Todo lo que ocurre, lo cambia todo. Lo aprendí con la Teoría General de Sistemas y lo constato cada vez. Francia ya no es la de ayer mientras votaba. Francia es distinta, lo que no debe llevarnos a ninguna hipérbole entusiasta, que lo único que perseguiría es que podamos volver a la comodidad del sofá y las series de TV. Al voto hay que perseguirlo para que no pierda su valor, como cuando salimos corriendo detrás de algo valioso que amenaza con caer y que no terminamos de atrapar sólidamente entre las manos para impedirlo.
Vuelven los comentarios sesudos que indican, negativamente, la fragmentación de la Asamblea Nacional francesa, como si haber derrotado a la ultraderecha no hubiera sido la solución porque no resultó una mayoría fuerte; atención a la constante expresión agresiva contra la democracia misma: fuerte. Las mayorías fuertes son las dictatoriales, justo de la que queríamos salvarnos. Esa mayoría fuerte a la que aspiraba un Macron que se sintió siempre un monarca absoluto, elegido y fundador de una supuesta Sexta República, de una república coronada, de Francia, como en los tiempos de De Gaulle. Una corona que en lo formal Sarkozy quiso rebajar con aquella reforma que desactivaba la famosa cohabitación de los tiempos de Mitterrand, en aras de una eficiencia gobernadora que resultó ser la trampa, después de la trampa, que fue recortando y debilitando la cultura democrática, del pacto y del compromiso, del consenso, de la cohabitación, en Francia y en Europa. Todo lo que viene favoreciendo la aparición de las ultraderechas también, que viven del rechazo del acuerdo, el consenso y la diversidad: aspiran a la fuerza, a la mayoría fuerte, al gobierno fuerte. Aspiran a la eliminación de la democracia que haga posibles los grandes negocios y el silencio de los esclavos: la reforma laboral de Macron. Una ultraderecha, sin necesidad de nombrar país concreto, que no aspira a prohibir los coros del Nabucco de Verdi, porque así parecerán más liberales, los liberticidas.
Tenemos tres grandes tercios representados en la nueva Asamblea Nacional y Macron estuvo y está más cerca de la ultraderecha que del Nuevo Frente Popular. Si fuera cierto su compromiso con la democracia, el monarca Macron debería devolver su corona a alguna vitrina y nombrar jefe de Gobierno a Mélenchon. Las izquierdas francesas formarían un gobierno y una relación con Macron que hagan posible una política social que devuelva los contornos claros que impidan que la ultraderecha siga creciendo. Pragmatismo gobernante sin abandonar la identidad de izquierdas y solidificar su presencia social. La emergencia democrática que ensombrece a Francia fue entendida por su sociedad, tan conscientemente republicana. ¿Será consciente y responsable el monarca Macron? ¿Asumirán las izquierdas el papel histórico fundacional ante el que están?
Fue mano
Abrió la ventana, la vecina de la planta baja: “nos habéis echado, pero inmerecidamente”. En la TV hubo mucha discusión sobre la famosa mano en el partido. Todo había ocurrido ante el árbitro y solo una comentarista alemana dijo que era la decisión, discutible o no, del árbitro, al que no se debía acusar de nada. No era bastante, buscaron entre los árbitros de prestigio y horas más tarde ya tenían a uno que daba fe de que aquello había sido un disparate. Bueno. Luego empezó la épica y el 7:1 de Alemania contra Brasil. Construcción performativa ante un orgullo herido que resultaba ser más que fútbol. Sabemos que fútbol es política, y que Francia jugará contra España y que Mbappé votó al Nuevo Frente Popular, y que Unai Simón se llenó de vergüenza. Fútbol es política. La geopolítica ya decide, hace tiempo, la geografía y el continente europeo tiene dos países más: Israel y Turquía, uno de cuyos jugadores fue expulsado del campeonato por salir haciéndose el lobo ultraderechista. Otro asunto es el de Yamal, de dieciséis años, que por suerte podrá jugar la final porque con esa edad, en Alemania, se puede estar sin los padres en la calle hasta media noche. No sé si está bien pensado que un niño salga a un estadio entre adultos si con la misma edad estaríamos pensando con quién debe o no estar en el patio del colegio u otros lugares. No sé si al fútbol le hacía falta eso, pero menos sé si a la sociedad le hacía falta ese ablandamiento de las fronteras éticas y normativas.
Pero es viejo que el fútbol puede mucho más de lo que debe, porque el fútbol es imparable como un océano. El 9 de julio es la semifinal de la Copa América entre Argentina y Canadá, ¿a quién se le ocurre que vaya a ser el día de la independencia de Argentina? Por esto, el Pacto de Mayo de Milei, que iba a ser en junio y finalmente será en julio, que iba a ser el 9 de julio, pero el fútbol se metió por medio, se celebrará entre antorchas la noche del 8 de julio y la novedad el gran desfile militar conmemorativo de la independencia será fuera del horario de la semifinal. Saturación, infoxicación, y una parada militar costosísima para un país cuya pobreza alcanza al 60% de la población.