Es difícil saber lo que pasa por la cabeza de una persona el día antes de sufrir un desahucio. Aunque pueda intentar explicarlo, es prácticamente imposible que pueda expresar el nivel de angustia y desesperación que puede sobrellevar sabiendo que, en pocas horas, puede verse en la calle. Un sentimiento que se multiplica por mil si la persona en cuestión tiene hijos pequeños.
Esos sentimientos son los que intenta reflejar la película En los márgenes, el estreno de Juan Diego Botto como director de cine, con guión suyo, firmado a medias con la periodista Olga Rodríguez, muy concienciada con este drama social. Y eso se nota. No se edulcora la realidad, pero quizás se suaviza en algunos momentos, por petición expresa del movimiento por la vivienda, han explicado en algunas entrevistas sus autores.
Azucena, interpretada por Penélope Cruz, es una joven madre que trabaja como reponedora en un supermercado y que busca ayuda para intentar evitar lo inevitable: el desalojo que pesa sobre su familia, que debe abandonar su casa en apenas 24 horas. Miembros de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) o vecinos a título personal la apoyan en su intento de negociar con un banco que se muestra inflexible.
La película transcurre en torno a tres historias. La de Azucena (Cruz), pero también la de Rafa (Luis Tosar), un abogado comprometido con el derecho a la vivienda que procura que una madre y su hija, que pasa muchas horas sola en casa, se vuelvan a reunir tras iniciarse los trámites para ser declarada en desemparo. El trío de historias lo completa Teodora (Adelfa Calvo), una mujer mayor que quiere recuperar a su hijo, que no le dirige la palabra por vergüenza tras una decisión tomada hace tiempo.
Un cine social, poco habitual, que se agradece. Son pocas las películas que, aparte de la recién estrenada En los márgenes, giran en torno a los desahucios. Hay que recordar Techo y comida (2015), dirigida por el cineasta jerezano Juan Miguel del Castillo. Con menos medios y menos repercusión mediática —al menos en sus inicios—, se hizo con el Goya 2016 a mejor actriz protagonista gracias a la actuación de Natalia de Molina, que encarnó a Rocío, una madre soltera y en paro a la que van a desalojar de su casa por no poder hacer frente al alquiler.
El cine ayuda a ponernos frente al espejo, a dejar de normalizar una realidad que está ahí, que se ve a diario, pero que prácticamente se ignora. Los desahucios ni tienen tanto eco mediático como los que vinieron tras el catacrack de 2008, cuando había más de 500 al día, ni tanto impacto social como entonces. Ha habido tantos y se están prolongando durante tanto tiempo, en una situación de crisis financiera, alargada y agravada desde el inicio de la pandemia, que ya no impacta, no molesta, no se le da importancia.
Los últimos datos disponibles, publicados por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), cifran en 10.816 los desalojos ejecutados en el segundo trimestre de 2022 —7.871 lanzamientos por impagos de alquiler, 2.377 por ejecuciones hipotecarias y 568 por otras causas—, o lo que es lo mismo: una media de casi 119 desahucios al día. Las cifras son inferiores al año anterior, por el impacto del "escudo social" del Gobierno, pero no dejan de ser preocupantes. E indignantes.
Mientras se producen más de 100 desahucios al día, la Ley de Vivienda duerme en un cajón. Y no hay señales de que se vaya a desbloquear su tramitación. Principalmente, porque el PSOE se niega a que los grandes tenedores de vivienda (propietarios con más de diez casas) ofrezcan alquileres sociales antes de desalojar, que se controle el precio del alquiler para evitar la especulación en zonas muy tensionadas o que la Sareb (el banco malo) ponga su parque de viviendas a disposición de los parques públicos de las comunidades autónomas.
Teodora, Rafa, Azucena, Rocío... son nombres ficticios de un drama que es muy real. Miriam es madre de tres hijos, de 15, tres años y 18 meses, una de las caras de los 119 desahucios que se producen cada día en España. Y una de las historias publicadas a lo largo de los años en la sección Gente sin casa de lavozdelsur.es, que recoge testimonios de personas que tienen problemas con el acceso a la vivienda.
Rocío es otro ejemplo. Una jerezana que ahora duerme bajo techo después de estar más de 20 años de su vida haciéndolo en la calle. "Salud y tener un techito, es todo lo que pido", aseguraba a este periódico. Por Sevilla estuvo dando vueltas hasta que llegó a un albergue con una maleta y una manta en una mano y las cenizas de su marido recién fallecido en la otra. "Cuando duermes en la calle siempre hay gente que se aprovecha", asegura.
Carmen también sabe lo que es dormir en la calle. Lo hizo durante ocho meses en Cádiz, sobre todo en la playa de la Caleta. Después de estar años sin tener ingresos, ni ayudas, cayó al pozo más hondo de la exclusión social. Y le costó salir. Una vez lo consiguió, comenzó a ayudar como voluntaria en el comedor de Calor en la Noche, al que tantas veces acudió como usuaria.
Por Carmen, por Rocío, por Miriam... películas como Techo y comida, primero, y ahora En los márgenes, son tan necesarias. Porque no es tan difícil acabar desahuciadas o durmiendo al raso. Y llevarlo al cine ayuda a no olvidar. A remover conciencias. A sensibilizar. Ojalá sirva para todo eso y la próxima película sobre desahucios que se haga en España no sea del género social, sino de ciencia ficción.
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