Así nunca conseguiremos nada

Los llanitos lo han dicho por activa y por pasiva: no queremos ser españoles. A lo mejor, digo yo, si alguien les pregunta si quieren ser andaluces, obtienen otra respuesta

Tomás Gutier.

Patrono de la Fundación Blas Infante, miembro del Centro de Estudios Históricos de Andalucía y del Instituto de Identidad Andaluza.

Final de la Eurocopa el domingo pasado.
Final de la Eurocopa el domingo pasado.

La selección española de fútbol gana a Inglaterra la Eurocopa, un tenista murciano se cuela en Wimbledon y se lleva la “Challengue Cup” junto a más de tres millones de euros, para colmo, los jugadores de la selección celebran la victoria gritando “Gibraltar español”. Solo faltaría que unos locos se subieran a un patín acuático de pedales –el vulgar pedalo playero– se metieran entre los aguerridos chicos de Oxford y Cambridge y les ganaran la regata. 

El Picardo mosqueado, los progresistas afligidos, los tabloides sensacionalistas en su salsa y los brexitianos satisfechos. ¡Luego vienen los sufridos políticos que nos gobiernan y quieren recuperar la centenaria roca por las buenas! Y año tras año, siglo tras siglo y regímenes tras regímenes, todos van a por lana y salen trasquilados. Así no vamos a ningún sitio. Para colmo, ahora la cosa se vuelve más complicada, en cuanto puedan, los resentidos alcohólicos conocidos nos la van a dar por todos lados. Aunque Gibraltar les importe un pimiento, saben que por ahí hacen daño.

A ver si aprendemos de nuestro bienamado líder monclovita y les dejamos hacer y ganar todo lo que les dé la gana. Probablemente, entonces tendremos la concordia, armonía y avenencia que se observa en los políticos de los territorios amnistiados, pudiendo, al menos, utilizar el aeropuerto que los británicos construyeron en territorio ajeno, aprovechando que estábamos entretenidos librando una guerra civil. 

Los llanitos lo han dicho por activa y por pasiva: no queremos ser españoles. A lo mejor, digo yo, si alguien les pregunta si quieren ser andaluces, obtienen otra respuesta. Y es que ese complicado peñón no se sostiene por sí mismo, o lo aguanta una potencia extranjera o lo protege el territorio al que pertenece. No existe más camino.

Vivir del contrabando, del lavado de dinero con extraños orígenes, de la protección a los narcotraficantes, convertir la colonia en un paraíso fiscal y otros devaneos en el filo de la ley, otorga escasa dignidad a sus habitantes y escaso futuro a sus descendientes. Esto, o se arregla, o termina peor que el rosario de la aurora.

Parece que, desde hace siglos, los gobernantes españoles reclutan en cotolengos a los políticos que envían a negociar la devolución del territorio invadido, porque los resultados obtenidos no son históricamente muy plausibles. ¿Tan difícil es explicarles que en el Campo de Gibraltar –ni en cualquier otro campo con un poco de honorabilidad– se puede aguantar una colonia que sobrevive a costa de sumir en la miseria a quienes malviven al otro lado de la verja? ¿Tan delicado es hacerles ver que nos encontramos en el siglo XXI?

Pues hagamos de la necesidad virtud, como bien dice el citado líder supremo, y ya que nos enfrentamos a tahúres, juguemos con las cartas que nos han tocado y con las que aparte podamos buscar. Pongamos algunos ejemplos: 

En primer lugar, conseguir que la Unión Europea se ponga decididamente al lado de un país miembro frente a otro extranjero utilizando su presión y su fuerza, en segundo lugar, permitir la presencia en las negociaciones de los habitantes del territorio –desde San Roque, lugar donde se encuentran los legítimos habitantes expulsados por la fuerza del Peñón, hasta los gibraltareños, pasando por Algeciras y La Línea principalmente–, en tercer lugar, prohibir la existencia de un paraíso fiscal que conculca todas las leyes europeas, en cuarto lugar, crear una Zona Franca con precios en todos los productos alimentarios –y los no alimentarios como el tabaco y el alcohol– mucho más baratos que los de la roca, en quinto lugar, dejar de facilitar la entrada de material para que amplíen la zona habitable del peñón –si quieren, que lo traigan en barco desde su amada patria– en sexto lugar, quitar la verja, pero controlar todo lo que sale y entra en un territorio tan chocante como descontrolado y en séptimo lugar, aunque no menos importante, buscar negociadores con un poquito más de inteligencia, mayor claridad de ideas y más preocupación por el bien común que por el bien personal.

Todo esto, ya lo sé, puede resultar tan irreal y utópico como mal intencionado, pero, lo repito, si te enfrentas a los gobernantes de un país que históricamente nos la ha jugado repetidas veces, no tienes más remedio que ir preparado con un poquito de mala leche… o de mal, te da lo mismo. 

En caso contrario tenemos peñón para rato, mucho, mucho rato, tanto como el que llevan sus monos dominando las alturas. 

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