Recuerdo esa tarde en que me voló la cabeza. Así. De cuajo. Estalló y yo que creí estar escribiendo por ese entonces una novela oscura, se levantó el telón y todo mi alrededor fue cartón piedra, figurantes, chicha blanda, mentira y porquería.
Culpable un escritor muerto como culpable de subversión solo pueden serlo los escritores muertos. Un ángel triste incluso en días de guardar, la mano armada del género, sabía saltarse las reglas del juego y si te asomabas a su prosa y llamabas a las puertas del infierno, él te abría con mirada socarrona y te ofrecía en bandeja sangre nuestra, caras conocidas, razones para ser feliz.
El tipo escribía historias negras como entrañas y construía personajes en proceso de autodestrucción, sádicos, raros, de mentes enfermizas, retorcidas y rotas. En unos ochenta donde la literatura comenzaba a quitarse el olor a alcanfor y a sacudirse los complejos y el polvo y exploraba caminos más negros y libres de lo que seremos nunca.
Por eso no fue sentenciado ni tachado de nada del todo entonces. Se permitían más cosas. Licencia de autor maldito. Ahora pasaría a la historia por poner a derecha e izquierda de acuerdo. A unos por puritanos y conservadores y a otros por buenistas y dueños de la adecuada moral y el correctismo político.
No, no es país para Merinero.
Carlos Pérez Merinero. Doy nombre completo, pecador y delito. Por si te lo encuentras por casualidad en una librería de viejo. Si ocurre, lo escondes bajo una pila y huyes. O mejor, cómpralo y lo entierras, o lo arrojas al río o al mar, y si estás lejos del agua, quémalo, una cerilla, un montón de papeles y dale candela, fuego, el mundo hecho cenizas. Es lo mejor que podrías hacer, si no quieres que te pase lo que a mí. En tiempos donde todo es domestic noir, thriller simplón, rápido, efectivo, detectives con tara de chiste para que encaje en el canon y a correr.
No, Merinero no es para ti, te rompería los esquemas y te abriría a posibilidades que no querrías haber visto. Esa inmundicia bajo la alfombra, el callejón zaíno, la cabeza del perturbado. Está maldito y bien maldito que está.
Su obra o es autoeditada o alguna editorial pequeña saca algo a modo de rebeldía. Pero sin el eco de las grandes. Hoy en día estaría cancelado a norte y sur y engrandecería su leyenda por haber sido prohibido por mil ayuntamientos de un bando y otro. De hecho, si comenzara su carrera hoy, no habría editorial que lo publicara, que es otra forma de prohibirlo, condenarlo al silencio, al no talento que sí tenía para incomodar, transgredir, inventar, escribir y ser definitivamente moderno, pese a lo rancio de muchos de sus protagonistas.
A mí me lo recomendó en su día una editora, y todavía no sé si lo hizo por buen gusto, para pervertirme en la literatura o por rebanarme los sesos, verme adicto y que comenzara a calificar yo mismo de leve y mierda cada cosa que escribía. Ya sabes, no esperes casi nada bueno de los editores. Desde entonces tengo el apellido grabado a hierro, la certeza de que nadie volverá a escribir como él. Sobre todo porque hacer lo que él hacía sería un suicidio literario con todas las letras.
Así que espero no haberte despertado curiosidad por el tipo y vayas corriendo a mirar en internet o a preguntar por él en librerías. Te mirarían mal, soñarías feo, serías otro condenado. Y si lo haces y te haces yonqui y buscas como loco cada obra suya, haz como yo y no se lo cuentes a nadie.