El restaurante El Bosque se ha convertido en toda una metáfora de lo que es Jerez hoy en el 2020. En realidad, El Bosque es un símbolo de lo que ha sido Jerez en los últimos treinta o cuarenta años: cuando a uno le iba bien, al otro también; cuando no… cuando no, pues ahí tienen la noticia de su actual estado recogida esta semana por varios medios de comunicación.
“Miré los muros de la patria mía/si un tiempo fuertes hoy desmoronados”, dice ese conocido soneto de Quevedo. Sin ánimo de ponernos estupendos y un punto pedantuelos, son versos perfectamente aplicables tanto a (al fin y al cabo) un simple restaurante, como al Ayuntamiento que lo alumbró y del que, a día de hoy, sigue formando parte de su patrimonio. Es que cómo era El Bosque. Era uno de esos sitios en los que es –más bien era, en vista de lo ocurrido- imposible fallar. El restaurante, sus reservados, la galería, el jardín, su oferta gastronómica, su ubicación en la ciudad… es increíble constatar que lo que debería ser una mina –y lo fue en los tiempos de los bodegueros, del dinero de Europa, del Ayuntamiento motor de la ciudad e incluso de Gregorio XVII y su séquito- presenta tal estado de decrepitud y abandono que ahora mismo, en su situación, no le interesa a nadie hacerse cargo del mismo.
Pero… ¿lo ocurrido es únicamente culpa de la dejadez del Ayuntamiento? Pues todo indica que sí porque, en este caso, llueve sobre mojado. ¿Qué ocurrió con el edificio de Díez Mérito cuando salió de allí Relaciones Laborales? Pues eso. Ojo, que no se está aquí culpando de lo sucedido con El Bosque –al menos no solo- al actual gobierno municipal, que esta desidia viene de largo, desidia que incluso es extensible a la política de laissez faire, laissez passer (vulgo, ojos cerrados) que se ha tenido con el histórico adjudicatario en su etapa final por lo que al uso, mantenimiento y conservación del edificio se refiere. Como dice el refrán que no hay dos sin tres, el gobierno municipal debería estar atento a todo lo que ocurra a partir de ahora con la antigua comisaría, que vuelve técnicamente a ser únicamente el Palacio de los Condes de Puerto Hermoso. Los vecinos del Arroyo y alrededores –qué solos se han quedado, por cierto, tan solos como el poema de Lorca cuyo nombre no voy a citar para no dar mal bajío entre los supersticiosos- están expectantes y en doble sentido: por ver si el gobierno municipal encuentra rápido un uso alternativo que dé contenido al edificio y vida a la zona o por ver si se cumplen sus peores temores y tenemos un nuevo caso de expolio, ocupación, etc en un edificio público y, por añadidura, un nuevo clavo en el ataúd del centro histórico.
Desde luego, motivos para estar alerta tienen de sobra: será casualidad, pero no ha terminado de irse la comisaría y se ha okupado el cercano inmueble (parcialmente) del siglo XVIII que fue clínica del doctor Romero Palomo, por lo que ha comenzado a tapiarse, uno más).
CODA: Al parecer en el restaurante El Bosque vivían varios ocupas (lo pongo con ‘c’ porque nada tiene que ver el caso con reivindicaciones socio-políticas o al menos con algo organizado, aunque comprendo que haya quien vea siempre un acto político en dormir sobre un colchón mugriento). Cuando se personó la Policía Municipal había dos en el edificio. Es inevitable pensar que “hala, ar caraho de aquí” fue toda la información recibida por ese par de desgraciados: así que, ocupas con ‘c’.
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