Suenan latas a lo lejos. Cuando lejos es lo que no se ve. Y lo que no se ve es todo. Un terrible todo cubierto por la niebla y el miedo. Suenan latas a lo lejos, a unos pasos de nosotros, en el mismo borde de lo oscuro.
Meterse que viene el hombre del saco. Y el hijo, alimentado de espanto, devora sus pasos para regresar al chozo y aferrarse a lo primero que se encuentre. Poca cosa podemos encontrar salvo a nuestra propia alma. Y la hija, en un costado de la madre, tirita como el metal de las veletas en invierno. No te preocupes que se irá. Si no lo piensas, se irá. Y nadie en el chozo desea tenerlo por un segundo más en la memoria pero conseguimos, entre todos, que el hombre del saco no pase de largo. Algo llama a la puerta. Provoco heridas que jamás se cerrarán susurra lo oscuro detrás del portón junto al tintineo de las latas abiertas.
Malo si tiembla el gato. Peor si canta la gallina.
Cogían a los niños y le sacaban la sangre pá luego venderla a los ricos. El pobre es un lobo para el pobre pero parece que esta vez se marcha. Ya tiene lo que quiere, nuestro miedo, para poder caminar a sus anchas. Y entero el paisaje para él, con todas sus estrellas, sus lunas y los posibles planetas.
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