El pasado domingo una larga cadena humana consiguió unir las capitales de las tres provincias vascongadas: Bilbao, San Sebastián y Vitoria. Todo un alarde de organización y de espíritu gregario y participativo a lo largo de más de 200 kilómetros. En un ambiente lúdico, burgués y pretendidamente cívico y democrático, miles de ciudadanos vascos reivindicaban así -a la catalana- su derecho a decidir... separarse del resto de España cuando lo estimen conveniente. Hasta muchos bares y restaurantes cedieron para la causa un porcentaje de la caja del día, tras que recibieran aviso de los organizadores, algunos de ellos miembros de los partidos que apoyaban a ETA y cobraban el llamado impuesto revolucionario.
Con todo, parece evidente que a muchos ciudadanos vascos y catalanes les resulta opresivo formar parte de España, a pesar de que nuestra Constitución les garantiza unas cotas de autogobierno que ya quisieran para sí los estados federales más descentralizados; y a pesar de que disfrutan de unos niveles socioeconómicos muy por encima de la media española. Pues nada, a pesar de todo una parte de los ciudadanos vascos y catalanes quieren dejar de ser españoles, de manera que estoy llegando a pensar que más que oprimirles a lo mejor España les deprime, con lo que el problema sería más psiquiátrico que político. Claro que la imagen que de España difunden la TV3 catalana o la ETB vasca acaban deprimiendo al más optimista.
Pero lo que más me llama la atención es que tanto a los vascos como a los catalanes separatistas les haya dado por combatir la opresión -o la depresión- haciendo cadenas humanas, para verlas luego por la tele. Porque las cadenas humanas solo se ven bien desde fuera y en la distancia. O sea, por la tele. De manera que, en el fondo, participar de una gigantesca cadena humana para verse y que te vean por todas las televisiones del país, es más que nada un ejercicio de narcisismo colectivo la mar de recomendable para levantar la autoestima nacional, y muy indicado por tanto contra la depresión de los pueblos que se sienten oprimidos... o contra la opresión de los pueblos que se sienten deprimidos, que lo mismo me da.
Que les dé por hacer cadenas para liberarse de la supuesta opresión -o depresión- no deja de tener su gracia y su punto contradictorio.
Que les dé por hacer cadenas para liberarse de la supuesta opresión -o depresión- no deja de tener su gracia y su punto contradictorio. Pero en cualquier caso resulta tranquilizador ver que ahora los separatistas vascos por fin también plantean sus reclamaciones de manera pacífica... e incluso risueña. Aunque a más de uno se le habrá helado la sonrisa al ver que quienes organizan la cadena humana -y quienes piden colaboración económica a cambio de figurar en la lista de buenos patriotas-, son los mismos que hace poco asesinaban vilmente por la espalda a los disidentes. O los que justificaban y aplaudían a los asesinos. O, en el mejor de los casos, los que miraban para otro lado procurando que la sangre no les salpicara.
Bienvenidas sean, en cualquier caso, las cadenas humanas en tanto que acciones reivindicativas pacíficas, aunque solo conduzcan a la melancolía. Porque lo que no consiguieron con bombas no lo van a conseguir ahora con cadenitas. Y es que la unidad de España -la España de ciudadanos libres e iguales que queremos-, más allá de razones históricas, políticas o sentimentales, es también lo que garantiza la prestación de los servicios sociales en las zonas con más necesidades. No conviene olvidar que el separatismo afecta fundamentalmente a las regiones más ricas, en su afán por desentenderse de las más pobres. Por eso la unidad de España no se discute ni se negocia, y mucho menos desde la izquierda; tan solo se defiende.