Estaba Sevilla abarrotada. Lo está en estas fechas cada noche, pero más aún con las más de 150 actividades de la Noche en Blanco. Una ciudad repleta de eventos, con alegría. Donde, aunque no faltaban los visitantes extranjeros, rebosaba de autóctonos. Las calles del centro recuperando por una noche el acento de aquí.
Pero la experiencia, para el de aquí y el de allí, tuvo algún momento puntual de sumergirse en la vida y la historia de la ciudad. Como si fuera aquella epidemia de peste, qué inmersión en los tiempos de siglos atrás. Tan sencillo como explicar que uno mismo, el que escribe, pudo comprobar que la presencia de las ratas es evidente. ("Saca la cámara, Mauri, corre").
No es casualidad que en el siglo XVII y ahora afloren los roedores. El río es lo que tiene. Y Sevilla tiene dos brazos de río, además de arroyos que cruzan a un lado y al otro. Eso es un mal condicionante y es imposible poner puertas al campo. Y de la sequía no tiene culpa ni este ni el otro ayuntamiento.
Pero es evidente que algo no se está haciendo bien. Una noche, como era la Noche en Blanco, dejó un momento vivido en carnes propias de ver a esa rata asustada, cruzando la acera para refugiarse, primero, en el contenedor de basura ubicado en el Paseo de las Delicias casi a la altura de la Torre del Oro, frente a una de las bajadas hacia el río. Luego, colocándose en el hueco entre la papelera y la pared del paseo.
El civismo empujaba a quedarse por un minuto en los alrededores. Porque esa rata escondida en la papelera, si veía que alguien, cívicamente, iba a tirar un papelito, podía revolverse. No pasó, porque raramente las ratas atacan. No cayó en ello aquella señora que, al verla, del brazo de su pareja, pegó un saltito del susto y soltó un sonoro 'ay'. El que escribe descargó una palabra de esas que no puede soltarse delante de los niños, que hay ropa tendida.
En su momento, cuando la ciudad acabó diezmada por la peste que portaron y multiplicaron las ratas, en el momento más triste y duro de la historia de Sevilla, en el siglo XVII, la ausencia de gatos fomentó la propagación de los roedores. Un iluminado culpó del fuego a los bomberos y ordenó acabar con ellos.
Ahora, bien vendrían que los michis, los gatetes, que se dice ahora, tomaran las calles, aunque fueran por cuadrillas de barrio unos días. Imposible, claro. Pero qué bien vendrían, qué echamos de menos a esos vecinos y vecinas que han dejado tantas veces el platito con pienso y el cuenquecito con agua en una esquina. No sabemos si en realidad aquello estaba bien o mal, pero está claro que no se preocuparán por los gatos callejeros los Richards y las Emilies de los pisos turísticos.
No tiene fácil solución solventar el problema de las ratas. Usar el trazo gordo de culpar sin más al gobierno municipal no es justo. Pero los bichos siguen naciendo, creciendo y reproduciéndose. Ya avisaron desde el zoosanitario meses atrás, como contamos por aquí. Los contratos de refuerzo resultan insuficientes. Como haya ratas en Semana Santa y en la Feria (será ya primavera), en Sevilla se va a formar una guerra civil que se queda chico cualquier recuerdo de uno de esos derbis de coches quemados. Intención hay, parece, para resolver. Desde que hay presupuesto, también fondos. Y si no, llamamos a Paco León y rodamos la tercera temporada de La Peste.