Qué quieren que les diga: A mí me gusta la ‘panera’ que han puesto en la plaza del Arenal, la gran ‘panera’ con la que el Ayuntamiento de Jerez, una vez más, ha vuelto a sorprender a sus ciudadanos. Se trata de un habitáculo para aparcar bicicletas, pero es inevitable pensar en una panera –por cierto, la guasa, de serlo, no es mía- de dimensiones desaforadas cuando se aprecia en todo el esplendor de su perímetro.
Ya sé, echando un vistazo por internet, que la ‘panera’ no ha gustado mucho… pero cabe preguntarse qué gusta hoy en día, no corren precisamente tiempos para decir de manera abierta “pues oye, pues esto (o aquello) me gusta”, quia, de eso nada, a la gente se le está agriando el carácter. Por momentos. A veces diría que por horas.
La ‘panera’, en general, no ha gustado, ya digo. De hecho, me llega que entre el propio gobierno municipal que rige, en aguas cada vez más procelosas, todo hay que decirlo, los destinos de la ciudad, esta iniciativa –esta iniciativa una vez vista a pie de calle, quiero decir- ha venido a crear más dudas que certidumbres. Como era así como tirando a gratis, o casi, a partir de fondos europeos, pues sobre el papel era un evidente pa’lante, pero una vez materializado el proyecto y debidamente ubicado como que, como que más bien que no... Y no es una sola ‘panera’, que creo que van dos en el centro de la ciudad. Dos gemelas.
De todas formas, hay que dejar tiempo para que las cosas maduren, sobre todo las que tienen un punto, digamos, disruptivo. Por ejemplo, tampoco gustó en su día el ovni –así lo bautizó el personal- que se colocó hará cosa de veinte años en la plaza de Doña Blanca (enfrente de la Vega, para entendernos) y ya ven… Ah, vaya, que se retiró. Al final se retiró. Ya. Qué cosas. Y eso que aquello se definió en su momento como un distribuidor de personas o algo parecido, un concepto que sin duda tenía mucho más empaque filosófico y urbanístico que un simple garaje para bicis que pretende ser un simple garaje para bicis, por mucho que el pueblo llano y elector, con el respaldo inconsciente de este cronista, le haya puesto ‘panera’ y ‘panera’ se quedará, no les quepa duda.
Haciendo un poco de introspección personal (sin pasarse) no sé de dónde me viene esta afición personal por las paneras… o tal vez por la falta de ellas. De niño, en casa de mis padres, había para pan, claro, de hecho, como cinco o seis barras diarias para la numerosa tropa, que se dice pronto, pero me da la sensación de que el dinero para pan era inversamente proporcional al dinero para paneras, así que no teníamos panera. En realidad, para qué: allí no quedaba nada.
Sin embargo, cuando iba a casa de algún amigo, siempre me llamaban la atención esos artilugios cuando los veía encima de la mesa de la cocina o incluso de la nevera. Luego, ya de mayor, cuando pude permitirme tener decenas de paneras, nunca puse una en mi vida, tal vez porque si no hay para mojar, no soy muy de pan –no creo que merezca la pena darle un repaso filosófico al concepto que acaban de leer-, porque mis fetichismos iban por otro lado o, tal vez, solo tal vez, porque por ahí se fue parte de mi infancia para no volver y, en realidad, tampoco soy de ese tipo de gente que está continuamente echando la vista atrás, en absoluto…
El caso es que, al fin y a la postre, le estoy muy agradecido al Ayuntamiento de Jerez por haber facilitado que me reencuentre con una parte de mi niñez que ahora mismo tenía perdida y creía olvidada para siempre. Aunque ya iba advertido por alguna amistad –“¿Has visto la última del gobierno municipal? ¿No? ¿Qué no has visto la ‘panera’ que ha puesto en la plaza del Arenal?”-, debo reconocer que en el primer encuentro la panera (ya mejor sin comillas) gigante consiguió arrancarme una sonrisa. Y ha venido ocurriendo en días sucesivos. En serio, me encanta…