrigen las vicisitudes y todo tiene solución, menos que te eché la mano por encima el de la guadaña y capa negra.
La revolusión la realizará el pueblo, no saldrá de nadie más y, ¡Dios Mío!, que a todos todo nos duela lo suficiente como para que nos quedemos extasiados y sin fuerza. Para que aún estando medio moribundos sigamos reivindicando que vuestro compromiso, el de los dirigentes, es el de ayudar a la ciudadanía, no a vosotros mismos, que al fin y al cabo sois un grupo de privilegiados, sino a los del pueblo más llano, y que estáis ahí tan solo porque nosotros y nosotras os hemos elegido. No hay ninguna justificación para que alguien se crea superior por el hecho de ocupar algún cargo, normalmente esas decisiones no suelen obedecer a que seamos unos lumbreras, desgraciadamente y como he podido ir comprobando con el paso del tiempo, no hace falta ser un insigne para encontrarse dirigiendo una organización, una institución, incluso un país.
Muchas veces ese tipo de decisiones suelen obedecer más a otras “cuestiones” que al trabajo desempeñado o cualificación adquirida, debido a la labor que cometo he comprobado cómo funcionan las relaciones que se establecen en cualquier tipo de ambiente desde una visión bastante privilegiada y siempre advierto lo mismo, en cualquier organización se establecen clases, como si no fuéramos todes iguales, personas que nos levantamos todos los días a la misma hora, además sí en esa organización existe algún área predominada por mujeres, esa se encontrará siempre lo más abajo, ¿verdad?, mis adorables y amadas kellys. Nos hemos convertimos en todos unos expertos en mirar hacia otro lado, ante cualquier injusticia, y la norma regular en nuestra sociedad no es solucionar los problemas, sino observar, mientras que nos hacemos tirabuzones en el pelo y masticamos chicle, como saca el vecino la basura.
Los partidos políticos de derechas, Cs, Vox y PP, suelen ser muy fieles a este tipo de metafísicas, esa resistencia al cambio, ese no quiero que naìta nà se modifique, y a eso en mí tierra se le llama miedo, ¿qué no? No nì nà, recelo de pensar que pueden perder todo lo conseguido la clase social más enriquecida, torres más grandes han caído, que uno de la cantera choquera popular se encuentra cumpliendo condena, y que muy probablemente, desde ese estatus que poseía jamás pensó que a él podría pasarle algo así, y ahora que lo pienso seguramente esa creencia fue su propia condena. Si, Bárcenas nació en la provincia de Huelva, un orgullo más que compartir de mí ya de por sí maltratada provincia.
Tanto hemos mirado hacia otro lado que ahora parece que las violaciones cometidas hacía las mujeres, es algo actual que nunca ha existido, que nunca se ha dado. Nos asustamos, nos escandalizamos cuando escuchamos casos como el de Sabadell, otra manada, otro grupo de energúmenos, que han vuelto a destrozar otra vida. Eso ha existido siempre. Desgraciadamente hasta que no haya una fuerte cognición feminista en quienes nos dirigen, esto no cambiara, deberíamos de ser ya conscientes de que la educación sexual ha sido siempre más necesaria que el saber rezar, y que a los hombres heterosexuales o bisexuales, aún en pleno siglo XXI, se auto-ilustran en dichas materias observando films de ciencia ficción donde los que la dirigen hacen que las mujeres actúen asumiendo un papel de servicio y masoquista.