El fuego -desde su descubrimiento- siempre ha tenido un papel fundamental en todas las sociedades y culturas. Es un elemento con el que se han construido diferentes simbologías y ha sido objeto de veneración y culto. Desde el Homo Neanderthalensis, hasta los dioses grecorromanos, pasando por los guaraníes las llamas han servido para celebrar rituales en torno a ellas, así como la interpretación del fuego como sinónimo de protección, de salvación, de alimento, de pasión, de vida, de purificación y sobre todo, elemento a través del que se conforma comunidad.
Las hogueras siempre han sido un punto donde encontrarse, donde hablar y donde compartir. La luz del fuego nos invita a conocer al otro, a escucharlo y a entenderlo; a reforzar lazos personales que ayudan a construir una comunidad amplia. Las ceremonias o celebraciones que usan el fuego son mayoría, por lo que el fuego es transmisor de costumbres y tradiciones. En las hogueras se cocina y se comparte. Y en las hogueras también se depositan esperanzas y anhelos. La quema es un elemento purificador espiritualmente, nos hace creer en la posibilidad del olvido y el deseo de avanzar. En mi pueblo, Aracena (Huelva), lo tenemos claro y por eso, año tras año nos seguimos reuniendo alrededor del fuego.
Los rehiletes es una tradición que camina entre lo religioso, lo agrícola y lo pagano. Esta ceremonia ancestral se celebra en la festividad de la Inmaculada Concepción, celebrando el fin de la recogida de la castaña, y ayudando a limpiar el campo de las hojas para que las lluvias de invierno permeen sobre la tierra. Todo esto mezclado con el sentido purificador del fuego. Salir al campo junto a tus amigos o familia para elaborar el rehilete es un ritual necesario para la festividad. El rehilete consiste en una vara de olivo -tiene que ser de olivo por su flexibilidad y resistencia- en la que se van pinchando hojas secas de castaño hasta tener una figura cilíndrica que se coronará con una castaña pinchada al final para que las hojas no se caigan.
En diferentes barrios del pueblo, los vecinos se organizan para recoger leña, amontonarla y hacer una candela -cada año de más grandes dimensiones- en las que, a medida que la noche va entrando, poder reunirse alrededor del fuego y quemar los tradicionales rehiletes. El rehilete se le prende fuego y se comienza a dar vueltas circulares con el brazo hasta que se desintegran todas las hojas. En el aire se forman círculos de fuego, decorados con chispas que se entremezclan con el resto de anillos de llamas que se dibujan cerca de la candela. Todo esto, en muchas ocasiones, acompañado de risas, música, comida y bebida. En la España profunda -concepto usado por Ana Iris Simón y que creo también necesario resignificar-, en la Andalucía rural y los pueblos a los que las ciudades miran con superioridad, sabemos disfrutar de la vida y sobre todo, nos cuidamos.
Los rehiletes, como otras tantas fiestas, no es más que una excusa para reunirnos, disfrutar de la vida y cuidarnos los unos a los otros. Al igual que en el paleolítico, los seres humanos nos seguimos juntando alrededor del fuego para contar historias y compartir. Compartir sin importar a quién haya votado en las últimas elecciones, ni si cree que el cielo se toma por asalto o nube a nube, o si cree que Greta Thunberg es un producto del capitalismo o una activista valiente. No importa porque construir comunidad es mucho más que relacionarte en función de intereses políticos.
Cuando salimos de nuestra burbuja de las redes sociales vemos que el mundo es diferente y que los haters son amigos de tu amigo y acabáis cantando juntos por Triana o que aquel que un día dijo que los comunistas iban a quitar las segundas viviendas no tiene ni una primera. Los problemas y los intereses, fuera junto al fuego, no se miran por likes o trending topic, si no por emociones. Y en el pueblo tus amigos son amigos antes de que supieses cual era tu mano izquierda o tu mano derecha; y se discute y se debate, evidentemente, pero con una cerveza y quedando para la próxima. Yo prefiero la vida de mi pueblo, la vida de la España profunda, la de salir a comer pipas a la plaza y no quedar para ir al centro comercial, la de los huevos comprados a tu vecina y no los huevos comprado en una tienda ecoveganfriendly que está donde antes había un ultramarinos desde los 60.
Me gusta Aracena, me gusta la España profunda y la persona que me ha hecho ser y todo lo que me sigue aportando. Me gusta volver y encontrarme con mis amigas de siempre, cruzarme con la misma gente de siempre y hacer lo mismo de siempre. Me gustan las tradiciones como los rehiletes, donde se comparte, se construye comunidad y se celebra la vida. Tradiciones que van pasando de abuelos a nietos, de padres a hijos y de amiga del pueblo a amiga forastera que se ha venido a vivir hace poco. Con la quema del rehilete se purifica la vida y sobre todo se agudiza la vista al ver que: hay que volver a los pueblos para saber que lo que los trendy tratan de hacer, aquí llevamos haciéndolo siglos; hay que volver a los pueblos para entender que la comunidad no se forma mediante experimentos teóricos en laboratorios si no con tradiciones, cultura popular, contacto físico y mucha práctica; y sobre todo, que a pesar de toda la evolución de la historia de la humanidad habremos cambiado mucho pero, al final, seguimos haciendo lo mismo. Es decir, en definitiva, seguimos siendo humanos.
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