Los desiertos se abren más allá de los campos regados, de las tierras de secano. A ellos no les llega ninguna palabra amable, ni un gesto de cariño. A veces son de dos horas y otras se extienden durante semanas. Lucía los descubrió en su relación con Héctor.
No sabía qué hacer con ellos, su sequedad la agobiaba, pero mucho peor eran las noches de frío junto a la persona que te ama.
Ella había intentado abrirse paso, incluso con alguna flor, pero era inútil.
Un día en el espejo vio a su madre y a su padre, perdidos en una vida que les amargaba y juntos, juntos hasta el final.
Descubrió que los campos regados se hacían de plástico y los de secano de puro espejismo. Hizo las maletas y se concedió la posibilidad de un nuevo Edén.
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