Nadie cuestiona que el cine y la televisión cumplen una importantísima función social, no solo de entretenimiento y diversión, sino de formación de la cultura y el pensamiento de las personas y los pueblos. En este sentido es evidente el papel principal que la industria de Hollywood tiene en la implantación del modo de vida y valores americanos en el mundo, o la visión humana y social que el cine del británico Ken Loach nos proporciona a quienes nos acercamos a su filmografía.
La globalización, internet, y las nuevas tecnologías digitales nos permiten el acceso a plataformas digitales de cine y series de televisión, donde descubrir infinidad de miradas, matices y reflexiones sobre la vida.
Una de estas visiones también presente en la ficción y en nuestra cultura y modo de pensar, es la de la masculinidad.
La miniserie británica Honor es un buen ejemplo de ello, y de la lectura en clave patriarcal que hacemos de todo lo que vemos y analizamos. La historia, basada en hechos reales sucedidos en Londres, es presentada como la investigación policial de un asesinato de honor y familia, y cuenta la desaparición y muerte de la joven kurda de origen iraquí, de 20 años, Banaz Mahmond, que fue asesinada por orden de su familia tras dejar a su marido maltratador.
Destacan en la serie las continuas referencias a la tradición, el honor, la familia, y la importancia que tienen en determinadas culturas. La traición a la tradición es considerada una traición a la familia, un acto de deshonor, y una ofensa a la dignidad de los hombres. El qué dirán, el desprestigio social y la humillación, son expuestos como las razones que justifican el asesinato de la joven.
Sin embargo, hay una razón que se nombra, pero no se identifica como la causa de la muerte, ejemplo de esa lectura patriarcal que los hombres hacemos de todo cuanto acontece.
Porque el móvil oculto no es el honor o la familia, sino la vulneración de las reglas del omnipresente mundo de los hombres y su masculinidad. El uso de la mujer, su persona y su cuerpo como una propiedad, desposeyéndola de libertad y toda dignidad.
Porqué Banza fue obligada, como tantas otras jóvenes, con tan solo 17 años, a casarse con un hombre mayor a quien apenas conocía y de quien no estaba enamorada. En una sus declaraciones ante la policía, la joven habla de la siguiente forma de su marido que la maltrataba y violaba “para él yo era como un zapato, que se ponía y se quitaba cuando le venía en gana, sin que yo pudiese hacer nada”.
Es el mundo masculino de la familia amigos, vecinos, el que controla, vigila y juzga la vida de las mujeres, si lleva el pelo o la falda corta, si se besa con alguien en la calle. La joven fue asesinada por su padre y su tío por haberse revelado a la autoridad de los hombres de la familia.
Es este paradigma el que se oculta tras esta tragedia y tras la de muchas mujeres. La violencia, el poder, la humillación, el dominio de sus vidas, ejercido por los hombres, al punto de que aquellas no valen nada si lo que está en juego es la hombría y la virilidad de los machos de la manada.
La serie también nos enseña la nula importancia y credibilidad que el sistema sigue otorgando a la palabra de las mujeres, y a sus demandas de protección, sobre todo si se trata de hechos ocurridos en el matrimonio, considerados asuntos privados. Escandaliza que la joven Banza acudiera hasta en cinco ocasiones a la policía de Londres a denunciar el maltrato, la violación, y el riesgo por su vida, antes de su asesinato, sin que nadie hiciera nada.
Una serie corta, muy recomendable de ver para los hombres, no por su historia aparente, la de una investigación policial sobre la muerte de una joven de una familia inmigrante, sino por su intrahistoria, la de la crueldad de un mundo y una cultura que ampara y justifica la continua vulneración de los derechos más elementales de las mujeres.
El ejemplo de esta realidad de honor, tradición, familia, y hombres, también lo tenemos en nuestro país. Hoy entre tanta noticia de coronavirus, contagios, vacunas, y desesperanzas, ha pasado sin hacer ruido la detención de varios hombres, acusados de haber acordado el casamiento contra su voluntad, de una menor, con un hombre mayor que ella.
Y a pesar de ello seguirá habiendo hombres que nieguen toda esta violencia, pero la realidad solo tiene un camino, es normal, estamos costumbrados, son las reglas de ese mundo que se resiste a caer, y que con tanta premura necesitamos derribar.