Ante tres noticias que han coincidido esta semana, las elecciones, el plante del futbolista por llamarlo mono, y que las orcas han vuelto a interaccionar con varios barcos en el estrecho de Gibraltar, hundiendo uno de ellos, hemos vuelto a sacar la máquina de etiquetar, aunque en realidad no descansa nunca y debe funcionar con energía solar, por lo menos la mía.
Advierten los psicólogos que hay que tener mucho cuidado con las etiquetas que ponemos, tanto las positivas como las negativas, las autoimpuestas o las que colocamos, porque pueden marcar a alguien, o marcarnos, de por vida, y una vez etiquetado, clasificado, prejuzgado, señalado o cosificado, a ver quién es el desetiquetador que desetiqueta, aunque buen desetiquetador será.
A los políticos, por si fuesen pocos los sambenitos, en esta campaña les hemos colgado algunos nuevos, como el de comerciantes de votos, proxenetas de la democracia, o yonquis del poder, y aunque dicen que no es bueno generalizar, aquí sí que los metemos a todos en el mismo saco, sobre todo porque en vez de enarbolar el “mee to” entonan el “anda que tú”. Espero que a los eufóricos, elegidos por el pueblo o negociados en los despachos, que estén acomodándose en sus sillones, alguien les susurre “memento mori”, aunque yo le pondría a la bailarina de Fama golpeando con la varita y gritando “buscas el cargo, pero el cargo cuesta, y aquí es donde vas a empezar a pagar, con sudor”.
Por su parte, Vinicius, cansado de que lo hagan con él, nos ha puesto a nosotros una etiqueta, que parece más una lápida con epitafio, acusándonos de racistas, y se ha erigido en el salvador que viene a guiar nuestro camino, a curar nuestra ceguera, a enseñarnos a pescar. Y los apóstoles, palmeros e interesados, algunos en campaña electoral, otros que solo ven el dinero que les va a hacer ganar, se han arrodillado y gritan, amén.
Aunque su lucha es noble, su reivindicación es justa, y a todos nos gustaría su éxito, creo que al final terminará crucificado, vendido por 30 monedas de oro por alguno de los que besan sus mejillas, porque en el mundo del futbol, los futbolistas son asalariados, marionetas pasajeras, efímeras, frágiles, dependientes del azar, de sí la pelota entra o una lesión lo manda al olvido. Al futbol las luchas sociales se las traen al fresco, organiza mundiales donde los derechos humanos no existen y venden su imagen a marcas que contaminan el planeta, esclavizan a sus trabajadores y perjudican nuestra salud. Muchas pancartas de juego limpio, pero prohíben brazaletes con la bandera arcoíris, y en sus entrañas, como en la Dinamarca de Hamlet, algo huele a podrido.
Además, los líderes sociales los elige el pueblo, no se autoimponen empujados por su egolatría, su chulería, a base de provocaciones, y con la sospecha de que con sus fotogénicas acciones, lo que buscan es olvidar sus fracasos, y mejorar sus contratos con las marcas publicitarias y su club.
El brasileño, si no replantea su estrategia, no conseguirá librarse de las etiquetas ofensivas, todo lo contrario, está poniendo una diana sobre su figura que al final lastrará, por peso, por presión, su juego en el campo, y por ahora ha demostrado, que es fácil hacerle perder la concentración, sacarlo del partido, porque está más pendiente del yo, que del equipo.
De malas etiquetas, que aunque se quiten, siempre dejan una marca difícil de borrar, las orcas son un gran ejemplo. Las llamamos ballenas asesinas, cuando ni son ballenas, ni son asesinas. Da igual que se explique una y otra vez, ya lo tenemos interiorizado y nuestro temor hacia ellas, solo es comparable con la admiración que le profesamos, por su inteligencia, libertad y belleza.
En estos últimos años, por las interacciones con los barcos, algunos se han apresurado a añadirle lo de vengativas, violentas o rebeldes, sin tener la menor idea de la causa que está provocando esta situación. Se habla de lecciones de caza de las madres a sus crías, de juegos de entretenimiento, de autodefensa por algún hecho traumático con alguna embarcación, incluso de una moda pasajera entre ellas, pero todo son suposiciones, hipótesis, que serán muy difíciles de demostrar. Lo que está claro es que si no se soluciona el problema, terminará repercutiendo sobre la especie, porque por encima del medio ambiente, pondremos la economía y al ser humano.
Vinicius y los políticos deberían tener muy presentes a las orcas, cuidar sus acciones si no quieren ser mal etiquetados, y recordar que ellas sí que están en la cúspide de la cadena alimenticia, y ellos…ellos son solo un bocado más para el sistema, que se relamerá con gusto cuando los devore.