“No te rindas”, dice el poema, que habla de sombras, de miedo, de lastres y vuelos. “Por favor, no cedas”, insiste en sus versos, “aunque el frío queme, el sol se esconda y calle el viento”. Martín se rio la tarde que se cruzó con el texto. Soltó una carcajada de las que dejan sin aire y luego reflexionó en voz alta:
-Fíjate que a todo el mundo le emociona y a mí esto me da la risa.
Como para no reírse. Martín no se rindió por las sombras o los miedos, qué va. Su sombra se la conoce bien y del miedo se desprendió a los 16 años cuando se subió por primera vez a un andamio sin guantes ni casco. Martín no se rindió porque el frío quemase, cómo va a quemar si vive en el rincón más al sur del sur, pegadito a África. Y allí no quema, si acaso araña o se mete en los huesos. Menos porque el sol se esconda. Nunca lo hace, siempre brilla en un cielo despejado y celeste. Llueve tres veces en invierno y cuatro en Semana Santa. Y el viento... El viento nunca se calla. Es molesto y protestón. Más si viene del Este, entonces se vuelve insoportable y da empujones en las esquinas de las calles. A Martín le dieron el primer golpe cuando el capataz le soltó que ya no había obras, hormigoneras ni cemento. Él observó los edificios a medio hacer y preguntó:
-¿Y eso?
-Eso se queda así, le contestó el jefe en seco, considerando la explicación por buena.
A Martín le hundió que no hubiese barcos, corbetas ni buques, ya fueran de Arabia, de Venezuela o Europa.
-Ni que yo matara a alguien con el soplete, contestó cuando le hablaron de los Derechos Humanos e insistía en las promesas que leyó en prensa justo antes de las elecciones. Como respuesta, encogieron los hombros. Martín no quiere “sueños”, ni “tiempo”, prefiere un par de fábricas donde echar la jornada y cobrar un salario, pero resulta que tampoco. Las que se fueron no regresan y las que anunciaron su llegada, tampoco vendrán
-¿Por qué?
-Es más barato en otros sitios.
Evita estrechar la mano con firmeza, para que no precien las palmas ásperas y los callos del trabajo manual:
-A mi edad no conviene. Quita la vista cuando mira la mesilla del salón, donde se amontonan los sobres sin abrir:
-Adentro sólo hay facturas.
Y ríe. Se descojona cuando recuerda el poema.
-¿Qué te hace tanta gracia?
-Que yo no me rendí. A mí me rindieron.
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