Las motos son el gran ‘hecho diferencial’ de la primavera de Jerez (bueno, y de la provincia). Semana Santa, Feria (el Rocío como plus para el que lo sienta y disponga) y, en Jerez, las motos. En Jerez de la Fra, desde siempre, no se pregunta cuándo es el Gran Premio de Motociclismo, si vas a estar o lo que sea, de lo que se habla es de ‘las motos’. “¿Cuándo caen 'las motos' este año?” y “me voy [o me quedo] para las motos”, son las fórmulas ‘correctas’ de hablar.
El Gran Premio, cuando se usa, se suele quedar ahí, aunque aumenta la presión social (ja, ja) para que se utilice en mayor medida el nombre del patrocinador, con la disculpa, o la excusa, de que en propiedad se llama así. Es un poco como con la liga de fútbol. Puedes usar LaLiga o irte a la Liga EA Sports, nombre al que le está costando un poco más que al anterior patrocinador con lo de la Liga Santander. Pues con las motos pasa eso. Te puedes quedar en las motos, te puedes quedar en el Gran Premio o, haciendo un poco de memoria y prosodia, largar Gran Premio Estrella de Galicia 0,0 de España de Motociclismo… que casi hay que meter una coma ante la falta de aire. Ay, qué tiempos en los que el alcohol y el tabaco estaban presentes en estos patrocinios. Ahora ni una cerveza gallega que, por cierto, ha conquistado buena parte de la provincia de Cádiz, se arriesga a ir con todo. Mejor el 0,0, eso, la cerveza del empate sin goles.
Las motos (vamos a dejar un poco las comillas) le han costado muchísimo dinero a los contribuyentes de Jerez. Ahora mucho menos, pero soportar durante tantos años los gastos de un circuito exclusivamente municipal y afrontar prácticamente en solitario el canon a pagar ha hecho que muchos millones de euros se hayan destinado a este particular que, el sentido común, indica que sobrepasa a un simple ayuntamiento. Es cierto, que vienen decenas de miles de personas –unos al Gran Premio, otros simplemente a la fiesta–, que gastan dinero en toda la provincia; es cierto también que, en una época de relativa decadencia de sus bodegas, el circuito y, sobre todo, las motos, sirvieron para recolocar a la ciudad en el mapa mundial, pero no es menos cierto que durante mucho tiempo esa fiesta la ha pagado en exclusiva Jerez y que una parte significativa de las telarañas que hay en la caja municipal vienen de aquel dispendio. Politiqueo, cabezonería… no vamos a entrar en las causas, entre otras cosas porque aquello fue una mezcla de todo.
En realidad, es mejor recordar todas esas miles de microhistorias que acompañan cada año un Gran Premio. La historia, por ejemplo, del chaval que metió la moto en una caseta de la Feria, de cuando los dos eventos semicoincidían el primer fin de semana, y se puso a acelerar dentro mientras el personal coreaba, o así, el ruido, tirando a infernal; la del chaval que se jugó a que iba y volvía de Jerez (avenida México) a El Puerto en diez minutos y alguien, un motero de otro grupo, se ofreció a hacer de 'comisario'; la historia de cómo el Arturo se convirtió en ese bar de 'pescadito' supuestamente secreto, escondido en una barriada, que ya se llenaba con el ‘boca a boca’ entre moteros antes de que existieran las redes sociales, nada que ver con la vistosidad de Romerijo y la anécdota de sus cubos para las cáscaras de las gambas y los langostinos compartida con los amigos, ya de vuelta a casa; la historia de los gallegos que se fueron a comer a Lomopardo con anfitriones de Jerez y se ‘comieron’ también, gustosos, hora y media de atasco de regreso a la ciudad, al pedir vivir el ambiente a la salida de los entrenamientos del sábado; de las aventuras de una noche, de la fórmula caballero-doncella revisitada con la moto; la historia de los dos chavales que dormían a pierna suelta en su furgoneta en el aparcamiento del circuito la misma mañana del Gran Premio y a los que un grupo de amigos les despertó y les regaló dos entradas que les sobraban, y los dos chavales, ante esa especie de dádiva caída del cielo, se pusieron de inmediato a cortar chorizo y ofrecer vino a la diez de la mañana en agradecimiento…
Esas historias, las alegres –de las otras, de las tristes, de las muy tristes, hoy no toca– son las que conviene recordar cada vez que a Jerez llegan las motos. Su otra fiesta en plena primavera. La auténtica fiesta diferencial de la ciudad.