Hay quien piensa que… que no lo ve, vamos, pero para este cronista es un sí rotundo la iniciativa del ayuntamiento de Algar a favor de que la Unesco declare patrimonio inmaterial de la humanidad la costumbre tan española de salir a la puerta de casa a tomar el fresco cuando cae la tarde en verano y aprovechar el momento para pegar la hebra con los vecinos.
Los más escépticos deberían reparar en que el propio enunciado de la propuesta lleva dentro todos los condicionantes, así que poco más se puede añadir para justificar dicha iniciativa. Debes salir a la puerta de tu casa -vale perfectamente la del vecino o, si te paran, te puedes quedar un rato en la de tu primo que vive un par de calles más abajo-; hay un momento claro de inicio, que es el ocaso del día siempre que sea verano… e incluso se lleva a cabo con dos motivaciones que no son en absoluto excluyentes, refrescarse y charlar con los vecinos, aunque es evidente que siempre se puede enriquecer la propuesta -sin necesidad de ponernos estupendos- compartiendo unos botellines bien fresquitos y un poco de chacina, claro, lo que conformaría la, digamos, ‘versión deluxe’.
Y eso es todo. Que nadie se confunda con el ‘terraceo’, por favor, que incumple claramente varios de los condicionantes arriba expuestos e incluso, en exceso, además de onerosa puede terminar siendo una costumbre tórrida si nos puede la ansiedad y no se miden los tiempos de salida a la calle. Tampoco debe confundirse con salir al porche del unifamiliar, que por supuesto incumple la necesidad de compartir palique y (llegado el caso) libación y pitanza con el vecino. Sigan pues el ‘terraceo’ y el ‘porcheo’ su camino y siga el suyo ‘tomar la fresca’, que no es otro, por cierto, que triunfar en París, sede de la Unesco.
Si es que no se requiere más. Se aceptan hombres en camiseta, siempre que la camiseta sea de tirantas o tirantes (llamadas en otras partes de España, de hombreras) y el portador tenga una edad provecta. En cuanto a las señoras, el ‘bambito’ marca la etiqueta, aunque preferiblemente debe ser un modelo tradicional, que ahora se ven ‘bambitos fashionistas’ hasta en Los Caños de la Meca (como se puede oír a más de un madrileño ilustrado).
Aunque hay que dar todo el mérito -y llegado el momento, la gloria- a Algar, que es el que se ha movido en altas instancias, hay que reconocer que hay otros municipios de clima cálido, caso de Cullera, en Valencia, que han regulado el uso y disfrute de la calle anteponiendo en verano ‘tomar la fresca’ al coche, por ejemplo. En Jerez, desde donde se escriben estas líneas, es una práctica que pervive en algunas de sus barriadas, sobre todo las conformadas por casas bajas o casas de vecinos, barriadas sobre todo de la zona sur y oeste en las que no es raro ver en la acera a grupos de vecinos con las sillas de playa -personalmente este cronista prefiere la silla de salón con espalda, todo hay que decirlo- departiendo amigablemente en lo que se anhela que corra un poquito de viento.
Una vez más, en MARCA ACME se habla con conocimiento de causa. Se da la circunstancia de que este cronista fue introducido por su abuela en los secretos y misterios de ‘tomar la fresca’, en un sitio que puede resultar en un primer momento tan exótico para ser partícipe de esta práctica como Madrid. Sí, en Madrid. En el barrio de Tetuán, que por entonces -hablo de los primeros años 70- tenía muchas casas de vecinos, era también bastante habitual salir a la acera a tomar el fresco las noches de verano. Ya digo, era un barrio, con poco tránsito más allá del de los propios vecinos (no estoy hablando de su calle principal, Bravo Murillo, donde se me antoja más difícil que hubiera esta práctica), así que tampoco es algo que deba chocar tanto, al menos no en aquella época en la que se conocía casi todo el mundo en zonas, digamos, acotadas.
No recuerdo que ocurriera nunca nada digno de mención, así que precisamente por eso me acuerdo de una noche, ya de madrugada, en que pasó un nutrido grupo de mozalbetes bastante ruidosos, que acompañaban los cánticos de la parranda que se estaban corriendo con unos panderos o algo similar. No sé qué cantaban, pero debía ser tirando a guarrete, así que después de un sonoro “hala por ahí, gamberros”, mi abuela cogió la silla, me llamó y marcó el universal signo de los mayores que sin duda significa “niño, pa’dentro”, esa particular mezcla de indicar una dirección mientras parece iniciarse un conato de pescozón…
Bien… veremos a ver qué opciones tiene en París ‘tomar la fresca’, aunque en principio parece pintar bien: los franceses son buenos conocedores desde hace decenios, si no siglos, de estas costumbres tan arraigadas en los pueblos españoles. Si por lo que fuera la cosa no llegara, en principio, a buen puerto, creo que lo mejor sería unir fuerzas con otra vieja costumbre que no deja de ser su reverso: la de reunirse a charlar, sobre todo gente mayor, las soleadas tardes de invierno en un lugar concreto y que es sabido por todos que está protegido del viento por muros o las propias paredes de las casas. Ese espacio recibe distintos nombres según donde estemos, aunque solana o carasol son los más frecuentes, si bien en muchos casos se los conoce directamente por el nombre que tenga la plaza, costanilla, etc y se ha perdido decir voy un rato al ‘carasol’, que además suena a lo que suena… ¡Tomar la fresca las noches de verano y el sol las tardes de invierno, dos caras de una misma moneda que echar a rodar en la Unesco!
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