Últimamente oímos hablar de economía circular como la piedra filosofal que permitirá que pueda darse un crecimiento económico eterno mediante soluciones tecnológicas que aumentarán la productividad de los recursos naturales, reduciendo los daños al medioambiente. En Europa se ha puesto de moda este término y existe un plan de acción para poner en marcha iniciativas de economía circular.
De nuevo, como si se tratara de un disco rayado, la Unión Europea repite en ese plan lo mismo que defendía en la Estrategia para un Desarrollo Sostenible de 2001, y supedita la cohesión social y la protección del medio ambiente al crecimiento económico. Otra vez insiste en que el crecimiento puede ser ilimitado y desvincularse del deterioro ambiental gracias a las nuevas tecnologías. ¡Se ha inventado el círculo! Sin embargo, una isla de plástico en el Pacífico de mayor tamaño que Francia, nos recuerda que “obras son amores y no buenas razones”. Mencionar sostenibilidad hasta la saciedad como un mantra políticamente correcto y comúnmente aceptado desde los años 90, ha sido insuficiente e ineficaz en la lucha contra la mayor amenaza medioambiental a que se enfrenta la humanidad: el cambio climático.
Las luces que anuncian la economía circular vienen acompañadas de procesos de ecología industrial en un paraíso de reciclajes, ecodiseños y flujos de materia y energía infinitos, donde los residuos son valorizados y revalorizados. La Fundación Ellen Mac Arthur, principal impulsora de la economía circular, nos ofrece propuestas de brillo optimista, tecnológico y lleno de nuevos diseños para una suerte de ecocapitalismo. La conforman corporaciones que incluyen a Danone, Google, Nike o Renault. Incluso hay premios de economía circular. Una de las empresas que lo ganó en 2017 fue Nike, que anunció el ambicioso objetivo de duplicar su negocio con la mitad de impacto, por medio de la adopción de los principios de la economía circular en el centro de su estrategia.
Nos muestran una economía circular, cerrada y mágica, donde solo funciona la primera ley de la termodinámica “la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma”. Una economía de ciclos de regeneración infinitos que olvida la segunda ley, la de la entropía, mediante la que cualquier transformación, cualquier proceso de reciclaje, da lugar a que una parte de la energía utilizada en el proceso se disipe y no se pueda volver a utilizar. Se obvia la Paradoja de Jevons que explica como los aumentos de eficiencia de uso de los recursos debidos al perfeccionamiento tecnológico, provocan aumentos de consumo que neutralizan el ahorro de energía o de uso de recursos esperado por las mejoras de eficiencia. Gracias a mejoras tecnológicas, los coches son cada vez más eficientes, pero como su utilización ha aumentado exponencialmente, han crecido vertiginosamente las emisiones globales contaminantes del transporte por carretera.
La economía circular pone sobre la mesa la urgente necesidad de superar la linealidad del proceso económico que entiende la economía ortodoxa, extraer-producir-consumir-tirar, y propone mejoras tecnológicas en la eficiencia de uso, en el diseño y el reciclaje. Podría ser una herramienta para que mejore la circulación y regeneración en la naturaleza, y no solo porque refuerza el reciclaje, sino porque ofrece soluciones de ecodiseño para que los productos puedan repararse. Incluso, se están pensando en la posibilidad de sustituir productos por servicios. En ese caso, las empresas serían propietarias de los bienes con contenido tecnológico y los consumidores solo pagarían por el servicio. Dibuja un mundo donde la basura se reduce porque copiamos a los ecosistemas en equilibrio y en esos ecosistemas no hay residuos, cada especie tiene su función. Magnífica idea que debe incorporar otra: los ecosistemas no crecen ilimitadamente, sino que alcanzan estados estacionarios de equilibrio.
La economía circular puede ser un instrumento útil en la lucha contra el cambio climático, pero también puede contribuir a que todo siga igual, en un círculo vicioso de crecimiento económico ilimitado con ritmos frenéticos de producción y de generación de emisiones contaminantes que se contraponen a los ritmos biogeoquímicos y vitales del planeta. Es preciso recordar que en 300 años hemos utilizado los recursos fósiles que la naturaleza tardó en crear 300 millones de años, con una idea antropocéntrica y mediante un ritmo un millón de veces superior al geoquímico.
En estos momentos, urge devolver a la naturaleza más de lo que recibimos y poner en cuestión los modelos hiperconsumistas de recursos y energía de los países más ricos. Lo están denunciando jóvenes que no podrán votar en las próximas elecciones en este país debido a su edad, jóvenes como Greta Thunberg que saben que el tiempo se agota, que es momento de frenar y no de acelerar ante el inminente precipicio; que hay que romper con el status quo de extracción, producción, distribución y consumo que existe en estos momentos y poner la justicia climática sobre la mesa. Se trata de romper con la dominación de los tiempos industriales y financieros sobre los tiempos de la vida y recuperarlos, algo que reclaman los movimientos ecologistas y feministas Ese es el gran cambio impostergable. Va la vida en ello.