Confesiones de un hombre perimetrado (2)

Carlos Piedras, nuevo jefe de Edición y Opinión de lavozdelsur.es, en un retrato en la redacción del periódico.

Nací en Madrid, en 1965, aunque llevo exactamente media vida viviendo en Jerez. Soy licenciado en CC de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense. He sido jefe de la sección local del Diario de Jerez y también he trabajado en Información Jerez y el Diario Ya (época de Antena 3). He colaborado con El Mundo, Economía y Empresas, Notodo… Soy socio fundador de lavozdelsur.es. He publicado el libro ‘Sherry & Brandy 2.0’ y he redactado el guion del documental sobre el vino de Jerez ‘Sherryland’. Todo esto ha hecho que me vaya haciendo una idea aproximada de las cosas… 

'Barrios, bloques y basura', de Julia Wertz
'Barrios, bloques y basura', de Julia Wertz

El hombre perimetrado no cree en el mañana. No future. Carpe Diem… esos son sus lemas, lemas que podría llevar perfectamente en el pecho de sus camisetas. El hombre perimetrado y la mujer perimetrada saben que en cualquier momento pueden cambiar el adjetivo que da carta de naturaleza transitoria a su ser actual –el perimetrado- y volver a estar confinados, exactamente igual que hace cinco meses, exactamente igual que el remedio vivido hace siete siglos por los protagonistas del Decameron de Bocaccio, pero cambiando la novelera –vista desde el siglo XXI- peste negra por la posmoderna Covid-19.

En ese contexto, el hombre perimetrado se desenvuelve en un ambiente cada vez más hostil y, aunque de constatado empaque punk, no puede permanecer impasible a lo que ve. Por ahora no sufre el ataque de zombis revividos precisamente por un virus, como en aquella película de un NYC distópico, pero sabe que miles de peligros se ciernen sobre él. El hombre perimetrado, sin ir más lejos –bueno, realmente no podría ir mucho más lejos- pasea por las calles del centro de Jerez y es notario a la fuerza del embrutecimiento que está por llegar, con sus calles llenas de polvo, pegotes y alquitrán, que suena así como el comic Barrios, bloques y basura, de Julia Wertz, que aprovechamos para recomendar en las habituales –tan habituales que ya son recurrentes- divagaciones que se producen en este espacio. Es inevitable que el hombre perimetrado piense en homenajes al mundo de los arrieros cuando va por la calle Pozuelo, en homenajes a la Fórmula Uno (pero a la de James Hunt) en Corredera o en homenajes al western gótico del novelista Cormac McCarthy cuando va por Santa María, vía en su día principal a la que solo le faltan las pacas girando los días de aire y caballos amarrados a la puerta de las tiendas.

Eso sí, igual que alguien despistado puede intuir alguna crítica al Ayuntamiento de Jerez por todo lo dicho anteriormente –no es tal… la crítica, de haberla, sería al signo de los tiempos- el hombre perimetrado debe reconocer que dicha institución ha dado un ejemplo al anticiparse a las demás al ser plenamente consciente –y consecuente- hace ya dos meses de lo que estaba por venir. Y ahora estamos hablando del servicio municipal de autobuses. Recordarán los lectores que hubo distintas críticas por lo magro de los horarios de dicho servicio cuando se establecieron, después de un larguísimo televerano, e incluso hubo quien sacó a colación en bares e internet que dicho servicio en Cádiz dura dos o tres horas más y con más frecuencia de paso… Nada de esto se ciñe a la verdad, queridas lectoras, lo que ocurrió es que nuestros próceres municipales sabían con antelación que en unas semanas iba a ser obligatorio que todos estuviéramos en casa a las 22:30 horas (en el momento de escribir estas líneas), así que no tenía sentido programar autobuses en según qué franjas horarias. ¿Qué cómo lo sabía el gobierno municipal? Eso es otro cantar. Puede que la alcaldesa mantenga contactos al más alto nivel de su época en Madrid como diputada o puede simplemente que haya algún concejal que practique de manera avanzada la quiromancia… imposible por ahora responder a esa pregunta. Lo que queda claro es que esa exuberancia, digamos, de Cádiz y sus autobuses municipales ha quedado en nada ante la evidente practicidad de Jerez… Además de aplaudir la visión del Ayuntamiento de Jerez, desde estas líneas me permitiría dar un pequeño consejo a la Corporación municipal para que siga en vanguardia en todo lo que se refiere a este asunto. ¿Cómo? Muy fácil. Anticípese, señor alcaldesa, a todos los ayuntamientos de la zona y rotule (por ahora este servicio, más adelante ya veremos) en catalán. Siga la ruta marcada por la ministra Celaá y su ley de educación (o algo parecido) todavía en trámite. El castellano al parecer está vetusto tras siglos de imposición y está claro que El siglo XXI será del catalán o no será, como titularía Juan Cruz o algún otro egregio columnista de El País. No lo dude, rotule en catalán. ¿Qué más da poner plaza que plaça en la parada del bus? Pues eso. Incluso los conductores podrían aprender unas pequeñas nociones de este idioma patrio durante el próximo teletrabajo que se avecina y a los clientes se les podría indicar que introduzcan una cierta nasalidad en la palabra shóooofer –tan francesa y tan reconocible en todo el mundo- con la que se dirigen habitualmente al conductor… Imagínense por un momento el titular de La Vanguardia, porque este tema traspasaría fronteras, desde luego: “El Ayuntamiento de Jerez de la Frontera utiliza el catalán como lengua vehicular” (nunca mejor dicho) o mejor aún “El catalán, lengua vehicular en los autobuses del pueblo gaditano en el que nació Inés Arrimadas”. Definitivo. Inversiones catalanas al caer en Jerez, seguro. Una fábrica de Gallina Blanca y cientos de turistas con la bolsa sonando en cuanto el virus lo permita.

Pero sigamos. El hombre perimetrado de lo que no ve, se entera, ya ven. Como no sabe cuándo se va a producir algún tipo de modificación en sus delimitaciones espacio-temporales, está atento, pese a su indiscutible naturaleza punk, a cualquier detalle legal que pueda ser novedoso y acechar precisamente su propio ser… Y todo ello en un mundo, ya decimos, cada vez más hostil, en el que no va a los bancos, pero no porque no tenga dinero o, como punk, no crea en el capitalismo, sino porque pasa de estar dos horas en la cola; tampoco va a Correos a recoger paquetes o citaciones… él es así. Y ahora ese es su mundo.

De hecho, el hombre perimetrado ha dejado de ir también al médico. El otro día se levantó con un dolor en una pierna en la que hace cosa de tres o cuatro años tuvo un problema relativamente serio. En vez de pedir cita con el médico, decidió explicarle el problema a su camarero de referencia, colectivo que, por cierto, ve cómo aumentan sus competencias no retribuidas como oyente de la clientela a medida que avanza la pandemia y se va estrechando su horario. Porque en la situación actual… ¿qué sentido tiene esperar diez días a que alguien, que dice ser tu médico, te llame por teléfono para interesarse por ti? Allá va un trasunto de la hipotética conversación con el médico: “¿Qué le ocurre? Ah, que le duele la pierna… hummm, vaya”. Todo muy Wodehouse. Pues mejor ni se lo cuentas, esperas a ver qué pasa o te vas a urgencias la mañana del viernes o del domingo –días de oración del Islam y del Cristianismo, respectivamente… luego, con un poco de suerte, habrá menos gente- y así te evitas hablar con alguien que seguro que te va a acabar dando la sensación de que está a punto de decirte “es que no te abrigas”, como siempre concluye tu madre cuando le dices por teléfono que estás malo. Qué tiempos aquellos en los que todos los medios afines al Gobierno decían –mejor dicho, propagaban- que ahora era el momento de la Atención Primaria para contener el virus y luego resulta que todos los médicos de este servicio iban a permanecer literalmente atrincherados tras el teléfono. ¿Qué quedó de aquello apenas tres o cuatro meses después de que fuese consigna nacional cuando la realidad ha sido terminar hablando con el médico como si fuera el de Jazztel o el de la guerra de Gila?

A este paso no creo que dure mucho el hombre perimetrado, la verdad. El sitiado pugna ya por abrirse paso…

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