Hace quince años me busqué la vida para salir en una antología. Es contar años hacia atrás y llevarme las manos a mi cabellera y sus incipientes canas. Me enteré que un compañero de juveniles empezaba a ensayar en una de chirigota y faltaba gente. Entré como tenor chungo y punta con algo de destreza en la mímica y cantamos cosas de Los tintos de verano, Bebé a bordo, Las castas de cai, entre otras. Era pleno verano y ensayábamos entre La Perla y un bar que regentaba un Villegas. En América tienen a los Kennedy y en Cádiz tenemos a los Villegas.
Esas dinastías eternas, infinitas y tan míticas. A lo mejor un día a alguna de las familias le da por cruzar el charco y acabamos teniendo a un Kennedy sacando comparsas o allí un Villegas en la Casa Blanca. Recuerdo las risas, calor, atardecer, coplas más o menos antiguas, fraguar amistad con gente que en principio solo te unía la raíz de febrero. Fue de los mejores veranos. Concursos aquí y allá, peñas abiertas, muchos grupos, minicoros, tríos. Afición juvenil, ganas de hacer cosas, hambre. Nadie nos invitó ni nosotros pedimos permiso para disfrutar de aquello.
Ahora, queda algún concurso de antologías y un carnaval oficial de verano que es una noche, turística y necesaria, por supuesto, las callejeras convocan, con la cobertura del ayuntamiento, por supuesto, avisan de la toma de las calles, la boca dispuesta y abierta para las cupletinas y los brazos cruzados y cerrados para los grupos que no consideran rebeldes. Hay quien opina desde dentro que prefiere que las agrupaciones oficiales, las de concurso, mejor no. Que no acudan al llamamiento. Que van a caja, bombo y platillo estropeando todo.
Y yo que asocio el carnaval con la libertad, la irreverencia, el ir contra los de arriba, me chirrían ciertos comentarios cuando vienen en paralelo, el tú no, es mi pelota, mi juego, mi calle. Es cierto, y no debemos olvidar, que el mundo de las callejeras y los romanceros (ellos sí son bienvenidos) tienen su ecosistema, su propio código, unas normas de convivencia. Y me parece bien. ¿Pero desde cuándo es mejor excluir que educar?
Da la sensación que para algunos el carnaval es un territorio de parcelas alambradas. El ven si quieres pero lo vas a estropear, lo mismo que le decías a tu hermano chico cuando tu madre te lo encasquetaba una tarde de verano y tenías que llevarlo contigo y tus amigos. El carnaval es de todos. Es de nadie. Si alguien pretende adueñarse no entro. Pero tampoco lo abandono. Aunque a veces alguno quiten las ganas.
También hay quien se ha quejado del acto en sí, sorprendidos, hastiados, ¿carnaval en verano?, ¿otra vez carnaval?, ¿en Cádiz no hay otra cosa que no sea el carnaval?, que el carnaval tiene su mes, su tiempo específico y punto, jartibles. Y de verdad, es una pena que nosotros mismos no lo veamos como lo que es. Cultura, en mayúsculas, historia cantada, el grito, expresión y burla del pueblo.
Es patrimonio, es cultura, repito, sí, no es tortura de animales ni fiesta vacía ni ruido ni feria ni borrachera ni transición ni efecto solo de la cuaresma. Aquí ha trascendido la copla, la forma, la ironía, la guasa y el arte, herencia de la pena larga y vieja.
¿Qué hacemos? ¿Renegamos? ¿Nos acomplejamos? ¿Nos menospreciamos? ¿Cerramos los ojos y el oído al talento? ¿Nos repetimos que es de catetos mirarnos el ombligo? ¿Tan de pobre, tan de sur? ¿Insistimos en que Cádiz tiene mucho más? Por supuesto que hay más. Pero también tiene algo que la hace única, diversa y grande.
Basta de complejos, por favor. Estoy harto del arte menor, del localismo inexportable, invendible, poeta de provincias perdedor, servir solo para graciosillo de chistes en programa autonómico. Tener que subir a papá Madrid o mamá Sevilla para rozar algo de triunfo, gloria o parné.
Estoy cansado sobre todo de nuestra propia zancadilla. Aprovechemos nuestra singularidad. Disfrutémosla. Cuidémosla. De Cádiz para Cádiz. De Cádiz al mundo. Orgullosos de lo logrado. Con ambición para lo que aún queda por conquistar. Que nos conozcan. Que aprendan. Que no llamen más chirigota a la copla, que ser comparsa no es ser algo jocoso ni chistoso por mucho que diga la Real Academia. Cantemos y escuchemos lo que somos y cómo somos y cómo lo hacemos. Cuando sea. Pero sin vergüenza alguna.