Aunque el maniqueísmo casaría mejor con el zoroastrismo o el zurvanismo, por no hablar de la religión histórica del mismo nombre, hoy se emplea preferentemente para impregnar cualquier consideración sobre el islam. El islam es bueno o es malo, es violento o es pacifista, es bárbaro o es una de las grandes civilizaciones, se expandió por la espada o por la palabra, ha empoderado a las mujeres o las reprime, está en su momento culmen o lo estuvo hace centurias. No se deja abierta la posibilidad de que ambas cosas sean ciertas, o de que ninguna lo sea. Por alguna razón (a menudo muy concreta) hay que tomar partido.
Este maniqueísmo se infiltra hasta en el lenguaje. Para muchos, el terrorismo islámico no existe: o es terrorismo o es islámico. Las dos cantinelas nos son conocidas: unos dicen que se trata de terrorismo a secas, que “el terror no tiene religión”; otros, que como el islam es violento por naturaleza, los llamados terroristas simplemente practican su islam. Lo dicho: o terrorismo o islam. La mera idea de que hay terroristas que lo son por ser musulmanes, y que sin embargo los demás musulmanes no son terroristas, parece demasiado compleja y enrevesada para ambas posturas.
En teoría, un diagnóstico busca identificar la causa de un percibido problema para poder resolverlo. Todos sabemos, sin embargo, que en la vida real descubrir la causa de un problema suele importar menos que proyectar nuestras fantasías, benignas o malignas, sobre él. Creo que ésta es la causa del referido maniqueísmo; de todos los maniqueísmos, de hecho. Y tan maniqueo es pensar que hablar de terrorismo islámico supone llamar terroristas a todos los musulmanes como pensar que hablar de islam supone hablar de terrorismo.
Es justo reconocer que existen ideologías que son a la vez terroristas e islámicas, y justifican el islam en el terrorismo y el terrorismo en el islam. Independientemente de que sean fruto de una radicalización del islam o —como sugiere Olivier Roy— de una islamización de la radicalidad, el caso es que se las avían para armonizar ambos polos. No son la ideología de Mahoma, o de Alí, o de Harun al-Rashid: son ideologías del siglo XXI, por la sencilla razón de que ninguna ideología que exista fuera de los libros se priva de serlo. Como todas las ideologías no extintas, se inspiran en y responden a problemáticas, ideas y situaciones del siglo XXI, no del Califato Omeya, ni de la Bagdad de Las mil y una noches, ni siquiera de la Guerra Fría (salvo quizás por algunos chiflados en Afganistán).
Estas ideologías islámicas del siglo XXI que inspiran actos terroristas son minoritarias en el conjunto del mundo musulmán, pero con lo que sabemos hasta ahora podemos empezar a percibirlas. Y al estudiar cómo y por qué relacionan el islam con la violencia podremos saber también qué pasos se pueden evitar. Desgraciadamente, para los dos extremos de nuestro debate maniqueo estas ideologías prácticamente no existen: como para unos son simple “terrorismo” y para los otros son simple “islam”, son incapaces de identificarlas antes de que les exploten en las manos.