Con la constancia de un atleta olímpico, un año más, volví a presentarme a las pruebas de oposición para profesor de Secundaria. Dicen que la nuestra es una carrera de fondo y que lo importante es no cansarse hasta lograr el objetivo. Pero la verdad es que cada nuevo intento es más agotador que el anterior.
Esta es ya la tercera vez que me presento desde 2010. No sé si es mucho o poco, no me ha dado por consultar las estadísticas. En las tres convocatorias en las que he participado he superado el notable alto, pero nunca he llegado al ansiado podio. Por desgracia, y retomando el símil olímpico, nadie suele acordarse de quién termina en cuarta posición.
Este año me he quedado sólo a 28 décimas. Un empujoncito de nada. Ni siquiera medio punto —para que después mis alumnos y alumnas vengan a decirme que un cuatro y medio es un cinco—. Unas décimas que lastran como una medalla de plomo colgada de mi cuello.
Por mucho que me animen y me aconsejen, no es fácil dejar la mente en blanco y no pensarlo más. No es fácil sentirse orgulloso por quedarse tan cerca. Porque lo que más me duele no es sólo el tener que volver a enfrentarme a los cuatro exámenes de las pruebas (teórico, práctico, oral y de méritos), sino el óxido del tiempo y la cruel incertidumbre.
Decía Heráclito que “un hombre no se baña dos veces en el mismo río”, porque las aguas cambian como cambian las personas. No sé cuando podré volverme a presentar, ya que estas pruebas son como un Guadiana caprichoso que aparece y desaparece. Lo que sí sé es que no pienso dejar de insistir.
Me alegro inmensamente por todos mis compañeros y compañeras que han conseguido plaza en sus respectivas especialidades y aprovecho para felicitarles de nuevo desde aquí. No obstante, debo confesar que siento una envidia insana al ver sus fotos en las redes. Espero que en la próxima convocatoria sea yo quien pueda festejar desde lo alto del cajón, no por subir la foto (ya sabéis que no soy de los que publica la felicidad por internet), sino por la merecida calma que ello conlleva.
Me dicen, quienes me quieren, que me dedique a disfrutar de las vacaciones, pero la verdad es que me cuesta. Ahora sólo puedo pensar en dónde estaré el año que viene. En si me tocará lejos o cerca de mi casa. En si tendré vacante o rodaré como una peonza loca hasta que llegue el día en que encuentre mi destino. En si podré pagar títulos, másteres, alquileres, hipotecas y facturas…
Y todo me devuelve otra vez al mismo punto, pero lo miro todo desde otra perspectiva: Hay que seguir luchando, pero no por una plaza que nos permita no estar a la merced de los políticos de turno. Sino luchando por formar a individuos capaces de construir un futuro sostenible.
Porque esa es nuestra meta, por mucho que se empeñen en hacernos creer que el premio es el metal de una medalla. Todo llega, si tiene que llegar, con el tiempo y el esfuerzo. No somos perdedores. Nuestro premio es la satisfacción de seguir haciendo bien nuestro trabajo a pesar de los golpes y las trabas. Así que no guarden las zapatillas, y sigan entrenando este verano, porque en septiembre empieza de nuevo la carrera.
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