Escena I. 30 de noviembre de 2013.
Comida en un restaurante chino en Vallecas. Mesa de cuatro. A mi lado, Diego Cañamero. Los dos comensales frente a los dos andaluces son Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. El primero ya entonces no necesitaba presentación, el segundo con 29 años, un total desconocido que no abrió la boca en toda la comida.
En enero, los dos estuvieron en el IV Congreso de la CUT que se celebró en el barrio obrero de Torreblanca, en Sevilla. Allí coincidieron con Sabino Cuadra, Xosé Manuel Beiras y David Fernández.
Ese día, Pablo Iglesias enamoró a los 150 delegados y delegadas al reconocer el carácter nacional de Andalucía y su contribución a la conformación plurinacional del estado en un discurso que emocionó al duro público jornalero curtido en mil batallas de la mano de Juan Manuel Sánchez Gordillo y de Diego Cañamero. Errejón sentado en la fila de invitados.
Nadie podía en ese momento presagiar que ese chico larguirucho, retraído, incluso abarrotado de timidez, pudiera ser uno de los cerebros detrás de una iniciativa política que iba a cambiar el tablero político español y a hacer historia: Podemos. Podemos encarnó la ilusión y la esperanza de millones de personas, muchas de ellas sin experiencia política previa, que indignadas con lo de siempre deseaban un cambio en un país que estaba harto de tanto chorizo.
Escena II. 24 de octubre de 2024
Han pasado más de 10 años, Errejón, tiene ya 40 años, y acaba de dimitir. Se había convertido en uno de los popes de una operación, que estuvo destinada y teledirigida a acabar con esa esperanza que nació en el 15M y recorrió las Marchas de la Dignidad. Como complemento del acoso judicial, policial y mediático contra Podemos, hubo un apéndice de sabotaje interno, prácticamente, desde los inicios y que partió del propio núcleo irradiador. Consumada la división interna, traicionó y montó otro partido que acabó sumándose a la reedición de la consabida operación cuyo objetivo no fue otra cosa que acabar con Podemos.
El famoso tuit, posteado el 19 de junio de 2015, decía: «La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación – apertura». Ya entonces, Errejón empleaba ese lenguaje enigmático poco a dado a la comprensión popular.Un lenguaje reproducido en su tesis doctoral, «La lucha por la hegemonía durante el primer gobierno del MAS en Bolivia (2006-2009): un análisis discursivo, dedicada a la construcción de los marcos discursivos del MAS de Evo Morales donde discurren las categorías marxistas de la hegemonía que nacieron del privilegiado cerebro de Gramsci y que desarrollaron el argentino Ernesto Laclau y la belga Chantal Mouffe en «Hegemonía y Estrategia socialista».
10 años después, la construcción de la hegemonía por el bloque histórico, impulsado por ese núcleo irradiador, ha quedado en mera subjetividad tóxica aplastada por la presión ambiental de una exhibición mediática de la primera fila política. No cuela.
Hasta en la despedida persiste ese lenguaje oscuro que intenta echar balones fuera para justificar lo injustificable. Ni una palabra dirigida a las víctimas, imperdonable olvido.
¿Alguien puede pensar seriamente que es posible construir hegemonía obviando la necesaria ejemplaridad de los referentes públicos concernidos en esa apuesta cultural y política? ¿Alguien puede entender la construcción de la hegemonía sin la aportación fundamental del feminismo que ha sido pilar de los principales avances sociales en el mundo y en España en los últimos tiempos? ¿Alguien puede concebir los discursos como elementos ajenos al devenir de nuestra propia coherencia cotidiana?
No es posible avanzar con referentes que viven una contradicción real entre lo que postulan y lo que practican. El daño que se produce al movimiento popular y a la izquierda en particular es enorme. Se instala ‘el todos son iguales’. Y no es cierto.
Los hombres de izquierda tenemos la obligación política de deconstruirnos y romper con los valores atribuidos a la masculinidad patriarcal. Y esto debe ser un proceso vital que acompañe nuestro accionar político militante en todas las esferas, incluida la privacidad más cercana. No es posible ganar la batalla cultural si no somos capaces de desaprender lo aprendido y sumergirnos en un nuevo marco de relaciones afectivas acorde con el pensamiento crítico y liberador que inspira el feminismo como herramienta de emancipación, también para los hombres.
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