Mientras esperamos a los resultados electorales catalanes que, ninguna duda, son importantes para todos, esenciales, y a todos nos interpelan. Mientras Cadi se agota y se vacía de sí misma, echan a las abuelas y se llena de inconscientes que no comprenden que una ciudad tiene vida porque hay personas que viven y recuerdan viviendo, mientras viven y recuerdan viviendo. Que vaciarán las ciudades para llenarlas de turistas y puedan disfrutar de calles huecas; también en Barcelona. Cuando hayan terminado de matarlo todo, y esté muerto, pondrán pantallitas de vídeo para mostrar cómo era la vida en esas calles asesinadas. Las elecciones deberían servir también para prohibir el tráfico con un bien esencial, la vivienda, y que todo el mundo tenga casa.
Mientras Moreno cuenta sus acertijos, su jefe en Madrid cuenta el andalú en la lista de idiomas, para que nadie se dé cuenta de que descuenta el catalán en Baleares. Hablan a los andaluces de Cataluña, que está bien, y deshablan a los andaluces de Andalucía, que no es que esté mal: es una burla y muchos no se dan cuenta. Les importa mucho Cataluña, gobernada en otra parte, y su gobernanza no da ni para saber cuánto cobra una médica andaluza.
Pretenden que cada elección autonómica tiene la explicación de la política nacional, toda, entera, en lugar de comprender algo que ellos mismos dicen: que España es un mosaico multicolor. Bueno, todos no lo dicen y varios que lo dicen no lo piensan. Euskadi votó y cambió el mapa, ¿de dónde? Galiza había votado y cambiado el mapa, ¿cuál? Ahora le tocaba a Cataluña y encontraron la piedra filosofal de España.
En cada uno de esos territorios con identidad muy o bastante marcada los resultados fueron otros, sujetos a otras interpretaciones, pero hay un deseo de uniformizar las explicaciones de los resultados y los resultados mismos por parte de los dos partidos clásicos del turno, porque nunca se permitieron a sí mismos que acabara aquel turno PP-PSOE. Andalucía es la comunidad más anómala en todo esto. Con una identidad tan marcada, tan propia, y siempre a vueltas, con una representación tan ajena. Siempre jugó un gran papel el cliché de que Andalucía daba substancia a España, aunque en realidad siempre se trató de unas entretelas folclóricas, como lo supo ver Machado cuando quiso explicar España: “Castilla miserable…”. La cultura nacional española es castellana y lo otro son adornitos. Y ni Castilla ni los castellanos sacan de todo eso nada.
Así llegamos al vaivén de Cataluña, donde acaba de ocurrir lo contrario que en Euskadi, donde el soberanismo fue solidificándose desde el Plan Ibarretxe y hoy es más sólido que nunca: la idea fantasmagórica de Castilla, sin castellanos, queda relegada. En Cataluña, como en Galiza, y en Andalucía, la idea de Castilla siempre avanza; y la idea de Castilla es de fuerza centrípeta y borbónica.
No creo que quepan demasiadas dudas acerca de que habrá un gobierno con Illa a la cabeza. Será necesario recomponer el funcionamiento cabal de los servicios públicos de transporte y todo lo demás. Pensábamos que el multitasking catalán funcionaba, pero siempre se supo que no se pueden hacer cuatro cosas a la vez, y la Castilla ideal les había partido el espinazo.
Queda por ver qué medidas, cuándo, cuántas y para qué, serán aplicadas por Pedro Sánchez ahora que terminaron las elecciones y la alarma de inversión antidemocrática trabajó como una gigantesca termita en los cimientos del Estado de derecho y democrático. Ley mordaza, Consejo General del Poder Judicial. ¿Habrá cambios? Si no los hay serán las izquierdas las que desalojen al PSOE y entronicen a las peores derechas desde hace tiempo.