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"Lo que cuesta, entre tanto ruido, es que alguien ofrezca otra clave, otra esperanza en la desazón de la imbecilidad humana".

Cuando alguien, a quien se le presume la sensatez y moderación  como requisitos indispensables para formar parte del selecto grupo del cuerpo diplomático, comete dos errores tan pueriles como pensar que lo que se publica en facebook es privado y que los amigos de facebook son realmente amigos, concluyo que la estupidez ya ha invadido todas las esferas de la acción humana. Una estupidez impúdica y carente de autocrítica, que en el caso de cónsul de España en Washington ha emborronado una carrera de décadas por una necesidad patológica de ser más gracioso e ingenioso que los demás (él se lo creerá), crear una marca personal en la redes sociales, satisfacer una vanidad a la que no se escapan, por lo que se ve, ni las altas esferas, o vete a saber por qué. ¿Qué razón lleva a alguien que se supone sobradamente preparado a llevar a lo público comentarios que le llevan a perder su puesto? ¿Por qué revelar sin ninguna necesidad nuestro lado más oscuro, que todos tenemos en mayor o menor medida,  a los cuatro vientos? En las redes cada segundo hay miles de ejemplos más. Pero lo hace un cónsul y pierdo la fe en la especie. No sólo es que seamos malos, crueles y egoístas, que lo somos. Es que también somos gilipollas.

Es curioso que la mofa al acento andaluz haya ofendido a muchos, como si todos los andaluces habláramos así, como si todas las andaluzas tuvieran un dialecto estándar, mientras que el mucho más dañino cariz machista del comentario ha pasado más desapercibido en las causas de su cese. No sé, y me da igual, si los hechos tienen la gravedad de un chascarrillo, o son una cuestión de estado. Pero me inquieta la proliferación de jueces que pueblan las redes sociales (nunca Susana Díaz tuvo más defensores en estos foros) para emitir sus condenas  sumarísimas,  al errado.  No seré yo quien salga a defenderle. Bien cesado está. Pero estos inquisidores mañana mismo despellejarán a otro, en base a informaciones superficiales, casi siempre en defensa de alguna idea estereotípica basada en la tribu. O pasarán por alto los más severos desmanes siempre y cuando no se metan con ellos, o con su acento, o con su equipo de fútbol. Años después, en plena era digital, el concepto de aldea global de McLuhan sigue siendo todo un acierto. No solo por lo de la globalización, sino porque seguimos siendo auténticos aldeanos. 

Es fácil despellejar a quien practica un comentario tan ridículo, infantil y prejuicioso, como el del cónsul y sumarse al coro de inquisidores. Lo que cuesta, entre tanto ruido, es que alguien ofrezca otra clave, otra esperanza en la desazón de la imbecilidad humana. Alguien que sea capaz de analizar más allá y explicarme por qué alguien preparado hace algo así y me permita comprenderlo. O alguien que me de una opinión fundamentada de cómo un juez  le da una custodia a un padre maltratador. Una visión distinta. Hoy en día hay tantas fuentes que estoy convencido que ese tipo de argumentos existen, pero lo difícil es encontrar a gente fuera de la zona de confort de lo políticamente correcto, que los esgriman. No para compartirlos. Simplemente para comprenderlos. A los que piensan como yo, ya los entiendo.

Entre esta sobreexposición de información (vaya, quizás es una mala idea hablar de esto justo el primer día en que lavozdelsur.es me ofrece una nueva ventana para escribir), lo difícil es encontrar quien te ofrezca claves diferentes, y que no estén basadas en la extravagancia y la búsqueda del click fácil. No siempre sé dónde. Pero las habrá. Quiero creer que hay muchos que piensan que es mala idea basar en tres emoticonos de un celebrity un titular de prensa y cientos de minutos de televisión y que existe público que busca enfoques rigurosos. Porque no podemos ser tan gilipollas. Y lo digo en la doble acepción. Desde la incredulidad, “¡no es posible que seamos tan gilipollas!”, pero sobre todo desde el deseo: No nos podemos permitir ser tan gilipollas.

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