En estos días, el monarca marroquí, Mohamed VI, celebra su 20 aniversario de acceso al trono, más conocido en Marruecos por Fiesta del Trono, que se inicia con una serie de rituales cuyo pistoletazo de salida suele ser el Discurso del Rey, en el que se aborda el estado de la nación. En esta ocasión, el rey, quien compagina el reinado simbólico con facultades ejecutivas atribuidas por la constitución, mantuvo el ya tradicional discurso basado en promesas y “reconocimiento” de las insuficiencias que aún persisten, y que, según él, son culpa de los demás cargos políticos.
La ocasión no ha sido desaprovechada por las personalidades que han sido las máximas autoridades españolas durante las dos últimas décadas. Es el caso de Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, quienes publicaron extensas notas de opinión elogiando la gestión de Mohamed VI. La única diferencia entre los tres, como no puede ser de otra manera, es que los socialistas optaron por el diario El País, mientras que Rajoy prefirió ABC. De las aludidas tribunas se desprende que las citadas figuras políticas, de forma somera, renuncian a que su país tenga personalidad y visión propia a la hora de hacer acción exterior: aparte de seguir la línea de Francia, sobrevaloran enormemente el tamaño de Marruecos frente a España. Zapatero llegó a afirmar que “buena parte del futuro de la España democrática, en su dimensión de política exterior, dependía de nuestra relación con Marruecos y de su proceso de modernización”.
Dicha visión, a mi juicio, es la que obliga a España a estar detrás de Marruecos en múltiples aspectos entre los que se encuentran sus relaciones con la UE, tal y como reconoce Pedro Sánchez, quien admite que su país se implicó activamente en el proceso de negociación y la posterior firma del Acuerdo Agrícola y del Acuerdo de Pesca entre la UE y Marruecos, en una clara contradicción con el contenido y el espíritu de sucesivas sentencias del Tribunal Europeo de Justicia, así como la opinión mayoritaria dentro de la Unión, especialmente de los países nórdicos e Irlanda quienes no admitían que se sabotee el derecho comunitario por unos acuerdos que solo afectan a España y Portugal.
España, según la visión de sus políticos, no quiere malas relaciones con Marruecos por dos razones principales: el control de la inmigración ilegal y la lucha antiterrorista. Otros especialistas agregan el tema de Ceuta y Melilla. Por ello, por ejemplo, cuando Pedro Sánchez elogia la colaboración de Marruecos, lo hace citando, exclusivamente, las cifras que demuestran el descenso del número de pateras que arribaron a España, mientras omite las grotescas actitudes del Majzen, como los constantes intentos de espionaje; la implicación del tejido estatal en el narcotráfico; o el hecho de abrir el grifo de la inmigración para “recordar a un gobierno socialista que acaba de llegar el grado de dependencia que tiene España con Marruecos”, afirma Ignacio Cembrero.
A eso se suma el “desprecio” que muy de vez en cuando hace Marruecos con las máximas autoridades españolas. Lo plasman las sucesivas cancelaciones de la última visita de los reyes de España a Marruecos. Lo mismo ocurrió con el propio Pedro Sánchez, quien tuvo que suspender su visita sin anunciar fecha por la ambigüedad que rodeó la duración de las vacaciones de Mohamed VI en Francia. Sánchez solo pudo efectuarla después de la audiencia privada que tuvo el monarca marroquí con Zapatero y Moratinos, quienes le habrían transmitido las garantías necesarias.
Aun así, el establishment español no escatima esfuerzos para aprobar los “avances” que consiguió Marruecos de la mano de su rey. Ni siquiera los políticos franceses felicitaron a Mohamed VI con similares términos de sus homólogos españoles que, con datos macroeconómicos en la mano, quisieron transmitir que “Marruecos es un referente de estabilidad y progreso entre los principales países del mundo árabe”, zanja Mariano Rajoy. Paradójicamente, Mohamed VI desmiente la afirmación del político español al reconocer, en su Discurso del Trono, el fracaso de su proyecto socioeconómico que no llegó a reflejarse en la mayoría de la población, por lo que crea una Comisión Especial encargada de buscar un nuevo modelo de desarrollo y la elaboración de cambios urgentes en el seno del ejecutivo. Los datos de NNUU van en la misma línea.
En términos de desarrollo humano colocan a Marruecos en el puesto 123 del ranking mundial, muy detrás de países como Venezuela (78) o Libia (108), naciones que suelen encabezar los telediarios del mainstream media. Su Coeficiente de Gini (el indicador que mide las desigualdades), lo hace formar parte de los países mas desiguales del mundo; un tercio de su población es analfabeto; más de la mitad de los jóvenes se encuentran en situación de desempleo; altos índices de pobreza multidimensional, etcétera. Eso ocurre mientras Mohamed VI no cesa de engrosar sus cuentas. La revista Forbes lo considera el hombre más adinerado de su país y de África: cuenta con 12 palacios, más de 600 coches de lujo, uno de los yates más grandes del mundo (recién adquirido por 80 millones de euros) y múltiples cuentas corrientes en paraísos fiscales.
En cuanto a la opinión pública marroquí, un estudio del Barómetro Árabe sostiene que más del 70% de la población desea emigrar y otro 50% quiere cambios urgentes. Y si vamos al terreno de los DDHH, es peor aún. A nivel internacional, Amnistía, HRW y Reporteros Sin Fronteras alertan por la gravedad de la situación. La propia Asociación Marroquí de Derechos Humanos lamenta las sistemáticas violaciones sufridas a manos de las propias instituciones. El propio Hassan Aurid, ex portavoz del Palacio Real, en un artículo recién publicado, admite la profunda crisis del régimen marroquí por falta de instrumentos políticos adecuados para desatascar la situación y recurre a Antonio Gramsci para ilustrarlo: en Marruecos lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no puede nacer. Por lo cual, Hassan Aurid augura un gran estallido social que puede derrumbar los pilares, no solo de la monarquía, sino que de todo el Estado. Este es el país de las maravillas del que nos hablan Zapatero, Rajoy y Sánchez.
En fin, los políticos españoles, especialmente los socialistas, a mi juicio, priorizan la contención de la inmigración ilegal por su impacto sobre la derechización de la opinión pública española que afecta directamente a sus posibilidades electorales. También lo hacen por las más de 600 empresas españolas registradas en Marruecos, así como los intereses personales. Felipe González es un claro ejemplo. De ahí la constante tarea de procurar mantener contento al gendarme de la rivera sur del Mediterráneo. El resto de temáticas se colocan en el segundo plano. Todo vale: mentir, tergiversar los datos y blanquear la imagen de Marruecos en Europa. Es decir, un enfoque cortoplacista. El estallido del que habla Hassan Aurid es inevitable en Marruecos. Todos los ingredientes están allí. Con ello, España enfrentará todo aquello que quería evitar al apostar por la sobrevivencia de un sistema moribundo: avalanchas de inmigrantes y solicitantes de asilo; radicalización; pérdida de intereses económicos, etcétera.
Abdo Taleb Omar, doctorando en Ciencias Políticas.