Nací con la música de la serpiente. De niño, en mi pequeño país de un único día, jugaba con la arena roja junto a las lombrices. No hay un solo motivo por el que quiera olvidarte. Mi padre consoló mi falta de horizontes construyéndome un mar en la azotea. Seré sin que sepas de mí. Y durante muchos años mi lengua sonó como la ajabeba morisca, con su radiante alegría pero de patas cortas. Santiago, tienes las pestañas muy negras. Cuando me habló la profesora no tenía ni siete años de tormentas pasajeras. Seré lo que tú quieras ser.
El olvido sesteando a la brisa de un pino. Mi madre -si aún no lo sabes- conocía todas las palabras vitales. Te quiero. Cuidao. Calla Manolo que me haces arder el alma. Me haces vivir cosas que no sé si alcanzaré a padecer. Cállate. ¡Levedad! ¡Somos Levedad! Y todos los vecinos, la noche lejana del ciclón, salimos a curar el arbolillo que se había partido en dos. Sábanas blancas para cortar la hemorragia de la savia. Tus cortantes palabras, tu rotundo gesto son el gélido viento que silba por las rendijas de mi pensamiento.
Aquella carretera no llevaba a ninguna parte porque la llevaba a ella y a sus delirios de lejanos planetas. Estuvo callada todo el tiempo. Demasiado tiempo. Pero gracias al desastre y a sus silencios pude entablar conversaciones con los castaños y las adelfeiras del camino. Déjame que escuche esa guitarra que hoy me falta el aire. Cuando un bordón estalla en la mano, hiere como lo haría una navaja de plata.
Pero antes de Todo fue la Nada. Toda mi niñez creyendo querer y al final acabé poniendo mi amor en algo en lo que desde un principio no creía. Que hoy necesito el calor de unos brazos que apaguen mi vana esperanza. Los palomos de mi hermano no han parado de volar sobre mi existencia. Vuela Santiago, vuela dejé decir a mi padre solamente una vez cuando el amor, papá mío porque yo lo sé, es una jaula infinita sobre la tierra.
Pero me llegas a decir que nunca el tiempo es perdido y vuelvo a creer y vuelvo a caer. Manolo, podrías ser de mi familia. Otro de los que jamás se rinden. Camisa blanca y palma encallada. Andaluz, murciano, manchego. De Tierras Abiertas. De Mar Adentro. Niña.., abracé la luna antes que a tu cuerpo y a la luna ya no la quiero ni ver. Fiero, salvaje y eterno. Mora en mí tu recuerdo.
Muero para vivir. Así que por mí, amor, no tengas miedo. Todos somos hijos del vaivén.