El 12 de octubre se conmemora el día de la Hispanidad. Para unos significa el descubrimiento de América en 1492, para otros, significa algo más simple: el encuentro de dos continentes. Aunque en el choque uno de ellos saliera más magullado que el otro.
Al hilo de esta celebración, vino a mi memoria la peregrina idea que ha tenido un anciano político para ocultar sus carencias culpando a España de todos los males. Algo nada original, por aquí ciertos territorios le llevan siglos de adelanto. Pero este hombre da un paso más y exige al jefe del Estado que “pida perdón” porque, según él y la señora heredera en la presidencia de México, España invadió su país dañando y robando a sus habitantes. Nada especial, lo que, desde hace miles de años, viene realizando todo imperio que se precie, aunque sin llegarle a la suela de los zapatos, a la salvajada de los aztecas con los pueblos vencidos que terminó cuando aparecieron los invasores.
El buen señor, de apellido López por más señas, dice que odia a España ¿López odia a sus antepasados? Porque no se llama Moctezuma cuyo último descendiente está enterrado en la andaluza ciudad de Ronda, se llama López. Y López no piensa pedir perdón por los mexicanos muertos durante su mandato a causa de la violencia callejera ni por los problemas sociales y económicos que fuerzan a su pueblo al exilio, se aferra a alguien lejano en el tiempo y la distancia para intentar ocultar su desidia política. Ni siquiera exige ese “pedir perdón” al vecino de arriba, el que hace tres días le quitó a México una parte de su territorio, el que desprecia y trata como esclavos a los espaldas mojadas que, huyendo de la miseria imperante en su país, intentan entrar como sea en territorio USA. Le da miedo, se acobarda, y por eso se mete con alguien a muchos miles de kilómetros. Ya lo dijo no sé quién: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.
Fíjese, Sr. López, imagine por un momento que a alguien en Andalucía se le ocurre la misma patochada que a usted y exige “pedir perdón” a los países que han invadido y saqueado nuestro territorio. La lista sería interminable. Veamos algunos de ellos:
En primer lugar, deberían pedir perdón Israel, Líbano, Palestina y los países de alrededor, porque de allí venían los fenicios, nos dejaban cuatro abalorios y se llevaban los barcos cargados de oro, plata, piedras preciosas y maderas nobles. Hasta fundían las anclas en plata para poder cargar más cantidad.
También deberá pedir perdón Túnez, ya que, de ese lugar, kilómetro más kilómetro menos, salían los cartagineses que arramblaron con todo lo que pudieron hasta la llegada de los romanos, que esos sí se llevaron desde las entrañas de la tierra a los intestinos de los atunes, llamándoles garum. Por lo tanto, incluimos a Italia en esa petición de perdón. Y, por supuesto, Grecia, que también anduvieron por aquí y se llevaron cuanto pudieron. Como posteriormente hicieron los ingleses con ellos.
Luego, deberían pedir perdón, Croacia, Serbia, Bosnia, Eslovenia y resto de países balcánicos, ya que los invasores visigodos procedían del territorio donde, más o menos, se encuentran esos países en la actualidad.
Otros que deberían pedir perdón serían los actuales habitantes de países musulmanes, durante siglos estuvieron viniendo por aquí gente proveniente de esos lugares… y siguen viniendo.
Suecia, Noruega, Finlandia y resto de la Europa norteña deberían pedir perdón por los ataques de los vikingos que, subiendo el Guadalquivir, llegaron a saquear diversos pueblos sevillanos.
También, también, debería pedir perdón España (no vamos a ser menos que usted) porque desde la “reconquista” no levantamos cabeza. Castellanos, vascos, aragoneses, catalanes, etc. Todo el mundo, de Despeñaperros para arriba, tomó parte en la invasión… y hasta hoy.
Tampoco debemos olvidarnos del Reino Unido de Gran Bretaña que lo mismo nos enviaba al ladrón de Drake para saquear Cádiz y Jerez que, ayudado por los catalanes, se apropiaba de un peñón y aún no lo ha devuelto. Y, como el Sr. López sabrá por sus relaciones con los descendientes, esta gente ni permite el mestizaje ni hace prisioneros. Si en vez de aparecer Cortés, hubieran aparecido los antecesores de los gringos, usted nunca habría llegado a presidente porque se encontraría bebiendo whisky en una reserva.
Otro país destacado en esta petición de perdón sería Francia. Hace poco, unos doscientos años, se colaron por los Pirineos y llegaron hasta mi pueblo. Cuando regresaron a su tierra, se llevaron consigo hasta los escasos y escuálidos cuadros de nuestras iglesias.
Qué cansancio, ¿verdad? Mejor dejarlo aquí, Sr. López, porque, con un apellido tan sospechoso, a lo peor desciende de invasores, aunque sea por mestizaje y el odiador, termina odiado. Fíjese lo que son las cosas, cuando en el siglo XIX andaban ustedes a palos, un paisano mío llamado García Gutiérrez, escritor por más señas, se fue a México de enfermero para ayudar en lo que pudiera. Por eso, me quedo con quienes ponen su humanidad por delante y desdeño aquellos que odian.
Podrá tener muchos nombres, Malinche, Malinalli, Malintzin o doña Marina, pero siempre hablaremos de la misma mujer, la madre simbólica del mestizaje surgido desde la mezcla de dos culturas. Mestizaje, ahí está la clave para superar el odio, el mestizaje.