Como quien no quiere la cosa, uno de los días del pasado puente en el que mi cuerpo no daba para más zambombas, me apropié del chaise longue (¡vaya! qué pretencioso suena) y de la manta de pelito del Primark (esto lo compensa) y fui feliz. Sí, porque también de estos momentos de relax, de abandonarse a la nada más infinita, de los ratos de fiaca, que así lo llaman en Argentina, puede una disfrutar con alevosía. Más aún si la Moruna, mi gata la de en medio, la que es un poquito rara y misteriosa, se acomoda encima mía con su ronroneo particular. También feliz.
Dispuesta a ver lo que me echen, pongo sin ninguna pretensión la tele y bicheo (hoy estoy nostálgica de la jerga bonaerense) el Netflix por si algo me engancha. Y en éstas que veo una peli recientemente añadida que me llama la atención, no por el título, nada atractivo: ‘Historia de un matrimonio’, sino porque la protagoniza Scarlett Johansson y, generalmente, me gusta lo que hace. Me la creo.
Así que le doy al play y me entrego a más de dos horas de cine con cierta expectativa. Y tuve suerte. Acerté, quedándome al fin con el regustillo fantástico de ver una buena peli, independientemente del asunto que aborda, que no era de lo más gratificante, más aún teniendo en cuenta mis antecedentes personales, esos que te hacen darle un sentido propio a la interpretación de la película, que por eso es un arte.
Según leí posteriormente en una crítica de Fotogramas (me piqué totalmente), la nueva película de Noah Baumbach (director) “te va a dejar sin habla”. Se trata, afirma este medio de referencia para cinéfilos, de “una ruptura contada desde las entrañas que se posiciona como una de las líderes en la temporada de premios”, comparando Historia de un matrimonio con la mítica Kramer contra Kramer, ya que se trata de un matrimonio que hace aguas, un niño pequeño en mitad de la ruptura, una mujer decidida a tomar las riendas de su vida y un hombre que debe entender por qué ha ocurrido todo. ¡Uf! Cómo me suena.
Dicho así no parece que sea tan trágico, pero efectivamente esta película te traslada, de hecho está basada en hechos reales (todo apunta a la experiencia del propio director), la dureza, la angustia, la crueldad, el desasosiego y el infierno, en definitiva, que es un divorcio con hijos de por medio. Sobre todo, y en esto quiero hacer hincapié, cuando terceras personas, ajenas a la pareja, profesionales y no, intervienen con bisturí desgarrador desprovistos de empatía, dejando a un lado la existencia de sentimientos de una pareja que se rompe y, lo que es peor, ninguneando el bienestar de los menores, a los que perjudican gravemente.
Estoy hablando del sistema en el caso de los divorcios, que queda perfectamente retratado y en evidencia. Un sistema en torno al mundo judicial en el que gana el agresivo, el frío, el falto de escrúpulos. Ganar a toda costa, polarizando, enfrentando, destruyendo. Caiga quien caiga… Asco. Mucho asco.
Espectacular, asimismo, es una escena que está llamada a hacer historia -coincido con las críticas-, por mostrar los juicios morales que pesan sobre las madres cuando son evaluadas ante los ojos de los demás.
Pero no quiero hacer spoiler —como dice mi hijo— de la película, por ello no entro a analizar con más detalle todo lo que esta cinta ofrece y pone sobre el tapete, que es mucho. Es un reflejo fiel de un proceso doloroso por el que nadie debería pasar. Sólo destacaré cómo, con extraordinaria maestría, el director nos deja ver el sentimiento latente, ése que es para toda la vida, entre dos personas que nunca quisieron hacerse daño.
Ahí lo dejo, añadiendo por último unas palabras que vienen al caso, y con las que me quedé en una jornada del curso de especialista en Derecho de Familia organizado por el Colegio de Abogados de Jerez. La abogada sevillana María Pérez, representante de la Asociación Española de Abogados de Familia, explicó que en Derecho de Familia “no todo está en la ley”, y un buen abogado de familia “debe saber psicología, empatizar” y, si no es padre o madre, debe ponerse en la posición de la otra parte. “Debe prevalecer el interés del niño y que éste sea feliz tras el divorcio”, concluyendo que “el mejor abogado de familia es el que consigue el acuerdo, no el que machaca a la otra parte”. Así debería ser. No se pierdan este pedazo de película.