Mucho más que cualquier otro monumento, el Gran Teatro Falla es el gran monumento y símbolo de la ciudad, al menos para una gran parte de su población y, a diferencia de París, la seña más importante de su identidad.
Canal Sur dedicaba hace unos días un programa al hecho religioso que sería el Carnaval, con una foto del Teatro Falla, para insistir simbólicamente en el Falla como la catedral del Carnaval. Creo en ti, Carnaval de Cádiz. La religión. La comparsa de Juan Carlos Aragón, Los peregrinos, cantaba en 2017: Creo en ti, oh todo poderoso Carnaval de Cadi, y tras su muerte es constante que se trate a Aragón como a un mesías del Carnaval. Una pérdida humana y creativa del COAC en la cima de su creatividad que nos conmocionó a todos.
El Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas ha ido formando una épica con un largo panteón de ángeles y dioses. Un panteón celestial que aunque sea respetado por muchøs recibe cada vez voces más críticas. Una corriente de esas voces críticas se pregunta cuál es la edad media de los creadores de ese Carnaval del Falla; alrededor de los 50 años. Un Carnaval que para muchos se ha ido quedando anquilosado, anticuado y cada vez más cerrado en sí mismo. Unas agrupaciones de concurso que se hacen homenajes entre sí constantemente o que critican al Jurado o que expresan la mayor de sus emociones por estar en esas tablas cantando.
Otra corriente de voces críticas, y no solo en las columnas de opinión, habla de que se está perdiendo la esencia, y vuelven una y otra vez con que hay que seguir cantando a Paco Alba y a Cañamaque. Ya me gustaría saber que hubiera sido del concurso sin las innovaciones, precisamente, de esos dos personajes.
Alguien se pregunta por qué las mujeres, que en el Carnaval de Cadi, en las calles de Cadi, son muy creativas y están muy presentes, son casi inexistentes en el concurso. Hay quien parece no poder comprender que el Falla y su concurso no son la medida universal de todo. El Falla es apenas un concurso, con la inmensa importancia que tiene para la ciudad, pero ha ido quedando como Los Inválidos, un edificio que en el siglo XVII acogía a los soldados de la Armada retirados dedicados a culturizarse y a practicar pequeños oficios, y donde finalmente fue enterrado Napoleón, de forma tan ingeniosa que para mirar su tumba hay que inclinar, ante él, la cabeza. Hay muchøs hacedores de Carnaval a quienes el Falla no les llama o les interesa poco.
Carnaval es identidad, también, y el regreso a la famosa tradición y la recuperación de sus esencias parecen no reparar, por ejemplo, en la pérdida de una de sus mayores esencias en el concurso del Falla: el tipo. El tipo no es un disfraz, es un resumen visual de la historia que la agrupación va a contar, es la figura con forma humana de la historia que se va a contar, también en la calle, de lo que se va a contar y a cantar. Se supone que el repertorio tiene que guardar coherencia completa con el tipo, pero no es así en muchos casos. Simplemente se cantan cosas aprovechando que se está sobre las tablas del teatro, pero el espectador se preguntaría qué relación de coherencia discursiva guardan los textos entre sí, y los textos con el tipo. Por supuesto, hay ejemplos magistrales de la pervivencia de esa muestra de identidad del Carnaval de Cadi que algunas agrupaciones, pocas, cada vez menos, siguen practicando.
El divorcio entre el Carnaval y el concurso no se ha celebrado formalmente, pero el malestar en ese matrimonio es notable. El Carnaval moderno está en la calle y en un par, benévolamente, de agrupaciones que siguen acudiendo al Falla.
Carnaval es todo lo contrario de tradición, aunque por la necesidad de seguir aferrándose a una identidad el Carnaval haya sido desactivado en varios espacios a favor de una épica identitaria, casi nacionalista, por supuesto religiosa. Y religiosa en relación, también, a una religión existente ya, aunque no preexistente. El cristianismo vino a combatir los rituales que se encontró y que son el Carnaval arcaico. Unos rituales que han ido evolucionando, modernizándose, en las sociedades en que han ido habitando. Miremos las calles de Cadi, miremos en sus callejones, donde todo se mezcla, donde cada año se puede admirar una novedad al menos. Y escuchemos la sabiduría de ese público nómada de las calles: Vamo a escushá. Y cuando no gusta lo que se oye, esos nómadas se cogen el montante, se dan la media vuelta y se largan hasta la siguiente esquina.