Si la diplomacia marroquí se caracteriza por algo, es por no tener ni política ni estrategia fija, pese a dedicarse exclusivamente a la cuestión del Sáhara Occidental. Así, la predicción de sus acciones se convierte en una misión casi imposible. Sus maniobras no encajan en los conceptos clásicos de las normas que rigen la política exterior de los países. Sus reciente movimientos, cambio del mapa de aliados e inclusión de nuevos adversarios, refleja la incoherencia inherente a la acción exterior marroquí, por lo menos, desde el comienzo del conflicto del Sáhara Occidental.
Inicialmente, en los primeros años del conflicto, y en el contexto de la guerra fría, Marruecos, comandado por Hassan II, adoptó la política del asiento vacío y la de boicotear a todos aquellos países que reconocieron a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) o, simplemente, prestaron apoyo o demostraron cercanía con el Frente Polisario. Por ello, salió de la Organización de Unidad Africana; rompió las relaciones con la gran mayoría de sus países e hizo lo mismo con el bloque latinoamericano y caribeño, particularmente con Cuba. Eso sí, manteniendo los lazos con países claves para sus intereses, Argelia y México, entre otros. Dicho de otro modo, en vez de cesar las relaciones diplomáticas, procuró intensificarlas, como refleja su demanda constante por reabrir la frontera terrestre con Argelia, cerrada desde mediado de los 90, por actividades ilícitas de reino alauí: narcotráfico y apoyo logístico a grupos terroristas.
Posteriormente, con Mohamed VI, menos hábil que su predecesor y sin la experimentada vieja guardia que acompañó a su padre, los vaivenes de la política exterior marroquíes se quedaron aún más palpables. Respecto a África, un continente tradicionalmente con tendencias anti colonialistas, Marruecos empezó con un enfoque distinto, intentando tejer alianzas con los pueblos africanos -no con los aparatos estatales- aprovechando su poder blando, inversiones y la cuestión religiosa, principalmente. Lo anterior quedó demostrado en los itinerarios de sus visitas a países subsaharianos: asistir a rezos colectivos, madrasas coránicas, en vez de encuentros con autoridades; e ‘intensa’ actividad económica manifestada por el protagonismo de la Aerolínea Real Marroquí, como uno de los principales medios de transporte aéreo en el continente.
Inmediatamente después de las pobres cosechas y la creciente presencia de la RASD en las instituciones panafricanas, la diplomacia marroquí, protagonizó otro giro brusco: volver a la Unión Africana, de donde había salido voluntariamente hace más de 34 años; y tantear países, tradicionalmente, conocidos por su apoyo a la causa saharaui, como Nigeria, Sudáfrica o Cuba en la otra ribera del Atlántico.
Y en el plano de las superpotencias con presencia permanente en el Consejo de Seguridad, en los últimos tres años, Mohamed VI, evitó apostar por sus principales aliados (Francia y EEUU), yendo a buscar apoyos en fuerzas emergentes como India, Rusia y China -ex bloque oriental- después de asegurar la progresiva regresión del apoyo americano a la tesis marroquí sobre el Sáhara Occidental. Otro fracaso, Rusia y China no avalaron la última resolución del Consejo de Seguridad por considerarla demasiado blanda con imponer el derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación.
El último capítulo de su permanente guerra de posiciones, Marruecos vuelve a probar encajar el conflicto en la guerra por el control de Oriente Próximo, auspiciada por las dos potencias regionales: Arabia Saudí e Irán, con el fin de mantener la financiación saudí, así como la simpatía occidental. La coartada es “vínculos de Hizbulá con el Polisario”, cuya obvia falta de pruebas, desmontó el relato antes de que circule por los canales diplomáticos.
Después de dicho fiasco y los sucesivos reveses a nivel de Europea y África, pese de los enorme estímulo económico para promover el relato marroquí, diarios cercanos de El Majzen (nombre por el que se conoce al régimen marroquí), sondean la idea del eminente cambio del titular de exteriores de Marruecos, Bourita, sucesor de Mezouar, por el actual director del Servicio Secreto Exterior, Al-Mansouri.
En fin, parece que Mohamed VI —más tiempo fuera que dentro de su país— en el corto plazo, mantendrá sus dos objetivos primordiales: conseguir apoyos en el conflicto del Sáhara Occidental y, en segundo lugar, asistencia económica para aliviar la desastrosa situación doméstica de la monarquía. Para ello, el monarca seguirá cambiando de aliados, así como de jefes de su servicio exterior. Es decir, una diplomacia sin rumbo y sin cabeza estable.
Abdo Taleb Omar, investigador predoctoral en Ciencias Políticas de la Universidad del País Vasco.