Miserables S.A.

Interpretar la conducta de los miserables puede ser una tarea tóxica, pero no obstante resulta imprescindible para evitar que su repugnante paisaje mental llegue a convertirse en el paisaje social dominante

Soy maestra jubilada, es decir maestra.

El entorno del campo de fútbol de Mocejón donde se produjo el asesinato del menor.

En estos días, la trágica muerte de un niño de Mocejón, su pequeña vida cercenada, nos ha dejado un poso de tristeza colectiva. Para su familia ya nada será igual porque vivirán con su ausencia y eso es algo para lo que no hay consuelo más allá de que la piedad del tiempo les ayude a reparar la herida.

La actitud ejemplar de la familia que, aun en su dolor dejó lugar a la cordura, contrasta con las reacciones de los odiadores profesionales, mercenarios del odio y la barbarie, que se aprestaron a sacar provecho de la pena para culpar a los migrantes, incendiando redes y llamando al incendio de las calles.  Esos mismos que rebajando el nivel de lo despreciable se cebaron también con los padres porque no se hicieron eco de sus desatinos.

Interpretar la conducta de los miserables puede ser una tarea tóxica, pero no obstante resulta imprescindible para evitar que su repugnante paisaje mental llegue a convertirse en el paisaje social dominante que nos prometen o amenazan.

Hay señales de alerta y cada vez son más oscuras, más turbias y salvajes. En las pasadas elecciones europeas, más de 800.000 votos apoyaron a Alvise, un personaje infecto, como su representante, que añadidos al millón y medio obtenido por Vox dibujan un panorama sombrío que no es porvenir.

Por salud mental y por salud social, debemos preguntarnos si esos votantes comparten el odio como forma de relación social, si las llamadas a los linchamientos de Southport son su modelo de comportamiento, ese páramo social en el que solo crecen abrojos que no sirven ni para pasto de las ovejas, si es ese el modelo de sociedad que nos prometen y que sin duda cumplirán con creces.

A los portavoces de los miserables les da igual, porque su objetivo consiste en fabricar espantos y vivir sacando el rédito político y económico de los espantos que fabrican. Puedo imaginar que a estas alturas el miserable ya se habrá ganado sus buenos cuartos con las reacciones en la red porque la perversidad del sistema es que el odio se alimenta y propaga tanto con los que están a favor como de las reacciones contrarias. Y todo es rentabilidad económica para el miserable y expansión del mensaje abominable.

Se comenta en los debates mediáticos que el PP debe decidir cómo se sitúa ante estos llamamientos al odio y a la criminalización del fenómeno migratorio. Disculpen, el PP ya se ha situado, no se me despisten. García Albiol no es un mindundi en el PP y su posición, aunque ya largamente conocida, no ha podido ser más explícita afirmando que los migrantes son un peligro porque tienen móviles y llevan gafas de sol. Por su parte, Cuca Gamarra, no solo no se ha desmarcado, sino que, para más abundamiento, considera y afirma que Albiol solo escribe lo que otros piensan. 

Estas afirmaciones nos sumirían en la perplejidad si no conociéramos la trayectoria de su partido ¿Uno escribe lo que piensa? O no piensa en las consecuencias de lo que escribe o lo que es peor, piensa eso. O peor aún eso es lo que piensa de nosotros.

Duele pensar que hay quien, además, quiere sacar rédito político de todo esto. Y duele, sobre todo, que realmente puedan hacerlo porque entonces ya no estamos hablando de ellos sino de nosotros. Y no somos así, y no debemos consentir que nos conviertan en eso. 

Algo hay que hacer para que no siga avanzando este disparate suicida que se extiende mediante el anonimato, pero cuyos productores tienen nombre y apellido. Fiar las medidas de defensa social a la producción de nuevas leyes sobre el anonimato en las redes solo significaría retrasar las posibles soluciones y además les encantaría a los responsables con nombres y apellidos constatados que se irían de rositas mientras tanto.

Pueden llamarme buenista, pero créanme si les digo que lo prefiero antes que convertirme en miserable.