Se llamaba Paquita Real y tenía 82 años cuando asistió a una lectura que tuve el placer de celebrar en un pueblo entre pantanos, San José del Valle.
Tengo la sensación a veces de que la poesía no llega a ser suficiente, la vida se impone majestuosa y firme. En 82 años caben muchas vidas y Paca dice con orgullo que ella es vieja: -Mayor-, la corrigen algunas de sus compañeras. –No, yo soy vieja y mira lo bien que estoy-. Contesta recreándose en su afirmación. La ancianidad es esa época de la sabiduría donde el momento presente se hace templo y conquista. Paca es una victoria diaria.
Vengo a hablarles de poesía con la impresión de que debo ser yo el que escuche. Toda vida relata una historia maravillosa, hay una novela en cada uno de nosotros y en el centro de mayores activos de San José del Valle me hallo ante una biblioteca de personas. Rápidamente me doy cuenta de que soy yo el aprendiz. Paso por los poemas y la lectura como de puntillas y echo de menos la mesa camilla y la conversación. No demoro el momento de darle la palabra y vuelve a ser Paca quien toma la iniciativa. “Los que escribís tenéis que tener una cabeza privilegiada, porque yo me pongo y no me sale nada”, me dice. “No digas eso, Paca”, y la tuteo con la seguridad de que su orgullosa vejez y mis atrevidos treinta y tantos comparten el mismo mundo. “Seguro que tú también sabrías hacerlo –argumento- pero tienes que perderle el miedo a la escritura”.
Ella insiste, no sabe escribir. Se pone y se pone y no salen las palabras. Y yo le digo que me cuente lo que hizo ayer y ella comienza su historia: Un viaje a Jerez, un autobús equivocado que la deja en un lugar desconocido a sus 82 años. Un taxi en el que se monta sin dirección, observa las calles e indica al taxista cuando le suena algún edificio o algún parque. Paca es ahora un GPS conectado al satélite de la memoria. Mil vicisitudes hasta llegar a casa de su hermano, pero al fin llega después de un relato que se prolonga en la mañana y que desata las risas de sus compañeras y la mía propia.
Paca no lo sabe, pero en la inocente aventura de visitar a su hermano están todos los siglos de la historia literaria: el viaje de Ulises, los caminos de don Quijote, José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán atravesando el páramo para fundar Macondo. La literatura siempre empieza por un viaje, la primera de las funciones de Vladimir Propp, y le digo a Paca que en su relato acaba de contar una versión moderna de Caperucita, afortunadamente sin el lobo, pero que el taxista podría haber sido el lobo, la pizquita de ficción que añadida a su experiencia hubiera hecho de su viaje literatura.
Y ahora sí, por primera vez en la mañana Paca no replica, le brillan los ojos y me mira con fijeza. Puede que hoy, cuando llegue a su casa, Paca escriba.
Me despido de los trabajadores del centro de mayores activo de San José del Valle y me dicen que por qué no he ofrecido la venta de mis libros. No tengo que pensar demasiado la respuesta. Mi misión hoy era llevarme mucho más de lo que pudiese dejar.
Y que Paca escriba su relato. Ojalá.
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