Hace unas semanas se cumplía un año del inicio de la pandemia, y ha sido algo habitual asistir en los medios a diversos balances y análisis sesudos sobre lo vivido, con recetas de todo tipo para aprender de una crisis que ha zarandeado a nuestra sociedad como si fuera un muñeco de trapo.
Pero pocos hacen hincapié en aquello que, aun siendo lo más evidente, se trata de camuflar a golpe de aplausos, palmaditas en la espalda y buenas palabras que empiezan a caer en saco roto: la necesidad de potenciar, de manera clara y valiente, a nuestro sistema sanitario público.
La mal llamada “joya de la corona” de la Junta durante muchos años ha quedado con las vergüenzas al aire en una crisis sanitaria global sin precedentes, en la que se ha puesto de manifiesto que no podemos aspirar a competir con otras comunidades autónomas en el ámbito sanitario mediante contratos precarios, falta de medios materiales suficientes y plantillas de profesionales deficitarias.
La profesionalidad de los trabajadores de la Sanidad Pública, en esta ocasión, no ha sido suficiente para desviar el golpe (como sucede en el día a día de nuestros centros, donde los altos niveles de satisfacción de los usuarios se deben precisamente al compromiso y abnegación de personal con cargas de trabajo brutales y mínimos reconocimientos). Si en su debido momento (tal y como se exigió desde CSIF tras la primera ola) se hubiese invertido de manera decidida para potenciar la Atención Primaria, reforzar las plantillas (sobre todo las de urgencias, UCI y plantas “covid”), dotar de músculo a epidemiólogos y rastreadores, apuntalar con recursos al grupo administrativo y “refrescar” las plantillas de hospitales cuyos trabajadores ya empezaban a acusar el cansancio y el estrés de unas jornadas eternas enfundados en EPI y con el miedo claro a ser vectores de contagio cuando llegasen a sus domicilios familiares… si todo esto se hubiese tenido en consideración por parte de mandatarios de una u otra administración, seguramente los efectos de la segunda y tercera ola hubiesen sido mucho menores.
De cara a la eventual cuarta ola, se hace necesario incidir en las mismas reivindicaciones. Y es posible que ahora sea incluso más importante hacerlo ya que, ante el panorama de la cercana vacunación masiva que se dibuja en el horizonte, podemos caer en el error de pensar que esto llega a su fin y que al final del túnel hay luz. Y sí, lo hay. Pero aún hoy siguen infectándose nuestros vecinos y sigue muriendo gente en los hospitales.
Pedir prudencia y serenidad a la población es necesario, comprensible… pero estas recomendaciones deben ser apoyadas por una clase política y gobernante que entienda que, sin un sistema sanitario que aporte garantías para este tipo de crisis, es la sociedad entera la que se resiente. Sin salud, la economía no tarda en hundirse.
No podemos seguir ostentando el dudoso honor de tener una de las ratios de profesionales-paciente más bajas de España, y con unos profesionales en el furgón de cola de las retribuciones. No podemos vivir eternamente del aplauso, los monumentos y los agradecimientos frente a los micrófonos. Den un paso adelante y hagan el reconocimiento que realmente merecen estos profesionales: equiparación salarial, refuerzo de plantillas, carrera profesional para todos…visto lo visto, y vivido lo vivido, no es mucho pedir, ¿verdad?
Alberto Puyana es escritor y delegado sindical de CSIF en Cádiz.
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