"La celebradísima accesibilidad a los medios, el surgimiento de las redes sociales, con la posibilidad de exponer tu vida, tus imágenes, tus pensamientos, tus opiniones, a la luz de todos, y sobre todo lo vertiginoso de estos cambios, producidos en tan solo un par de décadas, han generado, como era de esperar, consecuencias no deseadas".
"Es mejor saber algunas de las preguntas que todas las respuestas" (James Thurber).
Desde los últimos coletazos del siglo XX se viene hablando de la “Era del Conocimiento”, ese paradigma de la nueva sociedad en el cual los medios de producción se han visto transformados en su integridad por lo que se llama “La Sociedad del Conocimiento”, los nuevos medios de información y comunicación, la multi-conectividad y la tan traída globalización.
Olvidan quizás demasiadas personas que ya hubo otras épocas y sociedades en las que el conocimiento alcanzó un valor preeminente. Pongamos por caso, la época de los filósofos clásicos. Podríamos estar, quizás, en la segunda, tercera o cuarta… “Era del Conocimiento”, ¿no?
Pero en esta etapa, como novedad respecto a las anteriores, se identifica el “Conocimiento” con la “Información”, lo que puede resultar confuso o incluso altamente peligroso.
Ni qué decir tiene que la Red ha transformado nuestras vidas. Pero la celebradísima accesibilidad a los medios, el surgimiento de las redes sociales, con la posibilidad de exponer tu vida, tus imágenes, tus pensamientos, tus opiniones, a la luz de todos, y sobre todo lo vertiginoso de estos cambios, producidos en tan solo un par de décadas, han generado, como era de esperar, consecuencias no deseadas.
Como apasionado de las relaciones humanas, observo e intento descubrir estos cambios. Como ya hablamos en otra ocasión, las opiniones en redes sociales surgen impulsivas como saetas al aire. Pero ante esto, mi respuesta, tan natural como voluntaria, ha sido la de refugiarme en la ignorancia.
"Hacer preguntas es prueba de que se piensa". (Rabindranath Tagore).
Porque, si no estuviera leyendo varios medios, decenas de blogs, cientos o miles de opiniones particulares en Redes Sociales… ¿realmente me preocuparían o me afectarían TODOS los temas que se tocan? ¿Es posible que existan personas a las que les resulten relevantes todos los asuntos? ¿Es técnicamente plausible que una persona tenga criterios formados para todo o casi todo?
Es maravilloso y celebrable que se pueda hablar de lo que sea y con quien sea. Pero observo que se produce una distorsión, que transforma la “posibilidad” en “obligación”, como si leer opiniones sobre Venezuela, por ejemplo, me obligara a mí a tener una opinión formada y me llevara a un “tengo-que” expresarla. Preguntar por algo cada vez es más escaso; parece vergonzoso no saber de algo… ¡pero, cómo no vas a saber del tema Cataluña, si todos estamos hablando de ello! El volumen de afirmaciones vertidas multiplica por un millón a las preguntas que la gente se hace.
Existe el derecho al conocimiento. Pero también existe el derecho a la ignorancia, no se olvide. El derecho a opinar es inalienable, pero aún más el derecho a no opinar, aun teniendo criterio propio. Y no digamos el derecho a no saber o a querer no saber.
"Lo importante es no dejar de hacerse preguntas" (Albert Einstein).
Este mundo anda escaso de ignorancias. El conocimiento surgió de las preguntas, no de las respuestas. En el mundo de la ciencia, y también en el de la filosofía, una pregunta acertada servía para evocar otras preguntas interesantes y necesarias. En twitter, en cambio, una pregunta acertada servirá para obtener decenas de respuestas de todo tipo, algunas para taparse los ojos. Hagan la prueba.
En psicoterapia adoptamos habitualmente una actitud de “ignorancia deliberada”, lo que nos permite, desde la curiosidad y mediante la realización de las preguntas adecuadas, ayudar a nuestros clientes a transformar sus vidas, de una manera mucho más eficaz que si adoptáramos la postura del “experto sabelotodo”.
También las mamás y los papás harían bien en aprender a ser ignorantes. Sería una forma fantástica de educar a sus hijos en humanidad. Porque… ¿Acaso un papá o una mamá tiene que tener respuestas para todo? Así vienen los pánicos y los agobios, no solo ante las preguntas del niño, sino simplemente ante la posibilidad de que haga preguntas. Decir “no sé” de vez en cuando a un hijo ante una pregunta que desconozco o que no sé cómo abordar, no es solo honesto sino saludable.
"Debes amar el tiempo de los intentos". (Silvio Rodríguez).
Con esta defensa de la ignorancia no pretendo justificar al pasivo ignorante que no se preocupa por nada, pasa de todo y no quiere enterarse de nada para no tener responsabilidad alguna y seguir tranquilamente cultivando su hedonismo. Más bien, abogo por una ignorancia activa, por la curiosidad como norma, por la pregunta, por el reto, por el aprendizaje y el camino, frente al imperio del dogmatismo, la afirmación categórica y el discurso del ataque.
Por tanto, queridos narcisistas de la opinión. Dueños del hiper-criterio. Administradores de “la verdad” y “la razón”. Gurús del siglo XXI. Emperadores de la seguridad, la auto-convicción, y el autoconcepto infinito. Me gustaría deciros que… sois muy aburridos.
Comentarios