Aunque las mayores lacras de mi generación son la ansiedad y la depresión, hoy ya nadie se "muere de pena" como solía decir mi abuela. El sufrimiento es opcional y la optativa se encuentra en conseguir una receta médica.
Cada fin de semana se abre la puerta trasera del alcohol y las drogas, un paliativo a la medida de una sociedad entubada en estado emocional vegetativo. La idea del zero fucks, nuestro medio carajo, parece presentarse como la solución mágica, el KH7 de los problemas del primer mundo.
¿Estás preocupada por el rumbo que está tomando tu vida o, mejor dicho, por cómo se va a la deriva? ¿La depresión crónica, la insatisfacción vital, la inestabilidad financiera y emocional no te dejan dormir? ¿Estás intentando aprender a vivir con la presión en el pecho de la híper-productividad, el síndrome de la impostora y la falta de autoestima y autoconcepto? ¿Te da su poquito de taquicardia pensar que te duelen demasiado las rodillas para lo poco que tienes cotizado? ¿Estás triste y apática?
Pues no estés triste, tampoco apática, que igual la depresión se te cura con este mantra de mercadillo. Como todo lo que es de buen nacido, habrá que dar las gracias por vivir a treinta grados en octubre, por los cincuenta euros que te sacan de mileurista y por tener un trabajito precario con el que poder pagar el sablazo mensual a Vodafone, Gihasa e Iberdrola. Teniendo en cuenta que para el estado dejas de ser joven a los treinta y que te sale la compra semanal en Mercadona lo mismo que dos empastes, se hace imposible no suspirar fuerte recordando tiempos mejores allá por los noventa.
Todos aquellos niños con sueños truncados que quemaban los VHS de Disney a visionados, son hoy adultos que aceptan no tener un plan de pensiones, pero que jamás consentirán que el Sebastián de La sirenita hable en castellano mesetarian y no con acento cubano.
Sintiéndonos como un Ford Ka de segunda mano y con una maniobra digna del cani barroco, llegamos derrapando al final de la primera etapa de la vida adulta, pero eh, tits up, que aun estando a un paso de rebuscar bichos debajo de un tronco como Timón, no perdemos el afán de dar algún día con el Hakuna matata.
Igual el principal problema al que se enfrenta la generación de cristal es querer dar respuesta a preguntas que siempre han estado mal formuladas. Lo cierto es que a los treinta, el cuarto cubata es algo que no se contempla porque al tercero nos da paranoia caer en la cuenta de que el desasosiego vital generalizado no se trata de una coincidencia.
En la discoteca suena Baby Nueva de Bad Bunny y piensas que los ocho euros de la copa no han merecido la pena. A medio camino entre ser demasiado viejo para llamar club a la discoteca y demasiado joven para comprar un curso de ganchillo en Domestika, te empiezas a plantear que lo del retiro espiritual quizás no es tan mala idea. De repente, el horóscopo mensual acierta con sus predicciones y el irte de camping a comer setas no se aleja tanto de que Eduardo, tu médico de cabecera, te mire con condescendencia antes de acordar meterte algún que otro medicamento psicotrópico en la tarjeta.