Durante varias décadas e incluso siglos, los fenómenos que hacían temblar los cimientos de nuestras sociedades respondían a causas de índole natural (catástrofes climáticas como inundaciones o terremotos), humana (sobrexplotación de los recursos naturales o contaminación desenfrenada), financiera (especulaciones económicas como burbujas inmobiliarias o fondos buitres) e incluso militar (conflictos armados internos o externos). Hoy en día, el avance de las TIC ha conectado unas regiones con otras, haciendo que viajen más rápido los flujos del capital, migratorios, culturales, científicos y epidémicos. La crisis sanitaria y socioeconómica ocasionada por la pandemia del Covd-19 podría suponer la evidencia empírica definitiva de que la sociedad global ya es una sola.
Nos acercamos al aniversario del confinamiento que nos instó, sin precedentes, a quedarnos en casa y experimentar la totalidad de la rutina diaria dentro de nuestras paredes, teniendo como única salida al mundo exterior la ventana o el balcón y como principal esperanza la creación de una vacuna. La carrera por la vacuna recorrió el mundo y se desarrolló de manera diferente a lo largo de la esfera terrestre, aunando esfuerzos, financiaciones y todo tipo de experimentaciones al respecto. Sin embargo, existía un temor generalizado ante el posible obstáculo con el que pudiera toparse este gran avance científico: el movimiento de los anti-vacunas. La gran sorpresa a la que asistimos fue que, pese a no desaparecer el negacionismo en parte de la sociedad, se tejió un nuevo tipo de corrupción en tiempos de pandemia: el germen de los trinca-vacunas, protagonizado por centenares de cargos públicos a lo largo y ancho del país que se habrían beneficiado de la posición de poder que ostentan para incumplir el protocolo de vacunación.
Parece que una crisis epidémico-institucional de este calibre llama a gritos la intervención del filósofo más sabio por excelencia. Propongo que nos remontemos al siglo V a.C., donde un erudito Platón proponía y difundía que la forma de gobierno ideal era la aristocracia (del griego, aristos o los mejores y «krátos» o poder). El conocido como “gobierno de los mejores” sería el único capaz de representar la idea de justicia porque estaría conformado por filósofos, es decir, por una minoría de hombres sobresalientes en cuanto a la virtud de la sabiduría y al elevado nivel de intelecto. El filósofo ateniense mantenía que el motivo de que los hombres más sabios fueran los únicos capacitados para gobernar la Polis radicaba en la educación que habían adquirido, muy diferente y mucho más completa de la que había recibido el resto del pueblo. A ella le debían haber alcanzado la sabiduría necesaria para dirigir y alejarse de las pasiones, tentaciones y confusiones originadas por los sentidos. A simple vista, parecería que en un mundo ideal platónico los gobernantes hubieran sido los primeros en recibir la ansiada vacuna. Incluso si en dicho escenario el protocolo hubiera sido el mismo que el actual, podríamos aventurarnos a pensar que Platón avalaría esta irregularidad en la lista de vacunación, propia de líderes que deben seguir gestionando la entidad o administración correspondiente de la forma más adecuada posible.
No obstante, si profundizáramos más allá de lo aparente, apostaría a que Platón no sólo no se escandalizaría de que los gerentes no hubieran sido los primeros en recibir las dosis correspondientes, sino que hubiera antepuesto al conjunto de la población, primordialmente a las personas que se encuentren en una situación de mayor vulnerabilidad o exposición ante el virus. El discípulo de Sócrates era plenamente consciente de que ser gobernante implicaba alinear los intereses de los ciudadanos con el interés general y anteponer el beneficio público al privado.
Han sido más de setecientas personas las que se han saltado el orden de la lista para vacunarse antes de lo previsto, argumentando que “pasaban por allí” o que “sobraban dosis y les avisaron”, algo que resulta extraño al ser bastante conocido el déficit de dosis generalizado que ha dejado sin protección aún a trabajadores de máxima exposición al virus. Son numerosas las propuestas que se han formulado en torno a qué hacer con estos trincadores de vacunas. La mayoría de los ciudadanos y de los representantes públicos optan por exigir dimisiones (de las que sólo se han producido una mínima parte) y una minoría protagonizada por el presidente de la Comunidad Valenciana o de Castilla y León, entre otros, prefiere sancionarlos sin recibir la segunda dosis. Este escarmiento conllevaría un desperdicio evidente de vacunas, además de agravantes morales sobre la posibilidad de la contracción del virus de estos usuarios. Algunos expertos alertan también de que, al no conocerse los efectos posteriores, se podría incluso favorecer un contexto en el que aparecieran nuevas variantes del virus.
Platón se indignaría ante semejante proposición porque no creía en la justicia homérica, la cual suponía la aceptación social de la venganza. El filósofo propone, en contrapartida, un modelo de justicia que se alejara de esta especie de “Ley del Talión” para que el hombre que incurriese en comportamientos indeseables, no recibiera las mismas represalias, sino instrucción. Probablemente el filósofo dualista por excelencia respaldaría la dimisión de los gobernantes que han faltado a su pueblo, secundada de la inoculación de las segundas dosis con la condena de volver a servir públicamente a los demás desde abajo, auxiliando a enfermos de coronavirus en primera línea o desinfectando áreas sanitarias para atenuar la propagación del virus, entre otras tareas. No imagino un mejor premio que poder ayudar a los que no pudieron inmunizarse a tiempo.
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