Chile está en proceso de aprobar una nueva Constitución. 155 ciudadanos, en su mayoría sin vinculación partidista, forman la comisión constituyente. En medio de este evento, se ha recordado a un ilustre gaditano.
Si José Joaquín de Mora (Cádiz 1783- Madrid 1864) resucitara en su Cádiz natal este verano, y preocupado por el devenir de los lugares que dejó en vida echara un ratito navegando por internet, probablemente, consultando sobre Chile, le caerían dos lagrimones al ver que su vieja Constitución de 1828 despierta también con el nuevo y singular proceso constituyente.
También nosotros estaríamos contentos a su lado, y le informaríamos, mientras le explicamos qué es el ratón del ordenador y para qué sirve, que los españoles modernos del siglo XXI seguimos sin estar muy reconciliados con nuestra historia, igual que usted cuando era un joven ilustrado y más tarde un escéptico algo frustrado. Pero no se confunda, don José, nosotros no le juzgamos. Ya quisiéramos haber vivido lo que usted. Nosotros, modernos ma non troppo, somos escépticos incluso con el escepticismo y no queremos ya que el recuerdo nos lastre.
Curioso e inquieto personaje de las letras como pocos, José Joaquín de Mora se alistó tempranamente en el liberalismo progresista. Tras la batalla de Bailén (1808) fue apresado por el ejército francés en retirada. No perdió su tiempo de condena, pues en Francia se casó. ‘Mujer francesa y liberal’ son palabras mayores. Ejerció como abogado y periodista. De regreso a Madrid, entre traducciones y conferencias desde postulados universalistas recibió el reconocimiento de gran divulgador. Pero cayó el régimen constitucional a manos del absolutismo francés, y tuvo que abandonar otra vez España en 1823, partiendo esta vez con su familia a Inglaterra como refugiado. Desde allí dirigió revistas y periódicos para las nuevas repúblicas Iberoamericanas. A sus cuarenta y pico de años se deslizó hacia el liberalismo inglés, de tintes conservadores. Allí conoció a Bernardo Rivadavía, uno de los padres de la nación argentina, que lo llamó para dirigir proyectos literarios y políticos en Buenos Aires. Pasó luego a Chile, llamado por el vicepresidente del país, donde, por fin, formó parte del proceso constituyente de 1828.
Como decía al principio, aquella Constitución de 1828 está siendo recordada ahora como el inicio de la modernización chilena. La Carta Magna de José Joaquín de Mora fue prontamente derogada por el centralista y monárquico Portales, en 1833. Bajo la política portaliana ha estado el país mucho tiempo. El último eslabón autoritario ha sido la Constitución de 1980 de Augusto Pinochet, aún vigente aunque reformada, y contra la que ahora se levanta este proceso constituyente.
José Joaquín de Mora permaneció tan poco tiempo en Chile como la Constitución de 1828. Fue encarcelado y expulsado. Acogido en Perú, luego en Bolivia. No cesó en su prolífica actividad literaria y política, redactó sus famosas Leyendas españolas (1940) y ya en su madurez de vuelta a España con el reinado de Isabel II, fue nombrado académico. Después de tanta mudanza, tanta frustración de ambiciosos ideales, se acomodó en un escepticismo desesperado, salpicado de expresiones amargas y autoritarias, quizás un tanto platónico. Publicó su obra religiosa Oración matutina y vespertina (1855) residiendo en Inglaterra. Falleció en Madrid en 1864.
Aquella lejana Constitución liberal de 1828 reconoció la soberanía de la nación chilena aunque por entonces, sólo los hombres con derecho a voto podían elegir a los representantes de la república. Ahora, la Nueva Constitución de 2021, la están redactando 155 ciudadanos, hombres y mujeres elegidos directamente por el pueblo, muchos de ellos sin vinculación partidista. Subyace la idea la corregir el tiempo perdido que les arrebató la democracia y la protección social de las constituciones del siglo XX. Seguiremos comentando.